En todo amor se escucha siempre
la soledosa vena de agua
donde se copia ausente
un rostro vivo que fue nuestro.
El agua surge, el agua nombra,
con suaves labios transparentes,
la vieja cuna sola
y unas palabras en rescoldo.
El amor es así. Nos siembra
sol en el alma, y con el agua
cánticos de la tierra
nos traen anhelos memoriosos.
Paloma triste de mi madre
abre en mi pecho la nostalgia;
Córdoba es adusta, y cae
en mí un ocaso susurrante.
Mi padre cabalgando. en marcha,
en hierro gris. en enemiga;
el Cuzco, noble patria.
piedra viril ante el destino.
Oh corazón, sé pozo quieto
pero vivo de amor por ellos;
guarda sus sombras, guarda
sus muy humanos resplandores.
Por sobre ti pongo el oído
y siento el rumor del sol, la luz
del agua, el surco tibio,
la mano buena del labriego.
El amor es así. La sangre,
el país que me habla por dentro,
me hacen saber, y sabe
ser corriente agua el recuerdo.
Archivo de la categoría: poesía peruana
Te he seguido… – Emilio Adolfo Westphalen
Te he seguido como nos persiguen los días
Con la seguridad de irlos dejando en el camino
De algún día repartir sus ramas
Por una mañana soleada de poros abiertos
Columpiándose de cuerpo a cuerpo
Te he seguido como a veces perdemos los pies
Para que una nueva aurora encienda nuestros labios
y ya nada pueda negarse
y ya todo sea un mundo pequeño rodando las escalinatas
y ya todo sea una flor doblándose sobre la sangre
y los remos hundiéndose más en las auras
Para detener el día y no dejarle pasar
Te he seguido como se olvidan los años
Cuando la orilla cambia de parecer a cada golpe de viento
y el mar sube más alto que el horizonte
Para no dejarme pasar
Te he seguido escondiéndome tras los bosques y las ciudades
Llevando el corazón secreto y el talismán seguro
Marchando sobre cada noche con renacidas ramas
Ofreciéndome a cada ráfaga como la flor se tiende en la onda
O las cabelleras ablandan sus mareas
Perdiendo mis pestañas en el sigilo de las alboradas
Al levantarse los vientos y doblegar los árboles y las torres
Cayéndome de rumor en rumor
Como el día soporta nuestros pasos
Para después levantarme con el báculo del pastor
y seguir las ríadas que separan siempre
La vid que ya va a caer sobre nuestros hombros
y la llevan cual un junco arrastrado por la corriente
Te he seguido por una sucesión de ocasos
Puestos en el muestrario de las tiendas
Te he seguido ablandándome de muerte
Para que no oyeras mis pasos
Te he seguido borrándome la mirada
y callándome como el río al acercarse al abrazo
O la luna poniendo sus pies donde no hay respuesta
y me he callado como si las palabras no me fueran a llenar la vida
y ya no me quedara más que ofrecerte
Me he callado porque el silencio pone más cerca los labios
Porque sólo el silencio sabe detener a la muerte en los umbrales
Porque sólo el silencio sabe darse a la muerte sin reservas
y así te sigo porque sé que más allá no has de pasar
y en la esfera enrarecida caen los cuerpos por igual
Porque en mí la misma fe has de encontrar
Que hace a la noche seguir sin descanso al día
Ya que alguna vez le ha de coger y no le dejará de los dientes
Ya que alguna vez le ha de estrechar
Como la muerte estrecha a la vida
Te sigo como los fantasmas dejan de serlo
Con el descanso de verte torre de arena
Sensible al menor soplo u oscilación de los planetas
Pero siempre de pie y nunca más lejos
Que al otro lado de la mano
Heces – César Vallejo
Esta tarde llueve, como nunca; y no
tengo ganas de vivir, corazón.
Esta tarde es dulce. ¿Por qué no ha de ser?
Viste gracia y pena; viste de mujer.
Esta tarde en Lima llueve. Y yo recuerdo
las cavernas crueles de mi ingratitud;
mi bloque de hielo sobre su amapola,
más fuerte que su "¡NO seas así!"
Mis violentas flores negras; y la bárbara
y enorme pedrada; y el trecho glacial.
Y pondrá el silencio de su dignidad
con óleos quemantes el punto final.
Por eso esta tarde, como nunca, voy
con este buho, con este corazón.
Y otras pasan; y viéndome tan triste,
toman un poquito de ti
en la abrupta arruga de mi hondo dolor.
Esta tarde llueve, llueve mucho. ¡Y no
tengo ganas de vivir, corazón!
Las manos – José Watanabe
Mi padre vino desde tan lejos
cruzó los mares,
caminó
y se inventó caminos,
hasta terminar dejándome sólo estas manos
y enterrando las suyas
como dos tiernísimas frutas ya apagadas.
Digo que bien pueden ser éstas sus manos
encendidas también con la estampa de Utamaro
del hombre tenue bajo la lluvia.
Sin embargo, la gente repite que son mías
aunque mi padre
multiplicó sus manos
sólo por dos o tres circunstancias de la vida
o porque no quiso que otras manos
pesasen sobre su pecho silenciado.
Pero es bien sencillo comprender
que con estas manos
también enterrarán un poco a mi padre,
a su venida desde tan lejos,
a su ternura que supo modelar sobre mis cabellos
cuando él tenía sus manos para coger cualquier viento,
de cualquier tierra.
Los desgraciados – César Vallejo
Ya va a venir el día; da
cuerda a tu brazo, búscate debajo
del colchón, vuelve a pararte
en tu cabeza, para andar derecho.
Ya va a venir el día, ponte el saco.
Ya va a venir el día; ten
fuerte en la mano a tu intestino grande, reflexiona
antes de meditar, pues es horrible
cuando le cae a uno la desgracia
y se le cae a uno a fondo el diente.
Necesitas comer, pero, me digo,
no tengas pena, que no es de pobres
la pena, el sollozar junto a su tumba:
remiéndate, recuerda,
confía en tu hilo blanco, fuma, pasa lista
a tu cadena y guárdala detrás de tu retrato.
Ya va a venir el día, ponte el alma.
Ya va a venir el día; pasan,
han abierto en el hotel un ojo,
azotándolo, dándole con un espejo tuyo…
¿Tiemblas? Es el estado remoto de la frente
y la nación reciente del estómago.
Roncan aún… ¡Qué universo se lleva este ronquido!
¡Cómo quedan tus poros, enjuiciándolo!
¡Con cuántos doses ¡ay! estás tan solo!
Ya va a venir el día, ponte el sueño.
Ya va a venir el día, repito
por el órgano oral de tu silencio
y urge tomar la izquierda con el hambre
y tomar la derecha con la sed; de todos modos,
abstente de ser pobre con los ricos,
atiza
tu frío, porque en él se integra mi calor, amada víctima.
Ya va a venir el día, ponte el cuerpo.
Ya va a venir el día;
la mañana, la mar, el meteoro, van
en pos de tu cansancio, con banderas,
y, por tu orgullo clásico, las hienas
cuentan sus pasos al compás del asno,
la panadera piensa en ti,
el carnicero piensa en ti palpando
el hacha en que están presos
el acero y el hierro y el metal; jamás olvides
que durante la misa no hay amigos.
Ya va a venir el día, ponte el sol.
Ya viene el día; dobla
el aliento, triplica
tu bondad rencorosa
y da codos al miedo, nexo y énfasis,
pues tú, como se observa en tu entrepierna y siendo
el malo ¡ay! inmortal,
has soñado esta noche que vivías
de nada y morías de todo…
Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas… – César Vallejo
Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas…
de memoria, gravísimo cetáceo;
oye a la túnica en que estás dormido,
oye a tu desnudez, dueña del sueño.
Relátate agarrándote
de la cola del fuego y a los cuernos
en que acaba la crin su atroz carrera;
rómpete, pero en círculos;
fórmate, pero en columnas combas;
descríbete atmosférico, ser de humo,
a paso redoblado de esqueleto.
¿La muerte? ¡Opónle todo su vestido!
¿La vida? ¡Opónle parte de tu muerte!
Bestia dichosa, piensa;
dios desgraciado, quítate la frente.
Luego, hablaremos.
Poema para ser leído y cantado – César Vallejo
Sé que hay una persona
que me busca en su mano, día y noche,
encontrándome, a cada minuto, en su calzado.
¿Ignora que la noche está enterrada
con espuelas detrás de la cocina?
Sé que hay una persona compuesta de mis partes,
a la que integro cuando va mi talle
cabalgando en su exacta piedrecilla.
¿Ignora que a su cofre
no volverá moneda que salió con su retrato?
Sé el día,
pero el sol se me ha escapado;
sé el acto universal que hizo en su cama
con ajeno valor y esa agua tibia, cuya
superficial frecuencia es una mina.
¿Tan pequeña es, acaso, esa persona,
que hasta sus propios pies así la pisan?
Un gato es el lindero entre ella y yo,
al lado mismo de su taza de agua.
La veo en las esquinas, se abre y cierra
su veste, antes palmera interrogante…
¿Qué podrá hacer sino cambiar de llanto?
Pero me busca y busca. ¡Es una historia!
Orgasmo – José Watanabe
¿Me dejará la muerte
gritar
como ahora?
Idilio muerto – César Vallejo
Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.
Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir,
ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.
Qué será de su falda de franela; de sus
afanes; de su andar;
de su sabor a cañas de Mayo del lugar.
Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando «Qué frío hay… Jesús!»
Y llorará en las tejas un pájaro salvaje.
Se mece suavemente al viento… – Emilio Adolfo Westphalen
Se mece suavemente al viento
La mujer que ha brotado blanca y desnuda
En la copa del ciprés
Con una pequeña corona de oro sobre la cabeza
Y encima de la corona un ojo de piedra verde
Que mira fijamente.