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El enemigo – Rafael Cadenas

De pronto aparece en la puerta, como tallado, el
acreedor. Viene en busca de su salario. Tiende su
mano izquierda desde la entrada, inmóvil. Los dos
nos miramos sin comprender.

Se insinúa con sigilo o irrumpe sin avisar.
Reconozco que estoy condenado a hacerle el juego.
Si ambos fuésemos reales no nos desgastaríamos en
esta persecución, pero nuestra servidumbre es la
misma: somos personajes. Nos acompaña el miedo.
 
Mi costumbre es tomar su bando. Le permito que
hable por mí.
Me convierte en plato de su odio.
Soy su aliado.
Sí, me usa, me usa para sus fines, que también se
vuelven contra él. La fuente que lo envenena rebosa
con jirones míos, suyos. Nos confundimos, nos 
entretejemos, nos intrincamos, sin querer. Hasta nos
perdemos de vista, y ya no sabemos quién es el que
persigue.

Tengo que contrarrestar, con otra voz, sus cargos,
pero casi siempre estoy de su parte.

¿Cuándo tuvo lugar este desplazamiento? Son pocos
los días en que el enemigo no ha contado con mi
apoyo. Nunca en realidad he sido contrapeso para sus
demandas. Me consta, me consta en mi carne. Siempre
firmé sus acusaciones, sus ataques sorpresivos, sus
 listas de agravios. Siempre contó con el respaldo que
yo necesitaba para mi tarea. Sí, siempre a mi acusador lo encontré más eficaz, y a su casuística atroz
sólo podía oponerle unos ojos inmóviles.

Los enamorados – Vicente Gerbasi

Los rostros de los enamorados, en el césped,
se vuelven indiferentes, hacia el trueno,
hasta que brillen en la lluvia
que hace temblar las flores.

Entre durazneros y almendros,
que al giro de las estaciones
se cubren de abejas,
los enamorados
son un infinito instante,
el sueño del tiempo
estremecido en su propia tempestad.

El relámpago va huyendo
entre rosas y gallos.

El tiempo se hunde con ramas y nubes
en las charcas que de la lluvia
cerca de los enamorados
que eternamente olvidan
su propia historia,
abandonados al relámpago
y a un sabor de mieles silvestres.

Despedida – Rafael Cadenas

Nuestras inscripciones fueron barridas,
nuestros lugares devorados por la arena,
nuestras fiestas convertidas en fogatas que avientan su ilusorio mediodía.
Contemplamos la devastación.
Todas las creaciones de nuestros ojos
se hunden.
Respiramos
separación. El cisma
es nuestro
refugio.
No hay luz que nos enlace
pero una vez
corrió el licor abandonado,
desconocidas fuerzas de unión
manaron para marcar a fuego
toda la vida.
Ahora
quiero sentir sobre mí la alianza
que anonadó nuestros rostros.
Devuélveme el fulgor
y los ojos que le pertenecen.
El vino se ha eclipsado.
Los días de los amantes también pasan.
Excelencia de lo vivo sobre lo vivido.
Costa que se aleja,
puedes
darme el poder
de vivir en otra parte.

Canción – Eugenio Montejo

Cada cuerpo con su deseo
y el mar al frente.
Cada lecho con su naufragio
y los barcos al horizonte.

Estoy cantando la vieja canción
que no tiene palabras.
Cada cuerpo junto a otro cuerpo,
cada espejo temblando en la sombra
y las nubes errantes.

Estoy tocando la antigua guitarra
con que los amantes se duermen.
Cada ventana en sus helechos,
cada cuerpo desnudo en su noche
y el mar al fondo, inalcanzable.

Muerde…- Rafael Cadenas

Muerde,
traga,
recibe
lo necesitas,
lo está pidiendo a gritos tu cuerpo,
lo reclama tu pecho a voces,
lo esperan tus rodillas.
Come cuanto antes este plato.
Tus manos no se sentirán flojas en la mañana.
Toma el bocado que te corresponde,
el escogido para ti,
el que alguien puso en tu mesa
para que vivieras con él.

Los dos inútiles- Rafael Cadenas

El que he sido gesticula para que lo reciba en este instante.
Abandonado, casi irreconocible, cedido a una voracidad, lucha por reconquistar el terreno perdido.
He decidido dejarlo fuera con una palabra tajante.
Me limito a esperar en silencio al que vendrá.
Al que he buscado con un hachón en la casa sin construir.
Al que apenas oí cuchichear una mañana en el dormitorio.
Al que más se alimenta con la sangre del momento.
Colmo oscuro, extremo de monólogo, mórbido visitante.
Mi perturbador puntual, siempre frente a mí con su enjambre de reticencias, huyéndome en susurros.
Mi magna pérdida.


Frente al tiempo – Rafael Cadenas

Eres tú el amor antiguo.

(Por buscarte, me recogí, dejé, suprimí, me abstuve, aplacé.
Guárdate de la esperanza.)
Amor, detenido en el aire como una mano por otra mano.

Una mañana descubierta, pero perdida
—cae su luz donde los labios no están preparados.

Auge fantasma,
A ningún ave deslumbra este brillo.

Los rayos de tu beso obligo a devolverse.

Advertencia de la soledad – Luz Machado

Niña, quédate sola. Cuida la casa y cuídate.
Toma llaves, monedas y este par de respuestas.
El tiempo llama afuera.
Tú vas creciendo íngrima en grave adolescencia.

No cierres puertas ni ventanas. Trabaja.
No vendrán aires malos si el pensamiento es claro.
Tu candor en él, íntegro, salva su hoja intacta,
como la mariposa la miel entre la rosa.

Tu labor pulirá toda la fuerza niña
mientras tu paz ingenua hace más leve el tiempo
que afuera esparce encima de las sienes ceniza
mientras se desraízan los más hondos recuerdos.

El de los 4 años, de abanico y pañuelos.
El de los 10 impúberes de marginales gracias.
El de los 15 ariscos y los 20 dispersos
los 25 tristes y los 30 rebeldes.

El umbral de los juegos, el patio de las risas,
el corredor del sueño, la tapia de la angustia
y el rápido regreso del viaje que no hicimos
y ese viaje perenne que ya nunca acabamos.

Ojalá aprendas sola, cada vez que yo salgo,
algo que te haga enteros el ánimo y la sangre.
Cuando llegues a este tiempo desde donde te hablo,
sea tu respuesta breve, cierta y distinta a ésta.

Por eso a ratos hago la que no quiero verte,
la que te deja sola, la que se va y no entiende.
Aunque mi sangre es tuya, la vena es diferente.
Niña, quédate sola, para que estés contigo.