Abre los ojos.
Ya está de nuevo en casa
Una hilera de besos
hace guardia a la sombra del manzano
y una sonrisa grande
le ladra conociéndolo.
En la tierra
del jardín, donde antes florecían
los ojos de los niños,
aún le espera la última comunión del pequeño.
Y el jarrón más azul que la desgracia
está entero en el centro de la mesa,
ofreciendo su vientre de payaso
al aire.
Todo sigue en su sitio.
Pero el viajero no comprende.
Trata de entrar. Abre la puerta.
Y está saliendo siempre de su casa.
No salgas que hace frío.
Deja a la noche donde está. Las fiestas
son un engaño torpe por el que se acostumbran
los cuerpos al cansancio. Quédate en ese aljibe
ahora que eres tan joven, ahora que no hay madrastra
capaz de conminarte a inclinar la sonrisa.
No salgas que han dictado leyes contra la música
de las ondulaciones, y cercenan gladiolos
por todas las esquinas. Que han abierto el olvido
y urgen, con agujeros, la piel de los zapatos.
No salgas. No te asomes al balcón
de ese traje de noche, o se te irán los pechos
a cazar golondrinas por el país del mirto.
Quédate en ese arroyo que se muerde la cola,
que desemboca y nace para ti y tu desnudo.
Deja sola a la noche columpiarse en su miedo.
Deja a los bailarines que desangren sus tangos.
Deja que el whisky archive su pena en los vencidos.
Déjale libre el día a tu ángel de la guarda.
Y sigue duplicándote para engañar al tiempo.
No salgas. No hagas caso de guiños fluorescentes.
Agárrate a ese espejo. Sujétate con clavos.
Si sales esta noche te morirás de prisa.
Que ya están escondidas por todos los rincones
las ancianas que vienen a mustiar los espejos.
Poesía de todas la épocas y nacionalidades