Vemos la humedad de la sangre
por el vapor que exhala.
Como a espejo negado nos dirigimos
para ver la succión de la muerte.
Estallado y granate tiene el rostro
el atado,
de niebla y de sudor cubierto
el cuerpo.
Polvorientos los ojos de radiante tortura.
¿A dónde irá el gemido de este hombre
si es Dios?
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El silencio – Isla Correyero
Todo el silencio de mi vida
está encerrado en un grano de ámbar.
Todo lo que callé y aún callaré
está escondido allí.
La sola voz desnuda que me obliga al secreto
y ni lágrimas vierte ni impaciencia,
en un punto negro dentro del amarillo fulgor
que el alma tiene,
una extensa planicie de oro en el desierto
esférica y helada
con un solo habitante en su interior:
un pájaro gigante, muy lejano
atrapado en la quietud de la resina
derretidas las patas por el tiempo
y la mirada ingenua del que muere inocente.
Todo el silencio cabe en un segundo
en un sueño
en una seña
o en el último estertor junto a otra boca.
Por eso escribo sin violar las leyes del silencio
con la tristeza en flechas arrancadas del labio
escarchada en cristales de azúcar y aguardiente
cual ramo de anís en la botella blanca
o faisana soñando solitaria
en los bajos espumeros de la sal.
Todo mi reino está rayado a esmeril
y es pasto del olvido
costa brumosa surcada de aguanieves
intenso mar que vive en mí
con la niebla y la sombra.
De sus playas extraje todo el ámbar
de mi azotado corazón, todo el silencio.
Milagro – Isla Correyero
Quizás no has existido
pero estás aquí, después de dos mil años
entrando en esta lámina.
Ven ahora, cuando se entrega negra la tiniebla
y negra es la muerte de los mansos.
Una niña enferma arrastra a su padre
hacia tus pies.
COÑO AZUL – ISLA CORREYERO
Mi coño es negro como carbón evaporado. Pero se vuelve azul
a la luz de la tele y de la luna.
La característica más peculiar que explica su color y forma
es
que tiene una circulación lenta y estremecida que va nave-
gando hacia la tinta de las venas y se abre al desamparo de mi
dormitorio como si
comprendiese que un dedo impenetrable, masculino,
no pasará por él, ni por las sábanas.
Sería una esperanza considerar
que sobre mi coño solitario aún pueden caber volúmenes remo-
tos
o
un pañuelo azul que penetrase las dos mitades húmedas y abiertas
y así pasar, esta tela zul, ensangrentada, quedándose,
rompiéndome,
porque mi coño ya es invencible,
mi enemigo.
Aislado del amor
cualquier coño es violento.