El otoño – Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

Al bosque y al jardín el crudo aliento
del otoño robó la verde pompa,
y la arrastra marchita en remolinos
       por el árido suelo.

Los árboles y arbustos erizados
yertos extienden las desnudas ramas
y toman el aspecto pavoroso
      de helados esqueletos.

Huyen de ellos las aves asombradas
que en torno revolaban bulliciosas
y entre las frescas hojas escondidas
         cantaban sus amores.

¿Son, ¡ay!, los mismos árboles que ha poco
del sol burlaban el ardor severo
y entre apacibles auras se mecían
        hermosos y lozanos?

Pasó su juventud fugaz y breve,
pasó su juventud y, envejecidos,
no pueden sostener las ricas galas
        que les dio primavera.

Y pronto, en su lugar, el crudo invierno
les dará nieve rígida en ornato,
y el jugo, que es la sangre de sus venas,
       hielo será de muerte.

A nosotros, los míseros mortales,
a nosotros también nos arrebata
la juventud gallarda y venturosa
       del tiempo la carrera,

y nos despoja con su mano dura,
al llegar nuestro otoño, de los dones
de nuestra primavera, y nos desnuda
        de sus hermosas galas.

Y huyen de nuestra mente apresurados
los alegres y dulces pensamientos
que en nuestros corazones anidaban
        y nuestras dichas eran.

Y luego la vejez de nieve cubre
nuestras frentes marchitas, y de hielo
nuestros áridos miembros, y en las venas
        se nos cuaja la sangre.

Mas, ¡ay, qué diferencia, cielo santo,
entre esas plantas que caducas creo
y el hombre desdichado y miserable!
        ¡Oh, Dios, qué diferencia!

Los huracanes pasarán de otoño,
y pasarán las nieves del invierno;
y al tornar apacible primavera,
        risueña y productora,

los que miro desnudos esqueletos
brotarán de sí mismos nueva vida,
renacerán en juventud lozana,
        vestirán nueva pompa;

y tornarán las bulliciosas aves
a revolar en torno y a esconderse
entre sus frescas hojas, derramando
         deliciosos gorjeos.

Pero a nosotros, míseros humanos,
¿quién nuestra juventud, quién nos devuelve
sus ilusiones y sus ricas galas?…
       Por siempre las perdimos.

¿Quién nos libra del peso de la nieve
que nuestros miembros débiles abruma?
De la horrenda vejez, ¿quién nos liberta?…
       La mano de la muerte.

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