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El origen – Rafael Guillén

Yo sólo puedo hablar, amigos, cuando		
algo como una lluvia, desde dentro,		
pero también cayendo dentro, pone		
por mi manera de mirar, y pone		
por el cauce de entrada o de salida		
al exterior del sentimiento, un velo		
de agua, o luz, o niebla,		
o, yo diría, algo		
como una mano de agua, una mano		
lúcidamente opaca, que recoge		
suavemente las externas formas		
de ver, o de pensar, también las formas		
de ver, y las sitúa		
junto al mismo brocal a donde asoma		
de vez en cuando mi palabra. Entonces		
puedo decir: estoy lloviendo; yo		
estoy lloviendo, aquí. Esta es la hora		
del poema.		
         Sucede
que esta lluvia, o manera, o ser en sí		
que condiciona mi salida, nace		
de un océano extenso original		
al que vierte el dolor —porque el dolor		
también es agua— y nace		
de originales lagos diminutos,		
bajo los manantiales o cascadas		
de la dicha. En su doble,		
desigual procedencia, esta lluvia,		
o mano de agua, o fondo neblinoso		
que engendra la palabra, que es palabra		
anticipada a los sonidos o ecos		
que consigue de mi oquedad, ya hereda		
un más alto legado doloroso.		

Yo empiezo a hablar, o como		
quise decir, si tomo formas, modos		
de ver que me presenta el agua		
desde dentro, yo empiezo		
a llover, y contemplo cómo afuera,		
ajeno y lejos de este velo umbroso,		
el tema o el suceso toma cuerpo		
por sí mismo y se forma		
independiente de mi lluvia, pero		
sustentado por su humedad o aliento.		
Y puede ser que al cabo de una misma		
manera, que es la mía, de ponerme		
a mirar, siempre abrumado		
por el agua, los seres		
que se conforman a su amparo tengan		
distinto germen natural.		
                     Por eso,
amigos, sólo puedo		
asegurar que algunas veces, pocas,		
estoy en situación de lluvia, estoy		
en personal estado de palabra.		
Luego llega el poema, si es que llega,		
por sí mismo; no siempre		
con una misma intensidad, o modo,		
o razón para ser. Y yo lo veo		
alejarse. Esto es todo.

Oscuridad creadora – Rafael Guillén

Cierro los ojos y veo		
la oscuridad. Te veo a ti		
cuando no eras, cuando,		
antes de ti, ya estabas destinada		
a amarme. Tapo las rendijas		
del corazón, no huyendo del externo		
resplandor, sino para que no salga		
afuera esta creadora		
oscuridad en la que estoy amándote.		

Cierro los ojos y desciendo al pozo		
de tu amor y es su ciega		
negrura de azabache la que presta		
frescura al agua. Cierro		
las ventanas que miran a lo extenso		
de tu amor y lo más corpóreo y turbio		
de ti se me sitúa		
al alcance del beso.		

Cierro los ojos para verte,		
porque es desde la noche desde donde		
amanece, porque es de las tinieblas		
de donde surge el rayo, porque		
es de la oscuridad de donde nace		
todo lo que hace humana		
la luz.