Son ya tantas las flores de este valle
que se abrieron queriendo recordar;
tantas las horas idas, en caricia
de hombros desnudos al amanecer;
tan hondas, tan del alma las estrellas
con música apretando el corazón...
Las veces en que el agua y tu cintura,
la luz y tu sonrisa, el palpitar
de las ramas del aire y los suspiros
los enlazó mi sueño porque tú
no estabas —aunque estabas—; tanto fue
el cariño que di por ti en miradas,
en pensamientos, tanto fue el amor...
Que cuando llegues —bajo tu luz misma
como el sol súbito en el ancho mar—,
verás de pronto, cieleado, inmenso,
un mundo sólo florido hacia ti
y en el que todo, en ala de caricia
dirá: «soy yo; te quiero, te esperé».
Para ti sola, por la madrugada
de luz antigua que en tus ojos hay;
para que sacies con tus manos rosas,
sobre el anhelo en flor de la canción
abro esta página de primavera...
Eres tú misma. Llega a ti. ¡Ven!