De pronto aparece en la puerta, como tallado, el
acreedor. Viene en busca de su salario. Tiende su
mano izquierda desde la entrada, inmóvil. Los dos
nos miramos sin comprender.
Se insinúa con sigilo o irrumpe sin avisar.
Reconozco que estoy condenado a hacerle el juego.
Si ambos fuésemos reales no nos desgastaríamos en
esta persecución, pero nuestra servidumbre es la
misma: somos personajes. Nos acompaña el miedo.
Mi costumbre es tomar su bando. Le permito que
hable por mí.
Me convierte en plato de su odio.
Soy su aliado.
Sí, me usa, me usa para sus fines, que también se
vuelven contra él. La fuente que lo envenena rebosa
con jirones míos, suyos. Nos confundimos, nos
entretejemos, nos intrincamos, sin querer. Hasta nos
perdemos de vista, y ya no sabemos quién es el que
persigue.
Tengo que contrarrestar, con otra voz, sus cargos,
pero casi siempre estoy de su parte.
¿Cuándo tuvo lugar este desplazamiento? Son pocos
los días en que el enemigo no ha contado con mi
apoyo. Nunca en realidad he sido contrapeso para sus
demandas. Me consta, me consta en mi carne. Siempre
firmé sus acusaciones, sus ataques sorpresivos, sus
listas de agravios. Siempre contó con el respaldo que
yo necesitaba para mi tarea. Sí, siempre a mi acusador lo encontré más eficaz, y a su casuística atroz
sólo podía oponerle unos ojos inmóviles.
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Imagen – Rafael Cadenas
Irás
de una tergiversación
a otra
en lenguas
(la costumbre
es tomar la medida
con éste o aquel metro
y echar el fallo)
pero a ti,
entero,
sólo te conoce
el vacío.
Despedida – Rafael Cadenas
Nuestras inscripciones fueron barridas,
nuestros lugares devorados por la arena,
nuestras fiestas convertidas en fogatas que avientan su ilusorio mediodía.
Contemplamos la devastación.
Todas las creaciones de nuestros ojos
se hunden.
Respiramos
separación. El cisma
es nuestro
refugio.
No hay luz que nos enlace
pero una vez
corrió el licor abandonado,
desconocidas fuerzas de unión
manaron para marcar a fuego
toda la vida.
Ahora
quiero sentir sobre mí la alianza
que anonadó nuestros rostros.
Devuélveme el fulgor
y los ojos que le pertenecen.
El vino se ha eclipsado.
Los días de los amantes también pasan.
Excelencia de lo vivo sobre lo vivido.
Costa que se aleja,
puedes
darme el poder
de vivir en otra parte.
Muerde…- Rafael Cadenas
Muerde,
traga,
recibe
lo necesitas,
lo está pidiendo a gritos tu cuerpo,
lo reclama tu pecho a voces,
lo esperan tus rodillas.
Come cuanto antes este plato.
Tus manos no se sentirán flojas en la mañana.
Toma el bocado que te corresponde,
el escogido para ti,
el que alguien puso en tu mesa
para que vivieras con él.
Donde las manos ya no persiguen… – Rafael Cadenas
Donde las manos ya no persiguen,
apareces.
Los dos inútiles- Rafael Cadenas
El que he sido gesticula para que lo reciba en este instante.
Abandonado, casi irreconocible, cedido a una voracidad, lucha por reconquistar el terreno perdido.
He decidido dejarlo fuera con una palabra tajante.
Me limito a esperar en silencio al que vendrá.
Al que he buscado con un hachón en la casa sin construir.
Al que apenas oí cuchichear una mañana en el dormitorio.
Al que más se alimenta con la sangre del momento.
Colmo oscuro, extremo de monólogo, mórbido visitante.
Mi perturbador puntual, siempre frente a mí con su enjambre de reticencias, huyéndome en susurros.
Mi magna pérdida.
Frente al tiempo – Rafael Cadenas
Eres tú el amor antiguo.
(Por buscarte, me recogí, dejé, suprimí, me abstuve, aplacé.
Guárdate de la esperanza.)
Amor, detenido en el aire como una mano por otra mano.
Una mañana descubierta, pero perdida
—cae su luz donde los labios no están preparados.
Auge fantasma,
A ningún ave deslumbra este brillo.
Los rayos de tu beso obligo a devolverse.
Desolado – Rafael Cadenas
Pasatiempo – Rafael Cadenas
Por la mañana exploro las paredes de mi cuarto en busca de nuevos agujeros.
Pongo en ellos cartón piedra, jirones de ropa inservible, trozos de periódicos.
Encima les pego pequeñas tarjetas con vehementes recados.
Son exhortaciones anotadas apresuradamente en letras gruesas.
Vengo de un reino extraño… – Rafael Cadenas
Vengo de un reino extraño,
vengo de una isla iluminada,
vengo de los ojos de una mujer. Desciendo por el día pesadamente. Música perdida me acompaña.
Una pupila cargadora de frutas
se adentra en lo que ve.
Mi fortaleza,
mi última línea,
mi frontera con el vacío
ha caído hoy.