Vuelve otra vez y tómame,
amada sensación retorna y tómame —
cuando la memoria del cuerpo se despierta,
y un antiguo deseo atraviesa la sangre;
cuando los labios y la piel recuerdan,
cuando las manos sienten que aún te tocan.
Vuelve otra vez y tómame en la noche,
cuando los labios y la piel recuerdan...
Archivo de la categoría: Poesía griega
Tres palomas rojas en la luz… – Yorgos Seferis
Tres palomas rojas en la luz
grabando en la luz nuestro destino
con colores y gestos de personas
que amábamos.
Lejano – Constantino Cavafis
Quisiera revivir este recuerdo...
Pero está extinguido ahora... casi nada subsiste —
yace lejos, en los años de mi adolescencia.
Una piel hecha de jazmines en la noche...
Aquella de agosto —¿fue agosto?— recuerdo apenas..
Aquellos ojos; eran, creo, azules...
Sí, azules: como el zafiro.
La hoja del álamo – Giorgos Seferis
Temblaba tanto que se la llevó el viento
temblaba tanto cómo no se la iba a llevar el viento
allá lejos
un mar
allá lejos
una isla al sol
y las manos aferradas a los remos
muriendo a la vista del puerto
y los ojos cerrados en anémonas marinas.
Temblaba tanto y tanto
la he buscado tanto y tanto
en la acequia de los eucaliptos
en primavera y en otoño
en todos los bosques desnudos
cuánto la he buscado, Dios mío.
Negación – Yorgos Seferis
En una playa secreta
blanca como una paloma
tuvimos sed en la tarde;
pero el agua era salobre.
Sobre la arena tan rubia
hemos escrito su nombre;
qué bien que sopló la brisa
y se borró la inscripción.
Con qué corazón, qué aliento,
qué deseos, qué pasión
tomamos la vida: ¡error!
Y así cambiamos de vida.
La mesa vecina – Constantino Cavafis
No puede tener más de veintidós años.
Y sin embargo estoy seguro, hacé esos
años gocé este mismo cuerpo.
No me ciega el deseo.
Apenas he llegado a este local;
no he tenido ni tiempo de beber suficiente.
He gozado este cuerpo.
Y no recuerdo dónde —y qué más da.
Ah, pero mirándolo sentado en la mesa vecina
reconozco todos sus movimentos —y bajo su ropa
de nuevo veo los amados miembros desnudos.
Contemplé tanto – Constantino Cavafis
Contemplé tanto la belleza,
que mi visión le pertenece.
Líneas del cuerpo. Labios rojos. Sensuales miembros.
Cabellos como copiados de las estatuas griegas;
hermosos siempre, incluso despeinados,
y caídos apenas, sobre las blancas sienes.
Rostros del amor, tal como los deseaba
mi poesía... en mis noches juveniles,
en mis noches ocultas, encontradas...
Recuerda, cuerpo… – Constantino Cavafis
Recuerda, cuerpo, no tan solo cuánto te han amado
no solamente las camas en las que te acostaste,
sino también tantos deseos que por ti
hacían destellar tanto los ojos,
y que temblaban en la voz —y algún
obstáculo casual los anuló.
Ahora que todo ya al pasado pertenece,
parece como si a aquellos deseos
te hubiera entregado —qué destellos,
recuerda, en los ojos que te miraban;
cómo temblaban en la voz, por ti, recuerda, cuerpo.
Idus de marzo – Constantino Cavafis
Ten miedo a las grandezas, alma mía.
Y si tus ambiciones no las puedes
vencer, persíguelas con precauciones,
vacilante. Y cuanto más avances,
sé más escrutadora y vigilante.
Y cuando, al fin, alcances tu apogeo, César,
y adquieras la figura de hombre egregio,
vigila sobre todo entonces, al salir a la calle,
dominador insigne en tu cortejo,
si por azar de entre la multitud se te acerca
un Artemidoro, que trae una carta,
y dice apresuradamente: «Lee ahora mismo esto,
son asuntos muy graves que te atañen»,
no dejes de pararte, no dejes de aplazar
ocupaciones y entrevistas, ni de apartar
a esos que al saludarte se prosternan
(los ves más tarde); que incluso espere
el mismísimo Senado. Y, al punto, entérate
del importante escrito de Artemidoro.
En la desesperación – Constantino Cavafis
Lo perdió por completo. Y ahora va buscando
hallar entre los labios de cada nuevo amante
aquellos labios suyos: buscando va en la unión
con cada nuevo amante engañarse pensando
que es el mismo joven, que ahora se le entrega.
Lo perdió por completo, cual si nunca existiera.
Porque quería —dijo— quería redimirse
del estigmatizado, enfermizo placer,
del estigmatizado, placer vergonzante.
Aún estaba a tiempo —decía— de salvarse.
Lo perdió por completo, cual si nunca existiera.
Con la imaginación, las alucinaciones,
en labios de otros jóvenes sus labios va buscando:
y así procurando sentir de nuevo su amor.