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Miedo a partir – Dionisia García

Hemos llegado al fin de este mar de canícula
que ha de quedarse solo al doblar el otoño;
descolorido y zarco, el cielo de septiembre
llorará soledades, añorará los cuerpos
cansados o turgentes entre vuelos de espuma.

Otro verano más buscando la calina,
barajando colores sobre lechos de arena
en la casa del mar, choza de agua
donde tu piel ungiste con acopio de sal.

Tengo miedo a partir, quizá por si no vuelvo
a enhebrar con el mar la voz de mis amigos.
Me duele ser del tiempo, rastrear el espacio,
alojarme en un grito que apagará la noche
sin escuchar siquiera la curva de palabras.

Solo cuenta contigo para mi referencia,
el único viajero atado a este navío
que no tiene más ancla que la boca del viento
y un pedregal de sueños cerca del horizonte.

Hemos llegado al fin de este presente,
curtidos en amor desde este mar de sures,
donde cualquier ausencia es un hueco de ola,
estría señalada sobre su cuerpo abierto.

Completa tu equipaje con líquenes y arena;
ellos serán la huella cuando duerma el estío
y la ciudad se meza entre humareda y lascas.

Canto repetido – Dionisia García

Impregna la mirada y siempre es el primero,
he cantado su luz, el color de las aguas
y el engañoso rizo de la orilla.
Cuando el agua se aquieta, por las noches,
añoro su presencia callada e insistente.
 

La alborada descubro, luce sobre la arena.
Los temblores del sol hasta que el día nace.
Caminar en silencio tan temprano
era un lujo dichoso de aire puro.
El pecho se rociaba de ese primer fulgor
y crecía el impulso, la emoción contenida.
 

Siempre entraba en el agua, sigilosa,
y las manos manchadas de arena que fue tierra.
Con apego, «los mares» junto a mí se quedaban,
en la constante lucha de quien nos desconoce.
 

Hoy miro con nostalgia lo infinito;
ya no hay lucha ni entrega,
ni me levanto, diligente, al alba.
Busco en el mediodía las aguas, su sosiego,
para gozar ahora de este trecho de vida.
 

Que no se desperdicie cuanto queda.