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Miel de vértigo – Jorge Riechmann

                                Amé todas las pérdidas
                                      Antonio Gamoneda


 

Tres días para lo alto, tres días para lo bajo, uno para la sabiduría. En sus manos pongo la llave —horizonte cárdeno y huesos— que abre la puerta de mi casa.

No un sistema mecánico de pesos y contrapesos, concebido para que a fin de cuentas jamás se modifique el circuito de la decisión; sino el equilibrio más delicado entre el pimentón y el invierno, entre la historia y la misericordia, entre la escarcha y la melancolía.

El que trajo las enredaderas de la hematopoiesis, el color amarillo y el color índigo, los granos de alimento amargo para el corazón. El que no quería dividirse entre la presión del glaciar y el escalonamiento de la libertad. El que caminaba sin navaja, soñaba sin licencia, custodiaba las metamorfosis.

De él diría: es un poeta, viene de lejos, si no pudiera afirmarse lo mismo de cualquier ser humano que haya vivido su tiempo con fidelidad al humo cálido del corazón.

Antonio Gamoneda escuchó, habló, calló, inequívoco en la cruz que forman la vertical del cosmos con la horizontal de la vida. Ahí donde cualquiera puede encontrarse, encontrarle. Él viene de muy lejos.

Tiempo de compartir el pan de escanda, la rueda de arenques y las grosellas negras. Antonio, bluesman a orillas del Bernesga, miel del vértigo, determinante acíbar de la poesía.

 

La noche salada en tus ingles – Jorge Riechmann

                    1

Arcilla roja soy en las manos inquisitivas del dolor.		
Me hacen sentir la tormenta inmóvil de su fuerza		
tan delicadamente, sin quebrarme.		
Acaso
reservan mi sangre para otras fiestas de más hermosa agonía		

o acaso sufrir es sólo el peor engaño,		
la mentira incurable		
que para mejor clavar las manos taladradas		
arranca el clavo.		


                    2

Fuera la alegría finísimo cuchillo		
que separase mi carne fibra a fibra		
siguiendo cada hilo hasta su origen secreto		
desenredando cada turbio ovillo de dolor		

y ondeara luego nuestro así sobrecuerpo		
como una gloriosa cabellera agónica		
libre a todo viento sensible a todo sol.		


                    3

Bello como el		
suicidio. Solamente		
después, hermana, de amarte		
—mendaz como quienes sustituyen		
el pensamiento haciéndose por una frase hecha		
iba a decir: ángel negro,		
cuando tu vida entera es una explosión blanca,		
blanca violencia tu cuerpo		
de diosa degollada,		
blanco sacrificio tu rebelión		
inerme y cotidiana y absoluta—		
sólo después de lamer la noche salada en tus ingles		
he entendido la imagen.		


                    4

A las pruebas de la muerte sucedieron		
los hermosos dientes de la California.		

«Es raro» me dijo		
«que no llores nunca y no sientas		
tal carencia como mutilación».		
Ella arrojó los dados fracturantes:		
no volví a despertar.

Habitarás mi silencio – Jorge Riechmann

A veces		
gritar es acariciarte los muslos, o torpemente		
girar con el escualo de tu sueño aterido		

Tropezar en la blancura,		
sumir la negra boca en tu pelo y sentir		
hambre en las raíces		

A veces aullar es amarte,		
jugar a los dados con un lobo, otear		
en el aire arrasado las naves		
de la sangre. Creí que te besaba		
cuando la hoz solar me cercenó los labios.

Don del desnudo – Jorge Riechmann

                    «Esto es ser hombre: horror a manos llenas»
                                                        Blas de Otero	               


Soñar. Mas las vedijas		
del sueño se tornan dura víbora		
del soñador dándose muerte a sí mismo.		

Reír. Pero la risa		
rauda se ordena en sistema de la nada		
(por decoro no hagamos		
con la zurrapa del hombre metafísica).		

Amar, únicamente amar.		
Contra el tubérculo ahíto de la muerte		
la dulce dignidad de tu desnudo.

Morada – Jorge Riechmann

En alguna parte un pájaro escrito hace explosión		
pues sus plumas estaban ordenadas		
como las últimas páginas de un libro		

Hay un imperceptible equilibrio de instantes		
Si se moviese algo		
el vacío se vertería en el vacío		

De una habitación a otra		
la luz puede seguirme voy andando despacio		
Ante cada puerta		
escucho largo rato sin atreverme a abrir:		
un pianista manco impone silencio		
en el sueño de un niño / sus manos en la tapa		
ardiendo con la llama cortante del otoño		

un ramo azul de rosas de jardines polares		
una carta cerrada que contiene		
el momento en que se abrirá		
una ausencia disfrazada de ausencia / un frío tenue		
un apenas error / una secreta sorpresa		
que no alcanzo a distinguir		

Dentro del azucarero he encontrado		
en un charco áspero de lágrimas a		
quien vive aquí

Habitarás mi silencio – Jorge Riechmann

A veces
gritar es acariciarte los muslos, o torpemente
girar con el escualo de tu sueño aterido

Tropezar en la blancura,
sumir la negra boca en tu pelo y sentir
hambre en las raíces

A veces aullar es amarte,
jugar a los dados con un lobo, otear
en el aire arrasado las naves
de la sangre. Creí que te besaba
cuando la hoz solar me cercenó los labios.

Amantes embrollados, 1995 – Jorge Riechmann

Amar puede ser
un aperitivo con sifón
en una mañana de colores ácidos

o puede ser zambullirse en un lago de montaña
nadar equidistante entre el cielo y el fondo
suspendido de un sol de extrema desnudez

Las buenas chicas no piden
la cabeza del Bautista sobre una bandeja

Ya sé que no eres una buena chica
pero piensa que la cabeza
de cualquier fantasma sobre bandeja de plata
desequilibraría a cualquier bailarina

Las cabezas parlantes
prometen la vida eterna con sifón
pero yo he elegido cocinar contigo
crear contigo follar contigo dormir
en el país que delimita
el aroma de tu cuerpo desnudo

Amor mío
olvídate de decapitamientos con sifón
Ven a nadar al lago donde ya estamos

Rechazar el sueño de la ingravidez
no implica renunciar a la caricia de la piel azul del cielo
ni del dulce légamo suavísimo del fondo.