Tus arrugas:
las toco y pienso en todos esos campos
que asaltamos de jóvenes,
que allanamos sin vergüenza
y con pasión.
Tus arrugas:
las toco y veo ahora
montañas llenas de ríos
e historias,
hechas con árboles ya viejos
que nadie entiende que resumen el paisaje.
Tu cuerpo:
lo toco y creo en el deseo
del tiempo,
en los sueños de las noches de insomnio.
Tu cuerpo:
lo toco y lo recorro de memoria y recuerdo
lo absoluto del amor,
el milagro de conocerte e invadirte
con la paz que da
alcanzar el hogar,
la maravillosa suerte de que todo siga en su sitio.
Tu silencio:
lo toco y me parece joven,
tus veinte años devueltos a un gemido entrecortado.
Tu silencio:
lo toco y lo traduzco en otro idioma
que se antoja lejano pero sigue ahí,
hablándonos,
recordando la chispa que enciende el juego,
el trozo de madera que lo aviva.
Te toco.
Y entro en ti,
con el nervio de una guerra
que ya ha terminado
pero en la que aún resuenan los disparos.