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Los desgraciados – César Vallejo

Ya va a venir el día; da
cuerda a tu brazo, búscate debajo
del colchón, vuelve a pararte
en tu cabeza, para andar derecho.
Ya va a venir el día, ponte el saco.

Ya va a venir el día; ten
fuerte en la mano a tu intestino grande, reflexiona
antes de meditar, pues es horrible
cuando le cae a uno la desgracia
y se le cae a uno a fondo el diente.

Necesitas comer, pero, me digo,
no tengas pena, que no es de pobres
la pena, el sollozar junto a su tumba:
remiéndate, recuerda,
confía en tu hilo blanco, fuma, pasa lista
a tu cadena y guárdala detrás de tu retrato.
Ya va a venir el día, ponte el alma.

Ya va a venir el día; pasan,
han abierto en el hotel un ojo,
azotándolo, dándole con un espejo tuyo…
¿Tiemblas? Es el estado remoto de la frente
y la nación reciente del estómago.
Roncan aún… ¡Qué universo se lleva este ronquido!
¡Cómo quedan tus poros, enjuiciándolo!
¡Con cuántos doses ¡ay! estás tan solo!
Ya va a venir el día, ponte el sueño.

Ya va a venir el día, repito
por el órgano oral de tu silencio
y urge tomar la izquierda con el hambre
y tomar la derecha con la sed; de todos modos,
abstente de ser pobre con los ricos,
atiza
tu frío, porque en él se integra mi calor, amada víctima.
Ya va a venir el día, ponte el cuerpo.

Ya va a venir el día;
la mañana, la mar, el meteoro, van
en pos de tu cansancio, con banderas,
y, por tu orgullo clásico, las hienas
cuentan sus pasos al compás del asno,
la panadera piensa en ti,
el carnicero piensa en ti palpando
el hacha en que están presos
el acero y el hierro y el metal; jamás olvides
que durante la misa no hay amigos.
Ya va a venir el día, ponte el sol.

Ya viene el día; dobla
el aliento, triplica
tu bondad rencorosa
y da codos al miedo, nexo y énfasis,
pues tú, como se observa en tu entrepierna y siendo
el malo ¡ay! inmortal,
has soñado esta noche que vivías
de nada y morías de todo…

Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas… – César Vallejo

Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas…
de memoria, gravísimo cetáceo;
oye a la túnica en que estás dormido,
oye a tu desnudez, dueña del sueño.

Relátate agarrándote
de la cola del fuego y a los cuernos
en que acaba la crin su atroz carrera;
rómpete, pero en círculos;
fórmate, pero en columnas combas;
descríbete atmosférico, ser de humo,
a paso redoblado de esqueleto.

¿La muerte? ¡Opónle todo su vestido!
¿La vida? ¡Opónle parte de tu muerte!
Bestia dichosa, piensa;
dios desgraciado, quítate la frente.
Luego, hablaremos.

Poema para ser leído y cantado – César Vallejo

Sé que hay una persona
que me busca en su mano, día y noche,
encontrándome, a cada minuto, en su calzado.
¿Ignora que la noche está enterrada
con espuelas detrás de la cocina?

Sé que hay una persona compuesta de mis partes,
a la que integro cuando va mi talle
cabalgando en su exacta piedrecilla.
¿Ignora que a su cofre
no volverá moneda que salió con su retrato?

Sé el día,
pero el sol se me ha escapado;
sé el acto universal que hizo en su cama
con ajeno valor y esa agua tibia, cuya
superficial frecuencia es una mina.
¿Tan pequeña es, acaso, esa persona,
que hasta sus propios pies así la pisan?

Un gato es el lindero entre ella y yo,
al lado mismo de su taza de agua.
La veo en las esquinas, se abre y cierra
su veste, antes palmera interrogante…
¿Qué podrá hacer sino cambiar de llanto?

Pero me busca y busca. ¡Es una historia!

Idilio muerto – César Vallejo

Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.

Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir,
ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.

Qué será de su falda de franela; de sus
afanes; de su andar;
de su sabor a cañas de Mayo del lugar.

Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando «Qué frío hay… Jesús!»
Y llorará en las tejas un pájaro salvaje.

Villanela – Carlos Germán Belli

Llevarte quiero dentro de mi piel,
Si bien en la lontananza aún te acecho,
Para rescatar la perdida miel.

Contemplándote como un perro fiel,
En el día te sigo trecho a trecho,
Que haberte quiero dentro de mi piel.

No más el sabor de la cruda hiel,
Y en paz quedar conmigo y ya rehecho,
Rescatando así la perdida miel.

Ni viva aurora, ni oro, ni clavel,
Y en cambio por primera vez el hecho
De llevarte yo dentro de mi piel.

Verte de lejos no es asunto cruel,
Sino el raro camino que he hecho,
Para rescatar la perdida miel.

El ojo mío nunca te es infiel,
Aún estando ya distante de tu pecho,
Que haberte quiero dentro de mi piel,
Y así rescatar la perdida miel.

Una representación hermosa del amor… – Emilio Adolfo Westphalen

Una representación hermosa del amor
Debería volver siempre sobre sí misma
Una y otra vez y otra vez
Y así indefinidamente
Deberían repetirse exactamente
Los mismos gestos
Los mismos movimientos
El mismo ruido de besos
Las mismas ondulaciones
De modo que la reproducción cinematográfica
Sumamente acelerada
De todos estos coitos sucesivos
En pequeños rectángulos situados
Encima de las mesas y sobre las paredes
Pudiera servir de instrumento regulador
De la marcha del tiempo
Y ser denominado
Reloj de amor.

Sextina de los desiguales – Carlos Germán Belli

Un asno soy ahora, y miro a yegua,
bocado del caballo y no del asno,
y después rozo un pétalo de rosa,
con estas ramas cuando mudo en olmo,
en tanto que mi lumbre de gran día,
el pubis ilumina de la noche.

Desde siempre amé a la secreta noche,
exactamente igual como a la yegua,
una esquiva por ser yo siempre día,
y la otra por mirarme no más asno,
que ni cuando me cambio en ufano olmo,
conquistar puedo a la exquisita rosa.

Cuánto he soñado por ceñir a rosa,
o adentrarme en el alma de la noche,
mas solitario como día u olmo
he quedado y aun ante rauda yegua,
inalcanzable en mis momentos de asno,
tan desvalido como el propio día.

Si noche huye mi ardiente luz de día,
y por pobre olmo olvídame la rosa,
¿Cómo me las veré luciendo en asno?
Que sea como fuere, ajena noche,
no huyáis del día; ni del asno, ¡oh yegua!;
ni vos, flor, del eterno inmóvil olmo.

Mas sé bien que la rosa nunca a olmo
pertenecerá ni la noche al día,
ni un híbrido de mí querrá la yegua;
y sólo alcanzo espinas de la rosa,
en tanto que la impenetrable noche,
me esquiva por ser día y olmo y asno.

Aunque mil atributos tengo de asno,
en mi destino pienso siendo olmo,
ante la orilla misma de la noche;
pues si fugaz mi paso cuando día,
o inmóvil punto al lado de la rosa,
que vivo y muero por la fina yegua.

¡Ay! ni olmo a la medida de la rosa,
y aun menos asno de la esquiva yegua,
mas yo día ando siempre tras la noche.

Eclipse – Rodolfo Hinostroza

Un sol negro semejante
A la premonición del desastre. Un sol muerto
Robando las plegarias de los campesinos ojerosos.
Un sol ajeno a todo lo que habíamos conocido
Hasta entonces
A todo lo que habíamos sufrido hasta entonces.

Este es el sol que ha descendido sobre nuestras ciudades. Ha
Agotado a las doncellas. Ha roto de un hachazo
Las gruesas mesas de madera y los toneles
De vino espeso como sangre de gallo. Ha tensado
Los mares y los ríos. Ha cortado la leche
De las madres primerizas. Ha revelado
A los bachilleres sudorosos
Que hay una espera completamente sobria
De lo inevitable.
Fría como el rodar de las esferas celestes.
Todo está ahora detenido. No obstante
Hay como el ruido de cubiertos en una larga sobremesa.

Y bufones huidizos, bufones
De orejas puntiagudas
Soportando en sus jorobas las secas maldiciones.