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Entonces y además – Blas de Otero

Cuando el llanto, partido en dos mitades,
cuelga, sombríamente, de las manos,
y el viento, vengador, viene y va, estira
del corazón, ensancha el desamparo.

Cuando el llanto, tendido como un llanto
silencioso, se arrastra por las calles
solitarias, se enreda entre los pies,
y luego suavemente se deshace.

Cuando morir es ir donde no hay nadie,
nadie, nadie; caer, no llegar nunca,
nunca, nunca; morirse y no poder
hablar, gritar, hacer la gran pregunta.

Cuando besar a una mujer desnuda
sabe a ceniza, a bajamar, a broza,
y el abrazo final es esa franja
sucia que deja, en bajamar, la ola.

Entonces, y también cuando se toca
con las dos manos el vacío, el hueco,
y no hay donde apoyarse, no hay columnas
que no sean de sombra y de silencio.

Entonces, y además cuando da miedo
ser hombre, y estar solo es estar solo,
nada más que estar solo, sorprenderse
de ser hombre, ajenarse: ahogarse solo.

Cuando el llanto, parado ante nosotros...

Puertas cerradas – Blas de Otero

                             A Rafael Alberti
                             Pleamar, 1944

¿No son ángeles ya, no voladores,
ni tampoco relámpagos suspensos,
son errantes espumas, desfloradas
flores que, abiertas, vengador de flores,
un viento viene y giran desaladas,
como ayer, en la tierra que era cielo,
al vuelo y levantadas
a las hermosas de la luz vio en ramo;

no son ángeles ya, sino quemadas
carnes, trizas del alma, tramo a tramo
ardidas, consumidas,
como, siendo mortales,
arde, consume Dios y quema vidas?

¿Solo siguen, reales,
rabiando y sin poder desorientarse,
los cuatro puntos vivos cardinales,
cuatro estrellas y un mar tan marinero,
este o este, dejadme, el que yo quiero
es el sur, que, si cuatro, miro iguales?

Las aguas maternales.
Blanco y azul, si carmen, pescadores
de carmines ponientes enredados.
Las manos, redes, y los peces, flores
submarinas. Los peces de colores.

Un marinero en tierra.

Y un golpe, no de mar, sino de guerra,
que destierra los ángeles mejores.

Mi frailecico – Blas de Otero

Conmigo está mi dueño
leyendo su lectura silenciosa.
Mi dueño es muy pequeño,
mas tiene voz de rosa
cuando del alma el canto le rebosa.

Leyendo está mi amigo,
y yo con él, penando vivo y muero.
A solas, sin testigo,
así es como le quiero,
hablándome un sentido muy de vero.

Con este frailecico,
el alma se recoge y empavesa;
¡qué importa si es tan chico,
si el alma es la que besa
y amigos son sus labios de Teresa!

Con ella, y con su voce,
no quiero otro coloquio, por ventura.
En ella está mi goce;
con ella, la Hermosura
de amor que me da fiebre y calentura.

Que si ella es, castellana
de Dios, lo que del mundo yo más quiero,
él tiene una fontana
tan rica de venero,
que en ella me adolezco, peno y muero.

Por ella yo quisiera
dormirme entre los brazos del Esposo,
muriendo de manera
tan alta, y silencioso,
que abriérame este pecho que reboso.

A Eugenio de Nora – Blas de Otero

Hay una rabia dentro de los ojos,
una rabia de Dios y de los hombres,
y de ti mismo y de mí mismo. Nada
es comparable a un mar que ya se rompe.

Que ya no puede más. Pero nosotros
insistimos, entramos por la noche
no con las manos, no, tendidas, nunca:
gritando a voces y llamando a golpes.

¡A fuerza de querer que se despierten,
palios de luz, penumbra de rincones,
todo, lo desgarramos, no queremos
limosna: manos no, garras insomnes!

Amigo mío, mi cansancio es bello.
Se parece a ese ruido de los bosques.
Cualquier día sabrás que me he callado,
como hice ayer, para inventar más nombres.

Tú y yo, cogidos de la muerte, alegres,
vamos subiendo por las mismas flores:
un manto rojo, en pleamar, el tuyo;
un manto verde, como el mar, el monte.

Apóyate. Ay, apoyémonos.
No te importe ser mástil. Que se ahonde
más, y que, hendiendo por el fondo, falte
arriba poco para hender los soles.

Desamor – Blas de Otero

Cuando tu cuerpo es nieve
perdida en un olvido deshelado,
y el aire no se atreve
a moverse por miedo a lo olvidado;
y el mar, cuando se mueve
e inventa otra postura,
es solo por sentirse de este lado
más ágil de recuerdos y amargura.

Cuando es ya nieve pura,
y tu alma señal de haber llorado,
y entre carta y besos
amarillos suspiras porque, al verlas,
no te serán ya ésos
más que —pendientes de los ojos— perlas;
y los rosas ilesos,
y los blancos sin roce,
entre cintas desnudas, enterradas,
reavivan el goce
triste de ver ya frías, desamadas,
las prendas y el amor que aún las conoce.

Entonces a mí puedes
venir, llegar, oh pluma que deriva
por los aires más solos:
yo tenderé y tiraré hacia arriba,
altos sueños, mis redes,
para que eterna, si antes fugitiva,
entre mis alas, no en mis brazos, quedes.

Monzón del mar – Blas de Otero

Ahora que estamos lejos, tú de mí,
yo, revolviendo la tierra por encontrarme,
he preguntado al viento de Pekín
que llega grávido de mares, 
en qué cadera tuya o cantil
se apoya mi memoria, esperándome;
no estoy desarraigado aunque ande así, 
más bien como una rama en el aire
agarrada con las dos manos a su raíz, 
precisamente esta tarde
oigo el golfo de Vizcaya aquí
en el fondo del viento de estos mares
de China, jadeantes de nocturno marfil.

Digo vivir – Blas de Otero

Porque vivir se ha puesto al rojo vivo.
(Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.)
Digo vivir, vivir como si nada
hubiese de quedar de lo que escribo.

Porque escribir es viento fugitivo,
y publicar, columna arrinconada.
Digo vivir, vivir a pulso, airada-
mente morir, citar desde el estribo.

Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro,
abominando cuanto he escrito: escombro
del hombre aquel que fui cuando callaba.

Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra
más inmortal: aquella fiesta brava
del vivir y el morir. Lo demás sobra.

En nombre de muchos – Blas de Otero

Para el hombre hambreante y sepultado
en sed salobre son de sombra fría,
en nombre de la fe que he conquistado:
alegría.

Para el mundo inundado
de sangre, engangrenado a sangre fría,
en nombre de la paz que he voceado:
alegría.

Para ti, patria, árbol arrastrado
sobre los ríos, ardua España mía,
en nombre de la luz que ha alboreado:
alegría.