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Perdedores – Ana Merino

Perdedores, este desierto es un espejismo
por donde la luz de los sueños
va filtrando extrañas sensaciones,
soplos de viento que a veces se confunden
con la vida anhelada de los vaqueros solitarios.

Este lugar es el que eligieron los legendarios pioneros
que creían en Dios a su manera, por eso forjaron el oeste
con lentos carromatos y familias resignadas,
caminos llenos de piedras, rutas que luego se abrirían
a las veloces diligencias y a los trenes de vapor.

Horizonte de aves carroñeras y graznidos,
remolino de polvo, ladridos que hacen eco,
cansancio que relincha y se siente desgraciado
y se moja los labios en el abrevadero
y nota las espuelas clavarse en el costado.

Perdedores que compartís la derrota,
esa señal de vuestra estirpe que siempre os encarcela,
ese abismo de ingenuidad malvada, de celos acuchillados
y ataques grises de ira sin sentido que os convierten
en serpiente de cascabel temblando sobre la tierra.

Vuestras armas se encasquillan, vuestros planes se desbaratan;
el infinito es polvo seco de fracaso,
la vida un desaliento rabioso parecido a las pataletas infantiles,
que a veces explosionan con gritos y llantinas
cuando ya está todo perdido.

La escenografía desgraciada de los niños que quieren
complacer a su madre, demostrar que son hombres
con alma de bandidos;
demostrar que podrían llevarse todo el oro de los bancos,
para luego esconderlo en un lugar secreto.

Decorados de cartón piedra
para los hermanos malos que son crédulos
y quieren ser invencibles gigantes
y creen en los poderes de la magia invisible
que habita en un simple sombrero.

Hermanos fracasados que mastican derrotas
pero no se arrepienten ni se cansan,
y están siempre tramando ese golpe maestro,
impregnado en un sueño con pésimas ideas
y errores repetidos como una melodía de días circulares.

Despedida – Ana Merino

Decirle adiós a la oficina
sobre la niebla densa
de las montañas.
A las horas que inventaron
la dicha de ser
una apasionada de la literatura,
del fútbol, de las colecciones
de secretos y cosas diminutas.
A la estela de los grandes trofeos,
las cajetillas de fósforos, los bastones,
las perchas, los abanicos y las peinetas.

Decirle adiós al recorrido
de la bicicleta eléctrica
que simula el pedaleo
en los tramos en cuesta.
Al susurro vertical
del asfalto húmedo
en los deshielos matutinos.

A los cuadros, a las esculturas,
a la invención de las teorías y los tratados
que explican
la naturaleza creativa
del gesto misericordioso
del académico
que promete cuidar
el pulso de los libros
y acaricia sus lomos
con ternura y nostalgia.

Decirle adiós a la rutina
de los compromisos banales,
a la gestión desbordada
que germina en encuentros
y ratos luminosos.
A la vida que evoca las metáforas,
y se mira en el espejo de los siglos,
y encuentra su lugar
en el reflejo de todo lo que ama.

Deja Vu – Ana Merino

Vuelve a soñar
que en tus pies
te caben mis zapatos.

No le temas al tiempo
que has pasado
sin rozarte con mi sombra.

Tu cárcel de palabras
no me importa,
mis zapatos
están llenos de ti,
me perteneces cada vez que camino
por tu memoria suicida
de amante condenado
al desamor perpetuo.

Vuelve a soñar
que soy yo la que te mira
en el espejo del baño,
y tu abrazo me hace ser
idéntica a ti.

No le temas al tiempo
que dejaste pasar
cada vez que mis labios
evocaban tu rastro
de pequeño secreto
guardado en un reloj
con forma de juguete.

Vuelve a soñar
que nos cruzamos
en un desierto lleno
de lagartijas y aguacates,
y las mañanitas se transforman
en nuestro último baile.

Vuelve a soñarme ahora
que ya eres viejo
y me atrevo a buscarte
sin pedirte permiso
porque fuiste mi cuerpo
ya mi también me duelen tus cadenas.

Compañera de celda – Ana Merino

No me obligues a vivir
como si cada instante
fuese la tarea acumulada
que dejamos para el último minuto.

Si quieres ser mi cuerpo
no me robes la calma
ni la penumbra de la tarde
que nace tras la bruma
de un bosque encantado.

He huido tantas veces de ti,
pero siempre estás a mi lado.
Tus rodillas y mi forma de llorar,
tus manos y mi sudor,
tus ojos y mi mirada.

No me obligues a vivir
pensando que no tienes ganas
de hacerte vieja conmigo,
que existo en ti por inercia,
que no te importa que me duela
saberte tan frágil.

He tratado de ignorarte,
de evitar la sensación
de tus dedos
cuando sienten la extrañeza
de unos síntomas grises.

Mi angustia
como un aliento fantasma
se aferra al sueño de la vida
y aprende a sonreír
con tu boca a los médicos.

Si quieres ser mi cuerpo
déjame adormecerme en tus párpados,
soñar que somos una sola,
y tú no me traicionas
en la mesa de un quirófano,
que vas a despertarte conmigo
de la misma pesadilla,
que vas a sentirme
más viva que nunca en tu garganta.

No me obligues a madurar
aprendiendo a leer
el mapa de cicatrices de tu cuerpo,
no quiero reconocer otra herida
ni que confundas
el desamor con las enfermedades
y sus nudos de fiebre.

Que no pague tu cuerpo mis pecados
en el naufragio azul de los océanos,
que la distancia sea
un reloj de metal y una tarde de nieve
donde la vida quiera
aprender a besarme en tus labios.

Desamor – Ana Merino

Sobre el dolor de estar
y no ser querido
pongo el mantel y espero la cena.

Cada habitación tiene un sonido
a modo de selva
o de tormenta.

Pero es en el baño
donde los espejos no disimulan,
escupen.
Cada rincón tiene su nido
y allí las arañas
preparan sus telas;
pero es en el patio
donde me dedico a despiojar niños
y aplasto las liendres con las uñas
como si fuese una gran cacería
de dedos largos
y pelo sucio.

Sobre el dolor se quejan mis manos
y yo me olvido, no existo;
ni siquiera a golpes abro la boca.