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Destierro – Juana Castro

Yo no soy de esta tierra.		
Era ya extranjera en la distancia		
del vientre de mi madre		
y todo, de los pies a la alcoba, me anunciaba		
destierro.		
Busqué de las palmeras		
mi voz entre sus signos		
y perforé de hachones		
encendidos la amarga		
región del azabache. Yo no sé		
qué vuelo de planetas torcería		
mi suerte.		
Sobre el mudo desvío, sé que voy,		
como víbora en celo, persiguiendo		
el rastro de mi exilio.		

No encontrará mi alma su reposo		
hasta que en ti penetre		
y me amanezca		
y ría.

Sublime decisión – Juana Castro

Es injusto el amor, nunca se adapta		
ni a razones, ni a ritmo, ni a su tiempo.		
Maleducado es. Como una mala hierba,		
se enseñorea en la frente del herniado y del héroe.		
Sin orden crece ni concierto.		
Dislate de los sueños, pajarea		
con casadas igual que con los mancos,		
y planta sus reales y sus yerros		
sin reparar en canas ni en informes.		
Y siempre es mal venido.		
Pues arder sin objeto ya es locura		
o consumirse en vida por un fraude.		
Nos promete su cielo inexistente, anacrónico y alto, mientras clava		
cual vampiro su daga en nuestra sangre.		

Por eso en esta hora		
de mi azarosa vida me he propuesto		
sin tardanza entregarme al que será		
mi amor más puro y noble:		
El éxtasis sin celos y sin trabas		
con un muñeco hinchable.

Causa incausada – Juana Castro

La noche de san juan		
en la hora más ciega se aparece		
coronada de rosas, como una llama blanca.		
¿A quién festeja, a quién		
busca encendida, a quién,		
lasciva y dulce, entregará su boca?		
Los que la vieron, sueñan		
con camelias azules estallando en las manos,		
con bambúes fragantes y caobas y garzas.		
Pero Ella, que mana de Sí misma		
y a Sí propia regresa,		
lleva en Sí todo el vino,		
toda la miel, el heno, la salvia y los enjambres		
florecidos en ojos y en caricias.		
Con el alma en las manos		
la Magna, la Dichosa, ferviente sobre atlas		
atraviesa la tierra,		
porque Ella es el mundo.

Toda la piel del mundo – Juana Castro

Tú los ves ahí colgados, tirados, y dices,
vaya cosa, son cosa de mujeres, tonterías,
lo llevan para meter el pintalabios,
el móvil, quizás una compresa. Y te olvidas.

Pero ellas no olvidan, lo llevan como a un gato,
como al fiel compañero, como su santo y seña,
como su claro ex-libris.

Te equivocas si crees, en tu inocencia,
que esa cosa de rafia o de piel beige
sirve para tener a mano el colorete, las llaves, el perfume.

Yo la he visto de noche,
esa cosa respira, es una megalópolis,
no está quieta por dentro, es multiforme y crece.
A la hora del pan huele a cerveza,
y cuando está nublado
te puedes encontrar con que ahí dentro
hay una hija, un sol, unas tijeras
de robar rosas rojas.

Ahí, a tres de julio, he visto amanecer los pájaros cantando
y había un abanico para un novio
y una estrella de miel para la madre.
En el rincón azul, las gafas de coser,
las recetas del padre a la fecha de hoy,
la muestra de la tela -preciosa- que le dio el tapicero.
Al fondo la novela, la última, de Doris Lessing
y el bono de 10 horas del gimnasio.

Por ahí pasa un río,
pasa el día, la música, la niebla…

Esa cosa. Mi bolso.

Que va a dar al mar.

Profecía – Juana Castro

Algún día vendrás, sabes que miento,
que no puedo ya más tender la seda
lunar de la esperanza. Algún día
vendrás como una horca, el fiero
corazón guardando la armadura
y los labios en flor como limones
sangrados para el beso.
Peregrino lo sé, sé que algún día
recabarás aquí tu singladura
y yo te aguardaré, aguardaré
tu oído del vacío, sé que miento,
que no oiré nunca más
tu caracola niña. Puede ser
que vengas algún día
de otoño o una noche
de fuego en las ventanas, algún día
puede ser, pero sabes
que miento, yo no sé
si algún día.

De la lonja – Juana Castro

No te amaré mañana. He aguardado
tantos días desnuda, con tu nombre
grabado entre las cejas, que olvidé
los inviernos, el azul y las rosas.
Ciertamente, habría de ser negra
la piel negra del perro que amordazó
mis piernas y fue lenta, hacia dentro
vistiendo de parálisis la gallarda
evidencia del hombro. Hoy he visto
que tan sólo milímetros le restan
a los hilos del túnel. Pero existe el remedio:
Mañana, cuando tú te despiertes,
encontrarás el lecho bañado con mi sangre.
Un panal de uñas rotas, y tal vez
una pluma deshojada en la lucha.
No debes sorprenderte. Habré ganado
en el instante último mi guerra.
Con un ala perdida junto al cielo
y la llave morada de los labios, estaré,
torpe y triste, otra vez aprendiendo.
Mas debe ser así, pues que la libertad
hermana es gemela de la muerte.

Sentir el peso cálido… – Juana Castro

Sentir el peso cálido.
Girar
previsora la vista, y saber
que no hay nadie.
Agacharse. Enrollar
el vestido, dejar en las rodillas
la mínima blancura
de la tela, su felpa
y el fruncido que abraza
la cintura y las ingles.

Mojar
con el chorro dorado,
tibio y dulce la tierra
tan reseca de agosto, el desamparo
sutil de las hormigas en la hollada
palidez de los henos.

Mezclar
su fragancia espumosa con el verde
vapor denso de mayo, sus alados
murmullos, la espantada
carrera de los grillos.

Y en invierno, elevar
un aliento de nube
caldeada, aspirando el helor
de hoja fría del aire.

Orinar
era un rito pequeño
de dulzura
en el campo.