A veces la memoria es una casa
por habitar, un ámbito
oscuro, al que se accede
a través de un postigo que carece de llave,
pero que se resiste
a ser abierto.
Empujas
inútilmente. Un llanto
te llega desde el fondo
de las habitaciones desoladas,
y no hay nadie allá dentro, nadie vivo.
Nadie vive en sus largos corredores,
en sus salas de muebles polvorientos,
y sin embrago, queda
el eco lastimado
de unas pisadas que no cesan nunca
de resonar en los sombríos huecos
del corazón.