Tú eres el material de mis versos, querida.
Porque, después de todo,
nunca escribí mis versos exactamente a ti.
Yo los hice de ti.
No escribo versos, yo me los arranco
retorciendo mis huesos doloridos.
La entrada es gratis para conocidos;
para amadas reservo el primer banco.
Me contorsiono, corro cojitranco,
caigo en los verdes plintos extendidos...
Mirad mi corazón que, entre gemidos,
hago surgir como un conejo blanco.
«Dios mío, nunca cambias el programa»,
la clara voz de mis amadas clama.
Se queja el público: «Qué aburrimiento...».
«¿Qué puedo daros nuevo o imprevisto?»
—digo, mientras cansado me desvisto—
«yo sólo sé sufrir, llorar... Lo siento».
Poesía de todas la épocas y nacionalidades