El sol a occidente su luz ocultaba,
de nubes el cielo cubierto se vía;
furioso en los pinos el viento bramaba,
rugiendo agitado Pisuerga corría.
Soberbia Simancas sus muros ostenta,
burlando la saña del fiero huracán.
Mas ¡ay del cautivo, que mísero cuenta
las horas de vida por siglos de afán!
Por medio del monte, veloz cual la brisa,
cual sombra medrosa, cual rápida luz,
un bulto, que apenas la vista divisa,
camina encubierto con negro capuz.
Mudado el semblante, la vista azorada,
sollozos amargos lanzando sin fin,
la madre invocando de Dios adorada,
de hinojos se postra del río al confín.
Del ave nocturna la voz agorera
de encima el castillo se deja escuchar;
relámpago rojo, con luz pasajera,
las densas tinieblas haciendo cesar.
«¡Dichoso mil veces! —el mísero exclama—,
¡Dichoso, murallas, que en fin os miré!».
Y al punto, inflamado de súbita llama,
el rezo dejando, se pone de pie.