¿Dónde voy yo, Dios mío,
con este peso Tuyo entre los brazos?
¿Para qué has designado
mi pobre fuerza a Tu cansancio inmenso?
Si quieres descansar, descansa en otros,
apoya Tu palabra en otras bocas
que te dirán mejor. Yo quiero ir
a solas por el campo, sin motivos,
sin lazos y sin cosas. Vete ya,
no soy yo quien debiera sostenerte.
Tu peso duele mucho, y es muy grande
Tu fatiga de Dios sobre mi cuerpo.
¿A dónde quieres ir sobre este vano
caminar de mis pies, que no se orientan?
Búscate un lecho blando
en el pecho del niño o del poeta,
pero déjame a mí, muda y perdida,
sobre la tarde sola.
No huelles más mi hierba que humedece
un rocío continuo y desvelado.
Estoy empobrecida de lágrimas y gestos,
no tenga más calor que el de esta pena sorda,
y eres muy grande Tú para este frío,
y es muy pequeño el beso de mi boca.
¡Déjame ya, Señor! ¡Hay tanta espiga!
¡Hay tanta espiga enhiesta…!
No recorras
este arenal desierto de mi huida.
¡Déjame ya!… ¡Se está tan bien a solas!