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Edifícame en piedra – Mariluz Escribano

Si mi voz no te alcanza
ahora que estás dormido,
recréame en el mundo
de tus mágicos sueños.
Olvida cómo soy,
edifícame en piedra
para que así tu puedas
vivirme eternamente.

Inscrita en tu memoria
por los siglos seré
amor indestructible,
inamovible roca enamorada y alta.

Si mi voz no te alcanza
puesto que estás dormido,
déjalo para luego.
Soy tan frágil ahora
que la lluvia me hiere.
Edifícame en piedra,
suéñame inalterable.

Ha venido el otoño – Mariluz Escribano

Ha venido el otoño, ¿lo recuerdas?
Madre, ¿te acuerdas del otoño?:
últimas rosas de la Huerta,
los álamos dorados, aquel prado,
la lluvia en la ventana, los silencios
aislándonos del mundo y sus quehaceres,
la voz del vendedor que se perdía
dolorida y cansada
en la grisura azul del patio
entre las voces blancas de las niñas
que jugaban al corro:
«A la flor del romero,
romero verde...
Si el romero se seca
ya no florece...».
Madre, no sé si lo recuerdas.

Los ojos de mi padre – Mariluz Escribano

Los ojos de mi padre,
los ojos de mi padre,
mirándome en la patria cereal de los trigos,
en un tiempo de cunas
mecidas por el viento de la guerra,
mirando cómo crezco
en los abecedarios
y conquisto sonidos primitivos
balbuceos, palabras necesarias,
porque él me empuja y vuelve,
desde su corazón y sus espigas,
su corazón de tierra y manantiales,
patria de tierra y gritos apagados.
Mi padre es un silencio
que mira como crezco.
Sus manos me conforman,
me miran la estatura,
la dimensión del cuerpo,
averiguan gozosas
que me elevo en trigal.
Las manos de mi padre
tocan mi cuerpo y cantan,
y yo sé que me acunan
con nanas de caballos,
con la salmodia triste del judío,
del converso que habita por su sangre.
Pero paseo con mi padre.
Abandono en sus manos
mis manos tan pequeñas,
y al calor de su sangre
mis pulsaciones tienen
una ambición de tiempos.

En las luces inquietas de la tarde,
al borde de la noche,
vamos pisando hierbas, territorios,
ríos como torrentes, manantiales,
horizontes donde la niebla habita,
paisajes metalúrgicos y bosques,
ciudades, vientos, cordilleras,
blancas constelaciones.
Camino con mi padre.
Me nombra a las palomas,
pájaros migratorios,
aguanieves que rozan las praderas,
alcaudones de viento,
golondrinas, gorriones, avefrías.
Y todo pasa y llega de su mano,
y a mi infancia regresa
el calor confortable de su sangre

Cuando llegan los días de septiembre,
láminas del otoño,
las madrugadas frías y estrelladas
detienen sus palabras.
Pero es sólo un instante
de sangre y de fusiles
porque mi padre vuelve del silencio
y pasea conmigo
el callado silencio de las calles,
y los campos sembrados
y las constelaciones,
y su voz de madera me acompaña, me mira cómo crezco.
Todo el mundo conoce
que heredé de mi padre una bandera.

Cuando me vaya – Mariluz Escribano

Dejaré un silencio en el recuerdo,
sonidos de una voz que fue muy joven,
y un aroma de sándalo y cipreses
para que no me olvides.

Y ahora, cuando el sol desaparece,
y hay promesa de una noche clara,
las estrellas se esconden
y están muertas de tanta nívea luz.

Dejaré abierta la ventana.
Un gorrión divulgará mi huida,
y un frescor de mañana
anunciará mi marcha,
con trémula voz para llamarte.

Cuando me vaya
perderé las praderas,
los bosques encendidos de noviembre,
el verde del jardín en primavera,
la tenue luz de los planetas,
la sonrisa de un niño,
el calor de un amigo,
lágrimas de dolor por los caminos
que transité tan alta,
la caricia de un perro
que dio fuego a mis manos.

Cuando me vaya
habré perdido tantas cosas,
que creceré en trigal
por no morirme.

Palabras – Mariluz Escribano

Con esta claridad del frío
con que algunas palabras envejecen,
dejando los espacios del silencio
en relojes de arena,
las soledades llegan y se instalan
en las conversaciones,
en las calles heridas por las sombras
donde las gentes, mudas,
ni se conocen ni se nombran
y acomodan sus pasos
a las prisas del agua.

Igual que las palabras envejecen,
la soledad nos pisa los talones.