COMO música en el instante
el cielo de hoy se va perdiendo.
Es verdad que era de uñas,
un cielo en vilo y ceniciento.
Intentarán, con simulacros,
venderte otro por auténtico.
Pero a su luz y a su color
los tachará el frío del pecho:
este fosco timón trabado,
el ancla esta de mares secos.
Se intentó lo posible, lo imposible:
negarlo, sublimarlo, resaltar su vigor,
su decaimiento.
Soldar la intolerable dualidad,
exaltar en las artes sus más bajas funciones
a fin de redimirlo una vez cuando menos
de los grilletes de la opacidad.
Fue inútil. Ahí está marcando el paso,
imposible es poner cotos a un fundo
lluvioso, soleado, sibilante, en silencio.
Es igual: terco siempre y correoso,
reñido a muerte -sólo ésta fatal-
con cuanto aspire a límite o a cifra.
Paraísos que nunca se perdieron,
se hallaban emboscados simplemente
en las encrucijadas del futuro
adoptando las formas más disímiles:
azulados caballos que dibujan
los escapes del gas, arborescencias
en bucle del asfalto derretido, palomas
que vuelven al sombrero del prestímano
abatidas por la cohetería
que clausura entre palmas un siglo tan feliz.
Entre estos intervalos de esplendor
se deslizaba el tiempo como un buque
con las luces cegadas, el gobernalle roto
y una leve modorra en el pasaje
que en vano interrogaba a la marinería
por el dudoso muelle del atraque final.
Poesía de todas la épocas y nacionalidades