Le llamaron folklore a la miseria
y reserva moral al abandono;
le llamaron virtud a la ignorancia,
pecado al horizonte...
Se desnudó de mar, y echó sus anclas
a lo interior Castilla;
su impulso de expansión trocó en amarga
lección de narcisismo, y, por creerse
señora de la luz, cerró ventanas
a la canción del viento y al mensaje
forastero del agua.
Y así vivió en sí misma la meseta,
como la luz de sus contornos, plana.
¡Oh anacrónica monja de clausura
que medita su calma rutinaria
protegida por tocas ancestrales...
oh arruga invertebrada!
Silencio de una tierra ardiente y vieja
que por caminos lentos se desangra.