Dioses por dioses, sin piedad trocaban;
madres por viudas, reyes por vasallos.
La muerte cabalgaba en sus caballos.
Sus cruces y sus preces blasfemaban.
No “fue Dios quien le dio tanta victoria”.
No andaba Dios metido en sus degüellos.
Menos que maceguales todos ellos,
quemaron con sus naves su memoria.
Y basta ya de imperios y de oro.
Sea el matiz el único tesoro
y soberano el Pueblo y ley la Vida.
Libre la sangre en las banderas rojas,
verás reverdecer piedras y hojas,
Tenochtitlán verá la amanecida.