Usted se inmiscuye en mi bufanda
desde un aura blanquísima que me reverbera los labios.
No me muevo,
no fumo —quizá a su silencio le moleste esa arruga en la nieve—;
y solo cuando marcha me doy cuenta
de que he estado aguantándome el pis todo el rato.
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Nada – Almudena Guzmán
Nada.
No pegaba nada con tanta lluvia,
esa chaqueta de angorina rosa y botones de nácar
que él me regaló.
Tampoco encendimos una velita al apóstol,
porque un niño a nuestro lado acababa de darse un cabezazo
tremendo contra la pila bautismal,
y que hubo que consolarlo hasta que llegaron sus padres.
El museo nos desilusionó.
Yo me puse rara y él venga a mirar al cielo,
y al final un paseo dudosamente conciliador por los
soportales
-basta que a mí me hicieran gracia los punkies, para que
a él lo escandalizasen-,
después de mi vaso de leche y su maniática ginebra
"MG con Schweppes de naranja, por favor".
Ah,
se me olvidaba contaros
que el frío fue la nota predominante del día
y que la noche, a pesar de todo, la pasamos juntos.
Espalda contra espalda.
Herido el mármol del pecho… – Almudena Guzmán
HERIDO el mármol del pecho
por el látigo de hiedra
de la lengua,
se hace arco en tensión
y se hace volcán
que gime.
Se hace flor.
La nieve estalla.
Cuando el río de la vida… – Almudena Guzmán
CUANDO el río de la vida
te desborde,
una y mil veces,
vuélvete a mirar las flores
que ha tronchado a su paso.
Contrae las pupilas
como un lince,
álzate como un oso
sobre tus patas traseras
y araña al cielo
como un elefante
con tu rugoso clamor.
Entonces asistirás al milagro.
Al incendio de amapolas
del príncipe rojo.
Quien hace de dolor ajeno,… – Almudena Guzmán
QUIEN hace del dolor ajeno,
impasible,
rentable y vanidosa inspiración,
no debería pasar a la historia
ni como hombre ni como poeta.
Hombres y poetas hay pocos.
Raposas entre las viñas los más.
Ellos,… – Almudena Guzmán
ELLOS,
juglares y trovadores,
también estaban allí.
Lo vieron todo
pero no hicieron nada
hasta el fin del asedio.
(Se rasgaron las vestiduras
y escribieron en mi honor
sonoros versos
que les abrieron las puertas
de palacio.)
Y qué decir de la poesía… – Almudena Guzmán
Y qué decir de la poesía
de la que eras grumete,
timonel y capitán a la vez,
siempre avanzando cara al sol
o contra el viento,
siempre izadas en medio de la lluvia
o trepando por la primavera de los mástiles
las velas de nieve de su corazón,
las rojas azaleas de su bandera.
Entonces el tiempo pasaba rápido como una bandada de delfines
limpiando la cubierta de inútiles aparejos,
sorteando los escollos de falso coral,
evitando el transitado cabotaje;
de los piratas amabas la magia
de convertir en propio el oro ajeno,
de los marinos oficiales odiabas el engaño
de trocarlo en galonada baratija de nadie.
Y al atardecer,
subida al palo mayor catalejo en mano,
sentías que todo aquello que no era tierra a la vista
era tuyo.
Todo lo que sé de ti me gusta… – Almudena Guzmán
Todo lo que sé de ti me gusta.
Que pintas ángeles de escayola,
descendientes de la nieve fría
de Gautier,
con la llama azul, siempre viva,
de Darío.
Que a veces quieres volar
y no puedes
como una garza despistada
que no encuentra en los cajones
sus papeles de emigración.
Que votas cada noche
por la infancia
con un Cola Cao impenitente
aunque yo militara en el partido
de Nesquik.
Todo lo que sé de ti me gusta
y lo que no sé me lo dice tu piel.
De un tiempo a esta parte… – Almudena Guzmán
De un tiempo
a esta parte
estoy prisionera
en un coche
de gritos y hielo
que circula
por carreteras oscuras
y en vertical
como catedrales,
deslumbrada
por las luces largas
de los que vienen
en sentido contrario
que sois todos.
Entonces el beso conocía el norte y el sur… – Almudena Guzmán
Entonces el beso conocía el norte y el sur,
el este y el oeste de toda cartografía
como si antes de labio en medio de la lluvia
hubiera sido rosa de los vientos
o brújula del corsario de los siete mares.
Nada estaba preparado
-dormían las leyendas su sueño abisal-
y sin embargo no cabía margen alguno de error:
cada noche atracaba en su alborada,
cada zozobra en su bahía,
cada deseo en su rompeolas.
Así era el amor,
volver a casa
con la red llena de certidumbres
nunca un naufragio en alta muerte
silenciosa
como ahora.