Archivo de la categoría: Efraín Huerta

Los ruidos del alba – Efraín Huerta

                              I

Te repito que descubrí el silencio
aquella lenta tarde de tu nombre mordido,
carbonizado y vivo
en la gran llama de oro de tus diecinueve años.

Mi amor se desligó de las auroras
para entregarse todo a su murmullo,
a tu cristal murmullo de madera blanca incendiada.

Es una herida de alfiler sobre los labios tu recuerdo,
y hoy escribí leyendas de tu vida
sobre la superficie tierna de una manzana.

Y mientras todo eso,
mis impulsos permanecen inquietos,
esperando que se abra una ventana para seguirte
o estrellarse en el cemento doloroso de las banquetas.
Pero de las montañas viene un ruido tan frío
que recordar es muerte y es agonía el sueño.

Y el silencio se aparta, temeroso
del cielo sin estrellas,
de la prisa de nuestras bocas
y de las camelias y claveles desfallecidos.

                              II

Expliquemos al viento nuestros besos.
Piensa que el alba nos entiende:
ella sabe lo bien que saboreamos
el rumor a limones de sus ojos,
el agua blanca de sus brazos.

¡Parece que los dientes rasgan trozos de nieve.
El frío es grande y siempre adolescente.
El frío, el frío: ausencia sin olvido.)

Cantemos a las flores cerradas,
a las mujeres sin senos
y a los niños que no miran la luna.
Cantemos sin mirarnos.

Mienten aquellos pájaros y esas cornisas.
Nosotros no nos amamos ya.
Realmente nunca nos amamos.

Llegamos con el deseo y seguimos con él.
Estamos en el ruido del alba,
en el umbral de la sabiduría,
en el seno de la locura.

Dos columnas en el atrio
donde mendigan las pasiones.
Perduramos, gozamos simplemente.

Expliquemos al viento nuestros besos
y el amargo sentido de lo que cantamos.

No es el amor de fuego ni de mármol.

El amor es la piedad que nos tenemos.

La rosa primitiva – Efraín Huerta

Escribo bajo el ala del ángel más perverso:
la sombra de la lluvia y el sonreír de cobre de la niebla
me conducen, oh estatuas, hacia un aire maduro,
hacia donde se encierra la gran severidad de la belleza.
Escribo las palabras y el penetrante nombre del poema,
y no encuentro razón, flor que no sea
la rosa primitiva de la ciudad que habito.
Nunca el poema fue tan serio como hoy, y nunca el verso
tuvo la estatura de bronce de lo que no se oculta.
Hacia el amor, las manos, y en las manos, gimiendo,
hojas de yerba amarga del pensamiento gris,
secas raíces de una melancolía sin huesos,
la danza del deseo muerto a vuelta de esquina
y un sollozo frustrado gracias a la ternura.

Hacia el amor, sonrisas, y en ellas, como almas,
el malogrado espíritu de un mensaje que un día
cobró cierta estructura, y que hoy, entorpecido,
circula por las venas.

Nunca digas a nadie que tienes la verdad en un puño,
o que a tus plantas, quieta, perdura la virtud.
Ama con sencillez, como si nada.
Sé dueño de tu infierno, propietario absoluto
de tu deseo y tus ansias, de tu salud y tus odios.
Fabrícate, en secreto, una ciudad sagrada,
y equilibra en su centro la rosa primitiva.
Al pueblo y a la hembra que enciendan cuanto hay en ti de hermoso,
y murmuren mensajes en tus oídos frágiles,
debes verlos con santa melancolía y un aire desdeñoso,
mandarlos hacia nunca, hacia siempre,
hacia ninguna parte…

Quédate con la rosa del calosfrío,
la rosa del espanto estatuario,
la inmaculada rosa de la calle,
la rosa de los pétalos hirientes,
la rosa-herrumbre del fiero desencanto,
la primitiva rosa de carne y desaliento,
la rosa fiel, la rosa que no miente,
la rosa que en tu pecho debe ser la paloma
del latido fecundo y el vivir con un pulso
de gran deseo hirviendo a flor de labio.

La rosa, en fin, de las espinas de oro
que nuestra piel desgarran y la elevan
hacia el sereno cielo de donde la poesía
nos llega mutilada, como ruinas del alba.

La paloma y el sueño – Efraín Huerta

Tú no veías el árbol, ni la nube ni el aire.
Ya tus ojos la tierra se los había bebido
y en tu boca de seda sólo un poco de gracia
fugitiva de rosas, y un lejano suspiro.

No veías ni mi boca que se moría de pena
ni tocabas mis manos huecas, deshabitadas.
Espeso polvo en torno daba un sabor a muerte
al solemne vivir la vida más amarga.

Había sed en tus ojos. Suave sudor tu frente
recordaba los ríos de suave, lenta infancia.
Yo no podía con mi alma. Mi alma ya no podía
con mi cuerpo tan roto de rotas esperanzas.

Tus palabras sonaban a olas de frágil vuelo.
Tus palabras tan raras, tan jóvenes, tan fieles.
Una estrella miraba cómo brilla tu vida.
Una rosa de fuego reposaba en tu frente.

Y no veías los árboles, ni la nube ni el aire.
Parecías desmayarte bajo el beso y su llama.
Parecías la paloma extraviada en su vuelo:
la paloma del ansia, la paloma que ama.

Te dije que te amaba, y un temblor de misterio
asomó a tus pupilas. Luego miraste, en sueños,
los árboles, la nube y el aire estremecido,
y en tus húmedos ojos hubo un aire de reto.

No parecías la misma de otras horas sin horas.
Ya sueñas, o ya vuelas y ni vuelas ni sueñas.
Te fatigan los brazos que te abrazan, paloma,
y, al sollozar, a un lirio desmayado recuerdas.

Ya sé que estoy perdido, pero siempre ganado.
Perdido entre tu sombra, ganado para nunca.
Mil besos son mil pétalos protegiendo tu piel
y tu piel es la lámpara que mis ojos alumbra.

¡Oh geografía del ansia, geografía de tu cuerpo!
Voy a llorar las lágrimas más amargas del mundo.
Voy a besar tu sombra y a vivir tu recuerdo.
Voy a vivir muriendo. Soy el que nunca estuvo.

El poema de amor – Efraín Huerta

El poema de amor es el poema
de cada día: la sombra de una hoja
y este mirar al cielo en anhelante 
perseguir una flor, una sonrisa
de solemne quietud, suave deseo.

¿El poema de amor? La más humilde
y la más tierna lluvia, el sobresalto
de una gota en la mano, como si una
leve mirada tuya iluminase
la selva en que se nutre el desconsuelo.

¿El poema de amor? El gran poema
de caminar conforme van los ríos
con un sollozo —nube— sobre el dorso,
y vigilar, con un sonriente miedo,
tu imagen de jazmín en el crepúsculo.

El poema de amor es la palabra
que ya se dijo ayer, que hoy no se dice.
Porque de sol a sol, de amor a amor,
reina un silencio fiel, como de mármol,
que es el clima ideal de estar de acuerdo.

El poema de amor bien puede ser
un soñar escribirlo y declararlo.
Y despertar, al fin, estremecido
abrazarte entre tibia y azorada
como a rosa ceñida por la brisa.

¿El poema de amor? Viene del fuego
y en el fuego perece, no sin darnos
la maestría en el tacto, la sorpresa
de imaginarnos vivos y con alas
cuando el beso es un ave en agonía.

Del poema de amor todo se dice
y nada se recuerda. Pero es bueno
señalar que se sabe y que se siente
un hondo respirar cuando tu paso
de adolescente ritmo llena mi alma.

No quise decir alma, sino sangre
y música de junio. Pero insisto
en que tu paso enciende mi alegría
como un poco de sol sobre los trigos.
Y es como darle vueltas al poema.

El poema de amor es darle vueltas
a lo que por sabido ya es callado.
Y volver a empezar como si nunca
te hubiese visto así, lánguida y pura,
desmenuzando mi habitual tristeza.

¿El poema de amor? Discretamente
habría sido resuelto en una frase.
Por ejemplo, decir: "Amada mía. . . "
Pero aquí llegas tú, puntual, serena,
a cerrarme la boca dulcemente.

Matar a un poeta cuando duerme – Efraín Huerta

                1

Le dispararon aquí mismo, mire.
Mire y escuche mi sangre en esta arteria,
de abajo arriba, para que la bala llegara al cerebro
y deshiciera bruscamente su genio y su infinito amor.

(Los chacales erpianos se habían dicho:
“Que sea cuando esté dormido.
Los pobres poetas son muy sensibles…”)

Lo drogaron para matarlo
–porque para las bestias el mejor poeta
es un poeta muerto

Mire cómo ese río se detuvo
Oiga con cuidado la condenatoria palabra
del ceibo joven y el murmullo dolorido
de las maduras palmeras.

Dios de los dioses, qué canallísimos fueron
y qué suciamente manejaron ese crimen.

                2

Tan dulce, tan poeta, tan Roque,
tan mi Roquito Dalton.
Mira que te he llorado, camarada, muchas noches.
Óyeme que te he visto aquí, en México, y recordado
aquella noche de nuestro abrazo en el Tropicana;
las charlas afuera del Habana Libre;
en el Hotel Nacional y las discusiones
con el hermano Óscar Collazos;
la noche de diciembre de 1969 en que subiste
a mi habitación (la 544 del Nacional) a despedirte
para no vernos nunca más.
En una bolsa de papel llevabas un tesorito:
un limón gigante, dos naranjas, un jitomate
y el libro de poemas que me debías.

Pero esta noche de marzo,
a casi un año de que te asesinaron,
ya no tengo más libros tuyos
(sólo la carta que te escribió Retamar
y el poema de Mario Benedetti);
no tengo ya sino unas cuantas lágrimas.

Esta noche nuestra, Roquito,
mi Roquito, siento que un poco
un poco de tu nobilísima sangre salvadora
me corre por alguna vena
en esta conspiración de la vida
por hacer más larga mí agonía.

Pienso ahora en Otto-Rene Castillo,
en Humberto Alvarado y en Javier Heraud,
poetas, combatientes, mutilados.

Hoy quiero vivir más,
no mucho, por tu sonrisa magnifica,
flaco queridísimo,
     totalmente vivo:
     Roque Dalton

Meditación de la rosa – Efraín Huerta

Supón, mi amor, que trazamos la hora con una rosa
y que el agua es la medida de todas las rosas.
Piensa, azucena, en un becqueriano batir de alas
presente a nuestro paso, inmerso en nuestro tiempo.
Siempre hay alguien desnudo en lo que va del cielo
a esta tierra de duros y salobres pensamientos.
Yo te miro decir y escucho tu silencio
cuando lloro los días que fueron pavorosos.
Una balada es un poco de tibia espuma
es un sereno atardecer salido de la nada.
Supón entonces, amor mío, que hay un espejo
al que sonríes por las verdades ya dichas.
La luna acaba de ser amada, dijo un poeta
que simplemente se llamaba Juan punto y aparte.
Sabes bien que habrá una invasión de misterios
bien soñados tal vez o dulcemente pensados.
Andamos y desandamos mil y un caminos
como sombritas de fieras sin salida posible.
El hombre es la más bella conquista del aire
insistió aquel poeta que se llamaba nada más Juan.
Un miedo de singulares perfiles nos abruma
mientras morimos gritando ¡amor! ¡amor!…
Hemos vivido más o menos como ángeles en pena
navegando en lo que llamamos un desierto ardiente.
Amando hasta nunca decir basta de amar
y oído y visto guerras de infinito terror.
La bondad nos quedaba estrictamente prohibida
porque ya no había espacio ni necesaria era.
Apostamos la vida a un albur de silencio
cuando el amor no era sino una niña espina.
Alguien nunca esperado se acerca paso a paso
y pretende quebrar este amor de la rosa de hielo.
Hoy debemos cerrar las puertas, las ventanas
y no dejar entrar la niebla y su veneno.
Pues te repito que tendremos los agrios pensamientos
que suelen suceder al sudor amoroso.
Ahora supón, oh descarnada rosa bienamada
que nos fatiga el encierro y salimos a una calle.
¿Por qué no hay aquí una calle nombrada Góngora
con los campos de plumas tan urgentes?
Ignoro si ganamos o perdimos la batalla
contra los días que fueron y los días que vendrán.
No estoy ni estuve para decir cuáles penas
nos afligieron ni para descubrir lo que somos.
Sólo sé que no sé nada sino amarte
como se ama a la rosa paridamente fresca.
Te contaré mis ciclos de histeria y de neurosis
como si fueran sólo el alma de mi siglo.
Todo parece primitivo todo insomne
todo parece mar parece dientes parece lejos.
Ámame por desdicha por descanso porque sí
o porque no o porque nada o por mero desvelo
Después de todo soy una constante rebelión
sofocada como adivinarás a pura sangre.
Vamos tú y yo y aquella rosa recién llegada
por una oscuridad parecida a un reino quietísimo.
Hemos vivido y viviremos en la memoria de aquel hombre
que pasa como un árbol que no tiene descanso.
No pienses ya nada ni nada supongas
porque las fronteras son irremediables
y yo sobrevivo tú sobrevives todos sobrevivimos
para que el amor sea el gemido de siempre
y la piel no parezca un campo incendiado
y la dicha recorra tu cuerpo como una caricia mía.

La noche de la perversión- Efraín Huerta

El caracol del ansia, ansiosamente
se adhirió a las pupilas, y una especie de muerte
a latigazos creó lo inesperado.
A pausas de veneno, la desdichada flor de la miseria
nos penetró en el alma, dulcemente,
con esa lenta furia de quien sabe lo que hace.

Flor de la perversión, noche perfecta,
tantas veces deseable maravilla y tormenta.
Noche de una piedad que helaba nuestros labios.
Noche de a ciencia cierta saber por qué se ama.
Noche de ahogarme siempre en tu ola de miedo.
Noche de ahogarte siempre en mi sordo desvelo.

Noche de una lujuria de torpes niños locos.
Noche de asesinatos y sólo suave sangre.
Noche de uñas y dientes, mentes de calorfrío.
Noches de no oír nada y ser todo, imperfectos.
Hermosa y santa noche de crueles bestezuelas.

Y el caracol del ansia, obsesionante,
mataba las pupilas, y mil odiosas muertes
a golpes de milagro crearon lo más sagrado.
Fue una noche de espanto, la noche de los diablos.
Noche de corazones pobres y enloquecidos,
de espinas en los dedos y agua hirviendo en los labios.
Noche de fango y miel, de alcohol y de belleza,
de sudor como llanto y llanto como espejos.
Noche de ser dos frutos en su plena amargura:
frutos que, estremecidos, se exprimían a sí mismos.

Yo no recuerdo, amada, en qué instante de fuego
la noche fue muriendo en tus brazos de oro.
La tibia sombra huyó de tu aplastado pecho,
y eras una guitarra bellamente marchita.
Los cuchillos de frío segaron las penumbras
Y en tu vientre de plata se hizo la luz del alba.

El beso – Efraín Huerta

Bajo la luz del tilo el suave beso
fue como una moneda caída de los cielos.
Los ojos de Lili, los dos espejos,
retrataron la sombra emocionada,
la roja, espesa y santa alma de aquella noche.

Oro muerto en el aire,
oro vivo en el tilo.
San Wenceslao que aprueba
y echa al galope el bronce de la estatua.
Santa Ludmila, santa de seda y sueño,
sonríe como una flor
y parece mirarnos con la gracia
con que Dios hizo al ángel.
Allí, bajo esa luz, en esa noche,
mi amor dulcificó la armonía
de todas las auroras.
¡Ahora, lejos de Praga,
mi corazón que vuela y que se muere!

Elegía de Lídice – Efraín Huerta

Pequeña mártir, tú, Lídice desgarrada,
llanto de fiebre y pólvora, de espanto desangrado,
diezmada flor de luto,
Lídice de sollozos y penetrante angustia,
calosfrío del paisaje de cenizas y cruces.

¿Qué pueden ser tu cielo y el meridiano donde
la sangre es una llama y la muerte una estela?
Eres pura y severa, Lídice solitaria,
Lídice de mineros, parientes fidedignos del metal;
eras tendido abrigo para el recio antinazi
que en la noche, en el día, desde sus mismas venas
disparaba y mataba.

Pequeño pueblo muerto, orquídea mutilada,
arrasada por sorda fusilería de crimen,
hermana de dulces aldeas de Yugoslavia
que han caído incendiadas.

Lídice: diez de junio es tu gloria y tu símbolo.
Diez de junio de rabia, de rencor sin remedio,
de odio y furia infernales.
¡Cómo suena tu nombre de flor maravillosa,
de geranio y clavel, de violeta marchita,
de alto y débil desnudo frente al paisaje roto!

Pero cierra los ojos y escucha, cercenada,
cómo hay en todo el mundo un aliento de vida,
una voz de esperanza,
un grito de terrible y concreta victoria.
Mira que tu substancia, tu esencia derrotada,
se alza en los Grandes Lagos,
junto al Mississippi,
donde una aldea hermana ha tomado tu nombre,
tu perfil de muchacha, tu cuerpo atravesado.
Y mira, en otro valle de inhumana belleza,
al pie de las montañas también, Lídice mártir,
tu sangre cauce para soñar sus frutos

Estás en nuestro seno, Lídice americana,
Lídice mexicana.

Para ti, flor de muerte, de vida y de martirio,
nuestra tierra es un canto,
nuestro amor es un puño
y nuestro corazón sobre tu tumba,
¡Lídice victoriosa!

Canción de la doncella del alba – Efraín Huerta

Para Thelma

Se mete piel adentro
como paloma ciega,
como ciega paloma
cielo adentro.

Mar adentro en la sangre,
adentro de la piel.
Perfumada marea,
veneno y sangre.

Aguja de cristal
en la boca salada.
Marea de piel y sangre,
marea de sal.

Vaso de amarga miel:
sueño dorado,
sueño adentro
de la cegada piel.

Entra a paso despacio,
dormida danza;
entra debajo un ala,
danza despacio.

Domina mi silencio
la voz del alba.
Domíname, doncella,
con tu silencio.

Tómame de la mano,
llévame adentro
de tu callada espuma,
ola en la mano.

Silencio adentro sueño
con lentas pieles,
con labios tan heridos
como mi sueño.

Voy vengo en la ola,
coral y ola,
canto canción de arena
sobre la ola.

Oh doncella de paz,
estatua de mi piel,
llévame de la mano
hacia tu paz.

Búscame piel adentro
anidado en tu axila,
búscame allí,
amor adentro.

Pues entras, fiel paloma,
pisando plumas
como desnuda nube,
nube o paloma.

Debo estar vivo, amor,
para saberte toda,
para beberte toda
en un vaso de amor.

Alerta estoy, doncella
del alba; alerta
al sonoro cristal
de tu origen, doncella.