El que pueda llegar que llegue
Esta es la sal de las partidas
Una perla de amor insomne
Entre manos desconocidas
Lechos de plumas en el viento
Sólo dormimos en los médanos
Thi la gitana del desierto
En la noche del Aduanero
La gitana con una cítara
Un león la huele como a una flor
Es el sueño feroz y tierno
El olfato de la pasión
Alas de nunca y de inconstancia
A través del cielo se filtran
implacables cuerpos amantes
con sus terribles maravillas.
Todas las llaves abren la muerte
Pero la vida nunca se cierra
¡Todas las llaves abren la puerta
Del puro incendio de la tierra!
Archivo de la categoría: Enrique Molina
Despedida – Enrique Molina
¡Adiós pájaro definitivo!
Continuarás tu vuelo en mi alma
sin entenderme, pero conmigo.
Es tan bello este día invernal,
hay tanta distancia en tus alas:
lo que vuela contigo es el cielo.
¿Qué podría decir de mí?
¿Qué podría decir en sueños?
Casa pintada de rojo, con un gato,
la ropa tendida en la azotea:
¿quién abrirá la puerta si desapareció
con sus flores, lámparas y muebles,
los amigos que la frecuentaban,
conversaciones, una historia melancólica
y un poco imprecisa. ¿Cuándo terminó?
¿Quién sabe nunca lo que ha amado?
Hay como un resplandor en torno. ¡Adiós
pájaro más profundo que el cielo!
Al paso de los días – Enrique Molina
Durante cierto tiempo, sin saberlo quizás,
viví la vida cotidiana, en medio de moscas aberrantes
y gentes que decían "Buenos días", "Adiós"
o "Eres sin duda alguna miserable, y hasta cuándo
tu maldita costumbre de perder pie, tan lamentable".
Dedicado a trabajos absurdos, aunque a pesar de todo
la vida cotidiana
fluía beso a beso, latido a latido,
no era ni luz ni 'sombra, y siempre había
personas muertas o remotas en el hogar.
Pero después
llegó la extraña vida, la insaciable, la insólita,
pendiente de un hilo, convirtiendo en pasión
toda cosa, en lugares de pájaros y olas,
quemándome las manos,
envenenada por el viento y el mar, una existencia
eminentemente escandalosa, con moscas y ruinas
y bocas que decían "Buenos días", "Adiós"
y extrañas ambiciones y maneras de morir,
todo exactamente igual a la vida cotidiana.
Pasiones terrestres – Enrique Molina
A Vahine
(pintada por Gauguin)
Negra Vahíne,
tu oscura trenza hacia tus pechos tibios
baja con su perfume de amapolas,
con su tallo que nutre la luz fosforescente,
y miras melancólica cómo el clima te cubre
de antiguas hojas, cuyo rey es sólo
un soplo de la estación dormida en medio del viento,
donde yaces ahora, inmóvil como el cielo,
mientras sostienes una flor sin nombre,
un testimonio de la desamparada primavera en que moras.
¿Conservará la sombra de tus labios
el beso de Gauguin, como una terca gota de salmuera
corroyendo hasta el fondo de tu infierno
la inocencia -el obstinado y ciego afán de tu ser-;
ya errante en la centella de los muertos,
lejana criatura del océano...?
¿Dónde labra tu tumba
el ácido marino?
Oh Vahíne, ¿dónde existes
ya sólo como piedra sobre arenas azules,
como techo de paja batido por el trópico,
como una fruta, un cántaro, una seta
que pueblan los espíritus del fuego, picada por los pájaros,
pura en la antología de la muerte...?
No una guirnalda de sonrisas,
no un espejuelo de melosas luces,
sino una ley furiosa, una radiante ofensa al peso de los días
era lo que él buscaba, junto a tu piel,
junto a tus chatas fuentes de madera,
entre los grandes árboles,
cuando la soledad, la rebeldía,
azuzaban en su alma
la apasionada fuga de las cosas.
Porque ¿qué ansía un hombre
sino sobrepujar una costumbre llena de polvo y tedio?
Ahora, Vahíne, me contemplas sola,
a través de una niebla azotada por el vuelo de tantas invisibles
aves muertas.
Y oyes mi vida que a tus pies se esparce
como una ola, un término de espumas
extrañamente lejos de tu orilla.