Archivo de la etiqueta: María Sanz

Hombres al natural – María Sanz

Son seres grises,
inequívocamente masculinos,
que lo mismo me envían
algún ramo de rosas
con cuatro plenilunios de retraso,
que intentan sorprenderme
al llegar en su lata
(léase coche) último modelo
donde se sienten mágicos.

Seres brillantes,
portadores de un agua de colonia
que anuncia su presencia
con cuatro primaveras de adelanto;
hombres al natural, de calle y riesgo,
que buscan evadirse
llevándome a cenar. Puedo ingerirlos
antes de que caduquen,
pero se me indigestan
media hora después, y no merece
la pena estropear esa velada.

Madre Naturaleza,
los pones a mi alcance, y agradezco
tus sabias intenciones.
Pero yo siempre he sido
inequívocamente femenina,
y declaro ante ti que cada vez
es mayor la distancia que nos une.

Teoría de la verdad – María Sanz

La verdad es que nada
de lo que yo quería
ha buscado mi techo
más de lo necesario,
ni remedió mi suerte
mejor que la tristeza.
Lo cierto es que no tuve
la verdad por delante
sino era en el fracaso
repentino, tras muchas
ilusiones gastadas.
Ahora no es distinto
lo falso de lo cierto,
ni me es imprescindible
averiguarlo. Busco
todo cuanto quería
que me hubiese buscado.

Calle de la guadaña – María Sanz

Una verdad me sigue por la calle.
Casi roza su sombra con la mía.
Oigo cómo se enreda
entre las buganvillas, cómo gime
implorando el abrazo de las tapias
hasta caer inerte sobre el suelo.

Dios mío, si es posible,
pase de mí su rostro,
este encuentro con ella a vida o muerte,
la tristeza tan larga que me augura.

La calle se hace ahora más estrecha,
más húmeda y extraña. Continúan
goteando su livor las buganvillas.
Vuelvo la vista atrás. Allí está ella,
erigida en el tiempo, modelada
por caricias. La miro.
Es sólo mi reverso.

Ahórrate el dolor, no tienes modo… – María Sanz

Ahórrate el dolor, no tienes modo
de convencer al mundo de tu huida
hacia aquellos placeres
donde te desangraste.
Los inviernos se siguen sin descanso,
trazan la soledad de tantas horas
como heridas, imponen
sus manos en tus sienes tumefactas.
Ahora no hay dulzor para más noches.
Ese fin al que nunca renunciabas
por mantener abierto tu desvelo,
ya diluyó sus límites
en un gozo transido,
negándote el amor interminable
después de la amargura.
Los inviernos alivian
el paisaje febril que te rodea,
pero no es suficiente
para alejar del mundo tu partida
hacia el delirio donde agonizaste.