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Carmen de las manos maravillosas – Eugenio de Nora

¡Versos de amor! Qué pronto queda
dicho todo, sin empezar.
Es igual que mirar al cielo
iluminado alguna vez.

Tan honda en lejanía, tan puro
lo que quisiéramos cantar.
Pero qué decir de una rosa
en la mano, en el corazón.

( Sentarse al borde de una fuente,
sedientos, y verla temblar
en el junco verde, en el pájaro
que alegra la onda de la luz.

Tan indecible y sin palabras
como adorar, quedar, sentir
al aire en flor de una sonrisa
toda nuestra felicidad. )

Yo no sé bien por qué, tentado
de imposible, quiero decir
cómo la dicha excede al hombre,
cómo es tan inefable ser;

¡ser, solamente, ser, completos,
esto que somos al amar!
Una lira sonora, ebria,
en manos...
             ah, ¿de quién, de quién?

Carmen del destino – Eugenio de Nora

¡Vida plena, primavera!
¿Quién os podría negar
viéndoos?... Y si pasarais,

¡tiempo para recordar!

¡Ah!, ¿en qué mundo, o en qué sueño
he entrado, para encontrar
el alma que no tenía...?

¡Pudiera morirme ya!

Lo mejor de mí no es mío.
Lo que yo he de ser está
esperándome en tus ojos.

¡Cómo los iba a olvidar!

Carmen nostálgico – Eugenio de Nora

Ah la sonrisa, alegría cierta
que como una paloma blanca
vuela en tu pequeña ciudad.

Los atardeceres del valle
coronando de guirnaldas breves
la lejanía honda y azul.

Desde la cima, en primavera,
el oleaje verde y claro
de la llanura floreal.

Y nuestros árboles, doseles
de fibra y luz, entrelazados
por los rosales del amor.

Y la penumbra, con la fuente.
Y el aire, maravilla, nuestro,
al respirar en él y en ti.

...Quién diría que no es un sueño
el mundo; que es más bello todo
para vivir que al recordar.

Quién soñaría lo que he visto
en tus ojos, ni la ternura
que puede acariciar tu voz.

O quién te adoraría, oh noche
de suaves claveles unidos,
sino el que besa, por amar.

Carmen del amanecer – Eugenio de Nora

En las praderas de la madrugada
rociadas de estrellas fugaces,
me gusta recordar tu alma.

Y aspiro hondo, al sol rasante
de luz tan tibia, la delicia
de sentir como tu boca el aire.

¡Canta la tierra, canta! Duda
entre los embriagados pájaros
y las corolas de hermosura.

Y pasa, como el agua al fondo
del cielo suyo, ¡la alegría
—azul, azul—, de gozo en gozo...!

¡Uno, cien, mil, todos los días!
Es la canción que dice siempre,
que canta ¡siempre!, repetida.

¡La eternidad cada mañana!
—Eres la vida que amanece.
Tierra de luz, ilimitada...

Carmen de lo indecible – Eugenio de Nora

Recostado en mi alma, yo no sé qué es más bello
si sentir a la tierra matinal respirar,
(oh muchacha dormida bajo ramas de oro),
o mirar las estrellas que abren ojos de luz.

Yo no sé qué es más bello: si en la noche tan sola
tus cabellos se extienden y oscurecen el mar,
(oh caricia tan leve, suavidad del suspiro
que me devuelve todo, todo tu corazón),

o en el día radiante, por el aire que vuela
—¡libertad fatalmente, florecer y cantar!—
arboledas, praderas, cielo azul reflejado,
paraíso que copian esos ojos de amor.

                           *

¡Soledad de la noche, pura estrella entregada!
¡Alma, alma mía, forma que la luz ve brillar!
Quién te mira y no sueña... Quién dirá qué es más bello,
embriagar tacto y vida, o saber que eres tú.

Carmen de los sentimientos – Eugenio de Nora

Mira, sobre las olas
blancas y azules,
canta nuestra alegría
florece y sube.

Sobre esas flores raudas
que ayer perdían
y van ganando ahora
luz y sonrisa.

¿O quizá ellas son otras,
y las enlaza
nuestra alegría, nueva
cada mañana?

Yo no sé si el cariño
—ni tú lo sabes—
es lo que pasa, o queda
por los instantes.

¡Olas blancas y azules;
cesan y vuelven!
¿Como el amor? ¿Son otras,
o las de siempre?

Carmen del valle de estío – Eugenio de Nora

Yo estaba en la pradera, junto a los grandes álamos,
y en el aire sereno, acariciante,
venía la fragancia de los juncos y el trébol,
venía, como si alguien la esperase.

¡Ah plenitud del valle, pecho del horizonte!
Los susurros, los suspiros del río,
llegaban a mi alma, desde el agua con cielo,
como si yo fuera sonoro, como diciendo pensamientos míos.

En las briznas pisadas, en las hojas
que tiemblan si las apartamos,
en las sombras más tibias, algo había,
algo quedaba de mi corazón, antiguo y cálido.

Y yo estaba en la tarde solo, pero con un cariño
reflejado ya en todo, completo;
¡oh maravilla feliz, encontrar a través de la tierra
con nosotros, presente, el amor ofrecido tan lejos!

Carmen de esta noche – Eugenio de Nora

¡Dolor del alma por quererte!
En la noche de viento azul
oigo temblar los dulces árboles,
y me traspasa su rumor.

Los árboles, que al mediodía
eran la tierra puesta en pie,
copas de sombra y abandono
alzan a la inefable luz.

Quizá nostálgicos por eso,
por el lejano palpitar
de las estrellas desoladas,
cuya ternura late allí.

(Tibio es el cuerpo, interior, solo
como un astro en la oscuridad;
como una rosa adormecida
en el alma que la soñó.)

El aire pasa suspirando,
¡tan ciegamente, sin saber!
Toda la noche, inexplicable,
se parece a mi corazón.

Carmen de la eterna vida – Eugenio de Nora

Miraba yo las rosas penando de alegría,
solas entre mis manos, atónitas, perdidas.

Miraba antes las rosas. Quería tener, tenerlas.
Quería querer. Quería. Mas la forma no sueña.

Yo canté entre los chopos. Y contra el sol poniente
vi florecer los ramos de luz dorada y verde.

Y besé el agua, el cielo. Me trasfundí, fui todo.
Pero en la cima, siempre, sentí que estaba solo.

( Queremos lo infinito. Nos duele lo que escapa,
aunque entre luz y rosas sintamos fluir el alma.

Sólo es cual si cesara la corriente del tiempo
con otro tiempo humano. Tú y yo, remanso eterno. )

Felicidad contigo. Nos viven y sustentan
en lo hondo de la noche las eternas estrellas.

¡Felicidad! Tendremos, alba de cada día,
nuestro infinito en rosas desnudas. Nuestra vida.

Carmen del éxtasis – Eugenio de Nora

Distraída del mundo; más, lejana
como un vuelo de pájaros, tú existes
donde el silencio empieza, donde el alma.

Donde las avenidas, misteriosas
de árboles altos y de sombra extraña
nos llevan a la pena más hermosa;
donde la noche llora, constelada
frente a sí misma, porque todo es poco,

porque los mundos brillan en la nada,
como nosotros, donde la belleza
suspende el tiempo; donde canta
mi voz más sola; en mi reducto último,
allí estás tú, silencio, alma.

Alza los ojos, tienes la cabeza
de una imposible luz aureolada;
quieres, querrías, pero no te sientes,
porqué eres sólo noche, noche clara.

¡Ah, dame ese silencio, rompe
esta belleza que nos mata!
Y en tu infinita noche, álcese
un viento dulce, despertando ramas.