Después de que el deseo
le mostrara el camino hasta mi alcoba;
cuando hubo traicionado
su ser la soledad inconfesable,
y mientras que el silencio,
arrinconado en los pasillos, era
el único testigo,
alguien llamó a la puerta de repente.
Después de que la noche
palpitase en mi cuerpo, yo advertía
que aquel sujeto anónimo
marchaba del umbral de su aventura.
—Ah, mujer imposible...—
Mala suerte. Jamás cierro con llave.