Sin que tiemblen más tus dedos,
la mano hacia la espalda
atrapa del carcaj
la penúltima flecha que resiste.
Silenciosa como sueles,
te agazapas en la jara.
Sabemos que lo sientes aun sin verlo.
Concentras tus pupilas
hacia el cuerpo que recorres,
nervios y sistemas en alto.
Vas a disparar un pacto:
que nadie se mueva.