Blancanieves jugando con el trofeo del padre(Paula Rego), 1995 – Verónica Aranda

Junto a una cabeza de venado,
se hace presente Blancanieves.
Toma el trofeo y el sillón del padre,
prueba la autoridad, se muestra indócil
con su vestido blanco de satén.
Toma la muerte expuesta, rematada
con dos ojos de vidrio,
sujeta al animal por la pala del cuerno.

Unos segundos antes del disparo,
atravesó un pomar.

Cantábile – Rosa Díaz

Busca el amante el prolongado extremo
que sostuvo a la amada. Por eso va
al escueto sugerir de sus ropas
por si llegó a quedarse.

Mas desiste y se vuelve con su dolor de hombre,
mientras que abril se quita su faca de perfumes
y va la amada dentro.

Prendedor
de abril se hizo ya la amada.

Por las quintas y por las huertas
se subió hasta la fruta madura
y sazonó las puntas de los árboles.
Bajó por los regatos
hasta el plumón primero que sacuden los pollos.

A la noche
regresará en el leve abanico del frío.

Y le abre las ventanas por si acaso pasara
con sus mil pebeteros.

Poesía – Laila Belghali

La tarde va cayendo lentamente.
El sol, sobre la mar, ensangrentado,
agónico, acabado.
De darse a todo totalmente por él
se hunde en el abismo.
Mi corazón cansado,
quemado, roto, herido mortalmente.
Después de haberte amado,
rendido y fracasado
se hunde hoy, definitivamente.
Volviste a mí porque eras y eres mía:
ya no me dejes nunca poesía.

Autorretrato – Rosa Díaz

Cruza el semáforo.
Aleja la falda y el pelo
del parabrisas de tu coche.

Tiene la lluvia
y el ejemplo fresco de sus gotas.
La arisca sensación de los felinos,
siempre en fuga: de Bach a Bach.

Ella no sabe
de la estúpida luz
del cielo de Beatrice.
Su cuerpo es la corteza
de un árbol retorcido.
Pasa de sus infiernos
a ciertos purgatorios.

Si la incitas
es una virtuosa meretriz.
Si la escuchas,
suele ser genial treinta minutos,
las otras veintitrés horas y media
se le hacen como a ti y como a todos,
normalmente vulgares.

Sabrás que se enamora fácilmente,
pero siendo educadamente sincera
miente con cierta cortesía.

Ella existe, si llega a tu pensamiento
con la fuerza del rayo
o si en él la refugias
como una enfermedad.

Lleva el rostro esculpido,
inteligentemente maquillado
y no es casualidad la desgana
con que se cuelga el bolso,
la imperfección
con la que usa la ropa
ni la mezcla medida en el perfume:
sino pura matemática.

Transita en los pasillos
de tu último sueño.

Espabila tu instinto
cuando la sientes venir
del lavadero del amanecer,
con su pájaro agüero
o su buen augur.

Es fatalista.
Imposible como una copla de posguerra.
Seguramente merecería
una antigua y arrebatadora metáfora.

Ahora llegará hasta ti
igual que un zarpazo.
Pues vigila tu espera,
la mano que llevas al bolsillo,
el gesto que guarda
la comisura de tu boca
y el perfil con el que le golpeas el corazón.

Cruza,
se acerca y le sorprende la vida,
te dice que te ama y deberías creerla.

Tierra – Susana March

No importa. No eres tú quien me daña…
Soy un puñado de tierra que pisa tu pie ligero,
algo que te sustenta y que apenas conoces,
algo que acaso nunca comprenderás del todo.

No importa. ¡No eres tú quien me daña!
Me hicieron campo de lucha para tu sangre joven
campo para morir y para erguirte
como un árbol gozoso de ti mismo.

Por todos mis caminos me recorres
hiriéndome, sangrándome…
¡No importa!
Me alimento en el daño que me haces,
¡me alimento en el daño!

Por la persecución de la doncella – Rosa Díaz

Si yo pudiera cazar tu alma,
abrir el cofre que posee
el antiguo latir de tu memoria: juro
que soltaría todas las traíllas
de los perros amaestrados
y los azuzaría contra ti,
doncella frágil.

Todos los mastines sedientos de tu sangre
irían detrás de tus tobillos. Y tú,
gacela, presurosa hija del rayo,
no sucumbirías fácilmente,
pues lobezna eres, brava eres
y paridora de bellísimas fieras.

Y así, hermosa, acorralada y huidiza,
mandarías a los espíritus de tu padre
para que quedáramos todos alobados,
desconcertados y perdidos por la luna
tras tu rastro que se deja ver, cuando rozas los besos
de los que amándose te velan. Y tú,
absorbiéndolos, pues, desmayándolos,
te denuncias y te escapas.

País – Rocío Arana

A veces, en mi casa, cuando gritan
los perros, cuando ladran los minutos,
cuando no sé qué hacer, pero no tengo
mapas para mis manos y mis ojos,
cuando las cosas lloran su silencio

entonces, lentamente voy girando
la cara para ver tu luz de tarde.
Has venido, me tomas por sorpresa.
Como un país lejano,
una pequeña flor gritando vida
en un camino seco, se me cuelan
tus últimas palabras, ese gesto
de mirar tu reloj en una isla,
la sonrisa perfecta, chimenea.
Te quedarás conmigo
te mostraré mis nueve manuscritos,
cenaremos al fin en la terraza
entre limones, viento y buganvilla,
y luego marcharás.
A veces, cuando vuelvo de tu vida
a mis manos vacías en mi cuarto,
a los perros, la tarde y la pantalla,
de pronto surges tú
de un país remotísimo, poblado
por islas y volcanes,
donde te estoy viviendo cada día.

So-meto de repente – Rosa Díaz

Un capullo me ofreces, y al instante
lo contemplo rosado, firme y prieto,
catorce veces palpo y acometo
y él crece en vertical insinuante.

No hay regalo mejor para la amante
que celosa lo toma, con objeto
de someterlo a fondo y por completo
y hacerlo deseado y deseante.

Y, so-mételo al fin con ambas manos
con mimo de que el tallo no se encoja,
y en duro envite y perseguido antojo

en el fondo mejor de los arcanos,
el capullo más sabio se deshoja
y con gusto se queda mustio y flojo.