Cayó sin dar un ¡ay! en la primera
y última desventura de su vida…
¡Ya no asusta el cometa sin medida
que se apagó en mitad de la carrera!
Y este llanto que moja mi severa,
rugosa faz en la vejez sumida,
es ya la última lágrima exprimida
de una fuente de amor que amor no espera.
¡Poeta del pesar!… De la clemente
tumba que de los vivos te separa,
rompe la losa con tu férrea mano…
Canta el Himno a la muerte que inspirara
a tu virtud el infortunio humano,
y escupe al vulgo hipócrita en la cara.
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ANGELITOS AL CIELO – ANTONIO ROS DE OLANO
En casa del gitano
se escuchan jácaras…
¿Es boda o nacimiento?
¿Qué es lo que pasa?
Fijé la vista,
y asomaron en grupo
niños y niñas.
Les marcaba el origen
la tez morena;
conforme iban saliendo,
paraban fuera.
Formaron calle,
y anduvieron y anduve…
Ellos delante.
Al son de castañuelas
y de panderos,
cantando iban alegres…
¡Era un entierro!…
Seguí, y callaron
al traspasar la puerta
del camposanto.
A orilla de la zanja,
donde los pobres
caben, chicos con grandes,
hembras con hombres,
y caen todos,
a medida que llegan,
unos sobre otros;
allí, carne con carne
de los dos sexos,
cama sin sensaciones
de amor ni tedio,
en donde duermen
los que tanto rezaron,
sin que ya recen;
a orilla de la zanja
paró el concurso,
con la caja y el cuerpo
de su difunto…
¡Las crïaturas
llevaban otro niño
muerto en la cuna!
«¡Angelitos al cielo!»
gritaron todos,
y el menudo cadáver
cayó en el foso:
fue dando vuelcos,
y quedó boca abajo,
besando el suelo.
Como vino a este mundo
la crïatura,
del mundo se marchaba:
¡toda desnuda!
La abrigó el polvo;
manto que arropa a humildes
y poderosos.
Ya que la madre tierra
tuvo en sus brazos
el yerto cuerpecito
de ella formado,
vuelto a Triana,
el infantil cortejo
entró en la casa.
Ataúd que va y vuelve
cuando es de pobres,
pero, en vida del niño,
vaso de flores…
Tornar veían
padre y madre la triste
cuna vacía.
Águila de anchos ojos,
ávidos, fijos,
cuando llega y se lanza
sobre su nido;
leona enferma,
cuyo rostro tapaban
ásperas greñas;
la deshijada madre
del angelico,
de aquella pobre cuna
miró el vacío…
Todos bailaban…
¡Y ella sola vertía
mares de lágrimas!
EN LA SOLEDAD – ANTONIO ROS DE OLANO
Cinco sonetos
I
¡Santa Naturaleza!… Yo, que un día,
prefiriendo mi daño a mi ventura,
dejé estos campos de feraz verdura
por la ciudad donde el placer hastía,
vuelvo a ti arrepentido, amada mía,
como quien de los brazos de la impura
vil publicana se desprende y jura
seguir el bien por la desierta vía.
¿Qué vale cuanto adorna y finge el arte,
si árboles, flores, pájaros y fuentes
en ti la eterna juventud reparte,
y son tus pechos los alzados montes,
tu perfumado aliento los ambientes,
y tus ojos los anchos horizontes?
II
Más precio en este valle y pobre aldea,
términos de mi vida peregrina,
despertar cuando el aura matutina
las copas de los árboles menea,
y, al volver de mi rústica tarea,
ora en la tarde, cuando el sol declina,
mirar desde esta fuente cristalina
el humo de mi humilde chimenea,
que, en la rodante máquina lanzado,
cruzar como centella por los montes,
pasar como relámpago el poblado,
robar, en fin, al péndulo un segundo,
y, en pos de los finitos horizontes,
sentir la nada al abarcar el mundo.
III
Hay junto a la ventana de mi estancia
un laurel de la sombra protegido,
en donde guarda un ruiseñor su nido
apenas de mi mano a la distancia;
y entre el verde follaje y la fragancia,
celoso, ufano, amante, requerido,
dice su amor con lánguido quejido
y dulce y elevada consonancia.
Las horas de la noche, una tras una,
en sigilosa hilera, huyendo el día,
siguen el curso a la encantada luna…
Y en esta soledad el alma mía
goza, sin envidiar cosa ninguna,
de su quieta y feliz melancolía.
IV
¿Qué fueron al gran Carlos sus hazañas
en la celda de Yuste recogido?
Él quiso relegarlas al olvido,
y ellas emponzoñaban sus entrañas.
Suele el que nace humilde en las cabañas
dejar su techo y olvidar su ejido,
por el lucro del mar embravecido,
por el sangriento lauro en las campañas.
Mas al recto varón que honró su historia
sin codiciar fortuna envilecida
ni envidiar de los césares la gloria,
un apartado albergue le convida
a esperar sin tormento en la memoria
la breve muerte de su larga vida.
V
Lamentos de hembra y lloros de nacido;
duelos de viuda y quejas de casados;
de la vejez y el hambre los cuidados,
que cesan cuando expira el afligido…
¡Nacer!… ¡Vivir!… ¡Morir!… Después… ¡olvido!
¡Los siglos son sepulcros numerados
de seres mil y mil, tan olvidados
cual si no hubiesen en el mundo sido!
Y el corazón es péndulo que advierte,
con vaivén de dolor, que a la existencia
solo enjuga las lágrimas la muerte…
¿Adónde, pues, con bárbara violencia,
río de la vida, corres a perderte,
si no es tu mar la santa Providencia?