He bajado a la fuente tras la lluvia
para dar un paseo.
Salpicado de charcos, el camino
serpentea entre encinas.
Oigo cantar
las últimas cigarras y contemplo
en la linde del muro
unas flores menudas y anodinas
cuyo nombre no sé.
Pienso que todo es pobre en esta tierra.
Apreciar su hermosura nos exige
cierta disposición de la mirada.
En su vulgaridad, este paisaje
de algún modo es perfecto
para quien lo examina sin premura,
hermoso pese a ser
tan sencillo y humilde
como estas flores cuyo nombre ignoro.
Rompió a volar el mirlo en la arboleda.
Su fuga desgarró
el cielo de la tarde.
Todo quedó abolido
con la detonación de su aleteo.
Batiendo la neblina
se perdió por un túnel de carrascas.
En la brasa del pico
hurtó la luz postrera de los bosques.
Tal vez todo esperaba
el gesto de esta ave,
su chasquido de pánico,
para entregarse inerme a la tiniebla.
Trajo ceniza el viento,
fueron plomo las frondas.
Avanzó incombatible la penumbra
por el valle asfixiado.
Se alimentó la noche vorazmente
con la negra resina de la tierra.
Poesía de todas la épocas y nacionalidades