Le conviene el pasado a estos versos añejos
y el correr sosegado del lento alejandrino:
llegaba a la estación el viejo tren expreso
y le faltaba tiempo para bajar al niño.
Eran largos viajes para tan cortas piernas
que el andén exploraban como si fuera Alaska,
bufanda gris al cuello y tras la chimenea
de una locomotora que él de vapor soñaba.
En la barra del bar los platillos volantes
con sus tazas tan blancas y sus sacas de azúcar.
Las bolas de alcanfor que aplastadas combaten
contra la fiel polilla —el olvido y la ruina—.
En la leche manchada, el sepia de unas fotos
que ensanchaban la España de aquel compartimento:
provincias un instante bañadas en el lodo
o la triste argamasa de tristes monumentos.
Luego nieve en la piel de algún oso polar
de la Casa de Fieras, aún no derretida.
Ese antiguo Madrid que nunca pasará
pues todavía puebla, remoto, la retina.
En el viaje de vuelta, melancólicamente
dejar el escaléxtric que jugaba en Atocha.
El regreso al colegio, a las sombras de siempre
cuando ya se avistaban las primeras farolas.
(Como en el juego de los barcos,
no es un viejo tren: es el pecio
de mi infancia tocada y hundida)Reseña del poeta