Archivo de la categoría: Leopoldo María Panero

Ruina – Leopoldo María Panero

Padezco de una extraña comunicación con el estiércol
Bautizado por el Papa Negro de la ruina
Un papa al que no dejan salir electo
Unos buitres asexuados sin religión
Y el buitre volando sobre la página
Sobre el ciervo de la ruina
Sobre el ciervo atroz del desastre
Y todos mis poemas son un himno al desastre
Y la única comunión debe ser comunión con la ruina
Y la única compasión, compasión con la ruina
Y con la perfecta belleza del desastre.

El noi del sucre – Leopoldo María Panero

Tengo un idiota dentro de mí, que llora,
que llora y que no sabe, y mira
sólo la luz, la luz que no sabe.
Tengo al niño, al niño bobo, como parado
en Dios, en un dios que no sabe
sino amar y llorar, llorar por las noches
por los niños, por los niños de falo
dulce, y suave de tocar, como la noche.
Tengo a un idiota de pie sobre una plaza
mirando y dejándose mirar, dejándose
violar por el alud de las miradas de otros, y
llorando, llorando frágilmente por la luz.
Tengo a un niño solo entre muchos, as
a beaten dog beneath the hail, bajo la lluvia, bajo
el terror de la lluvia que llora, y llora,
hoy por todos, mientras
el sol se oculta para dejar matar, y viene
a la noche de todos el niño asesino
a llorar de no se sabe por qué, de no saber hacerlo
de no saber sino tan sólo ahora
por qué y cómo matar, bajo la lluvia entera,
con el rostro perdido y el cabello demente
hambrientos, llenos de sed, de ganas
de aire, de soplar globos como antes era, fue
la vida un día antes
de que allí en la alcoba de
los padres perdiéramos la luz.

Himno a Satán – Leopoldo María Panero

Tú que eres tan sólo
una herida en la pared
y un rasguño en la frente
que induce suavemente 
a la muerte.
Tú ayudas a los débiles
mejor que los cristianos
tú vienes de las estrellas
y odias esta tierra
donde moribundos descalzos
se dan la mano día tras día
buscando entre la mierda
la razón de su vida:
yo que nací del excremento
te amo
y amo posar sobre tus 
manos delicadas mis heces.
Tu símbolo era el ciervo
y el mío la luna
que caiga la lluvia sobre
nuestras faces
uniéndonos en un abrazo
silencioso y cruel en que
como el suicidio, sueño
sin ángeles ni mujeres
desnudo de todo
salvo de tu nombre
de tus besos en mi ano
y tus caricias en mi cabeza calva
rociaremos con vino, orina y 
sangre las iglesias
regalo de los magos
y debajo del crucifijo
aullaremos.

Himno de la espía – Leopoldo María Panero

No hay nadie en el mundo, se diría 
salvo la Espía.
¿Quién es la Espía?
                   Olana, se diría. 
Posada en el techo hay una mosca 
Olana allí me espía.
Miro al cielo, y él me mira:
¿no será Olana que me observa 
quizá, tal vez, desde una nube 
en forma de Espía?
Porque el cielo a nadie mira.
Recorro el mar con grandes piernas 
son dos las piernas, mas de pronto 
descubro al lado una tercera: mía no es, 
luego es de Olana, que me espía, 
ya no sé qué hacer sin esos ojos 
que allí en el frío me vigilan; 
mi figurón tiembla y vacila 
no sé quién soy ya sin la Espía.

Mutis – Leopoldo María Panero

Era más romántico quizá cuando
arañaba la piedra
y decía por ejemplo, cantando
desde la sombra a las sombras,
asombrado de mi propio silencio,
por ejemplo: “hay
que arar el invierno
y hay surcos, y hombres en la nieve”.
Hoy las arañas me hacen cálidas señas desde
las esquinas de mi cuarto, y la luz titubea,
y empiezo a dudar que sea cierta
la inmensa tragedia
de la literatura.

Hay restos de mi figura y ladra un perro… – Leopoldo María Panero

Hay restos de mi figura y ladra un perro.
Me estremece el espejo: la persona, la máscara
es ya máscara de nada.
Como un yelmo en la noche antigua
una armadura sin nadie
así es mi yo un andrajo al que viste un nombre.

Dime ahora, payo al que llaman España
si ha valido la pena destruirme
bañando con tu inmundo esperma mi figura.
Tus ángeles orinan sobre mí.

San Pedro y San Rafael
en una esquina comentan
mientras avanzo borracho
sobre esa piedra, payo,
que llaman España.

El circo – Leopoldo María Panero

Dos atletas saltan de un lado a otro de mi alma
lanzando gritos y bromeando acerca de la vida:
y no sé sus nombres. Y en mi alma vacía escucho siempre
cómo se balancean los trapecios. Dos
atletas saltan de un lado a otro de mi alma
contentos de que esté tan vacía.
Y oigo
oigo en el espacio sonidos
una y otra vez el chirriar de los trapecios
una y otra vez.
Una mujer sin rostro canta de pie sobre mi alma,
una mujer sin rostro sobre mi alma en el suelo,
mi alma, mi alma: y repito esa palabra
no sé si como un niño llamando a su madre a la luz,
en confusos sonidos y con llantos, o bien simplemente
para hacer ver que no tiene sentido.
Mi alma. Mi alma
es como tierra dura que pisotean sin verla
caballos y carrozas y pies, y seres
que no existen y de cuyos ojos
mana mi sangre hoy, ayer, mañana. Seres
sin cabeza cantarán sobre mi tumba
una canción incomprensible.
Y se repartirán los huesos de mi alma.
Mi alma.
               Mi hermano muerto fuma un cigarrillo junto a mí.