Archivo de la categoría: Clara Janés

Fugacidad de lo terreno – Clara Janés

Todo es de polvo, soledad y ausencia.		
Todo es de niebla, oscuridad y miedo.		
Todo es de aire, balanceo inútil,		
      sobre la tierra.		

Manos vacías que acarician viento,		
ojos que miran sin saberse ciegos,		
pies que caminan sobre el mismo trecho		
      siempre de nuevo.		

Vemos sin ver y en la tiniebla estamos.		
Somos y somos lo que no sabemos.		
Hay en nosotros de la llama viva		
      sólo un reflejo.		

Caen los días en otoño eterno.		
Pasan las cosas entre sueño y sueño.		
Llega la noche de la muerte. Y calla		
      nuestro silencio.		


Mira mi pie que ondea acercándose a tus labios,… – Clara Janés

Mira mi pie que ondea acercándose a tus labios,		
es un fruto que entre velos te ofrece la danza,		
mientras todo mi cuerpo va dibujando dunas		
y oleajes, los brazos en forma de palmera		
se extienden, y el cabello simula la caricia		
del aire. Y sinuoso, como un sol, sigue el vientre,		
no cejando en su alarde de redondez mullida,		
pues su acoso insistente predispone el momento		
sagrado en que, alzada la piña, un dios hace fluir		
el polen fecundante, como indican las puertas		
       del palacio real de Korsabad.

Mesa del silencio – Clara Janés

                              Tirgu Jiu



Nos sentamos a la mesa del silencio,		
al aire de los chopos y los arces		
del parque interminable de hojas muertas.		
Implacable y amoroso		
callaba el caudal inmóvil de blancos cantos.		

La piedra ingrávida,		
paréntesis al tiempo		
y altar		
de la profunda soledad del alma humana.		

El blanco lecho vacío de las venas		
era blanco como aquel blanco cauce		
donde el río no corre.		

Nos sentamos		
y allí nos quedamos para siempre,		
en la mesa del silencio.		

Allí,		
donde tiempo más tiempo más tiempo		
no es nunca igual a tiempo.		

Oyes esa música – Clara Janés

¿Oyes esa música
que cruza como luz la oscuridad
mientras la oscuridad gira
y yo con ella?
¡Con qué fuerza
se abre paso
y llega incluso
a mi lugar más remoto
cercado también de sombras!
Pero el latido
que brota allí
nadie lo oye.
Nadie, como yo, sabe
que existo
y creceré
y amaré
como aman estos brazos
que me sostienen
porque no sé andar aún…
Pero escucha, escucha:
todos los árboles se mecen
en la música.
Y en mi interior,
donde un secreto sol
me hace adivinar
el sol secreto
de la oscuridad.