Si yo pudiera cazar tu alma,
abrir el cofre que posee
el antiguo latir de tu memoria: juro
que soltaría todas las traíllas
de los perros amaestrados
y los azuzaría contra ti,
doncella frágil.
Todos los mastines sedientos de tu sangre
irían detrás de tus tobillos. Y tú,
gacela, presurosa hija del rayo,
no sucumbirías fácilmente,
pues lobezna eres, brava eres
y paridora de bellísimas fieras.
Y así, hermosa, acorralada y huidiza,
mandarías a los espíritus de tu padre
para que quedáramos todos alobados,
desconcertados y perdidos por la luna
tras tu rastro que se deja ver, cuando rozas los besos
de los que amándose te velan. Y tú,
absorbiéndolos, pues, desmayándolos,
te denuncias y te escapas.