SI pudiera estar triste sin usura sólo una vez inmensa, y en ese puro estar quedarme en vilo, enhebrado en el filo de una lágrima delgada, ardiente, fiel, inconmovible, y el mundo todo al fin fuese esa lágrima, vencería a la muerte. Pero el dolor nos deja, y al marcharse diríamos que un momento tuvimos el sentido al alcance, muy cerca. Aquella pena nos mostraba un resquicio por el que se filtraba como un haz de luz sobre las cosas; pero no lo supimos conservar el dolor, hacerlo un nítido instrumento afinado al que poder arrancarle unas notas verdaderas. Y así ocurre que entonces nos parece que perdemos sustancia, claridad, que misteriosamente nos desciñe lo mejor de nosotros. Que volvemos a movernos, a andar, a tener hambre...