–¿De dónde vienes, hermano?
–Hermano, vengo del mar.
–Y yo vengo de la tierra;
de la tierra: de sudar.
–La tierra vengo buscando.
–Y yo voy buscando el mar
porque en tierra he sido esclavo.
–Yo he sido esclavo en el mar.
–La tierra, hermano, te guarde.
–Hermano, guárdete el mar.
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Cinco canciones de tierra y mar – Carlos Álvarez
1
No te acerques a la playa
si no quieres ver el mar...
Pero si dejas la orilla,
déjate en la orilla el ancla
que te impida navegar.
2
Tierra adentro, o bajo el cielo
salpicado por la sal.
Tierra adentro o mar adentro...
Pero no donde la playa
se confunde con el mar.
3
¡Qué bien brillan las escamas
salpicaditas de mar!
¡Qué bonito es el pescado
que va a mi red a encallar...!
¡Qué lástima que la barca
donde me vengo a pescar
sea de un amo que nunca
conoció el sudor del mar!
4
Para el próximo verano,
la barca, madre, ya nuestra.
Para dentro de dos años,
quizá nuestra choza abierta...
¡Pero nuestra vida, nunca,
nunca, madre, nunca nuestra!
5
Me voy de la tierra, madre,
que no me quiero encontrar
la cadena en el sembrado
cuando me pongo a sembrar.
Me voy de la tierra, madre,
que no lo pudo encerrar
ni puso cadenas nadie,
ni puso cadenas nadie
para sujetar el mar.
Pequeño poema a Sancho – Carlos Álvarez
A José Esteban
Ya los héroes no visten armadura
ni aprenden el manejo de la lanza,
ni van por los caminos
en busca del amor y las batallas.
Hubo un tiempo quizá, o acaso nunca,
–ni entonces ni mañana–
para los héroes que buscaban sueños
en tanto el campesino alimentaba
la gleba con su sangre
enraizando en la tierra sus entrañas,
y que en sueños y sangre
y una sutil materia se bañaban,
pero no en el sudor de cada día
ni en el quehacer continuo
de cultivar la tierra y abonarla.
Acaso Dulcinea fue un instante
la mujer fatigada de La Mancha,
pero su nombre ahora
es Aldonza Lorenzo: tal se llama.
Ése es su nombre, y su destino es ése:
levantarse de sol cada mañana,
trabajar sin descanso todo el día
desde la luz que anuncia la jornada
hasta el primer silencio de la noche,
juntarse con la tierra y fecundarla,
agrietarse las manos contra el viento,
curtirse bajo el sol cada segada,
endurecer su piel bajo la lluvia
y por dentro ser blanda como el agua.
Ya los héroes no visten armadura,
mas no por eso faltan;
si veis con ojos limpios,
es fácil encontrarlos de mañana
cuando van al trabajo o, por la noche,
cuando vuelven cansados a sus casas.
Ya no atacan la paz de los molinos
–son hermanos del pan, y el pan les falta –
y apenas tienen tiempo
para soñar con bellas encantadas...
es muy duro el trabajo cada día,
y empieza muy temprano la jornada.
Ya los héroes no visten armadura
–un mono azul es su uniforme y gala –
ni se bañan en sangre de dragones
sino en sudor y grasa.
Pero a veces descienden a la tierra:
al silencioso centro de su entraña
misteriosa y oculta (como Orfeo
en busca de su amada)
y encuentran el grisú entre las tinieblas
o alguna muerte antigua y más lejana.
Ya no buscan el sol como, otro tiempo,
rebelde, Prometeo lo intentara,
pero queman sus ojos y sus manos
mordidos por el oro de las fraguas,
o a Ícaro recuerdan en su vuelo
desde el andamio hasta el dolor, sin alas.
Ya los héroes no visten armadura
ni aprenden el manejo de la lanza,
pero están con nosotros en la tierra
sembrando su sudor y alimentándola.
Después… – Carlos Álvarez
A mis amigos
Belén y Julián Marcos
Después parecerá lo más sencillo
repartirse entre todos, con la calma
fecunda de la lluvia,
que madura la tierra y la alimenta
con su noble cadencia acompasada;
sentir el goce pleno del instante;
nacer cada mañana
con toda vida nueva que amanece,
y acabarse y surgir a cada vuelta
con la tranquila sencillez del alba;
reírse con la risa del hermano;
morder la fruta amarga
del dolor de los otros y, entre todos,
deshojar el rosal de la esperanza;
sentir sobre los hombros
el tamaño y el peso de la tierra
con la medida a cada esfuerzo exacta,
y tener siempre a punto entre los labios
una nueva canción para el momento,
y una nueva ilusión para el mañana.
En la taberna – Carlos Álvarez
Pero a veces las cosas no resultan tan claras.
Abandono las calles del centro, y las afueras
me acogen con su clima de misterio
y el tenue parpadeo de sus luces escasas,
y entonces, ante un vaso,
con los amigos viejos y los amigos nuevos,
en la tasca del barrio, cuando muere el crepúsculo
y el vino más barato nos inunda de besos,
(huésped agradecido de los labios
pero que quiere ver, como hermano indiscreto,
la sombra más oculta
y el rincón más lejano del corazón despierto)
entonces, ante un vaso, me embriagan las palabras
de los amigos viejos y los amigos nuevos:
–De acuerdo estoy en todo lo que dices...
–Estamos convencidos, compañero...
–Lo que piensas, muchacho, es muy hermoso...
–El momento, verás, ya no está lejos...
Y cuando, ya borracho de escuchar los abrazos,
y de apretar palabras, y de beber ensueños,
abandono a los míos y me lanzo a la noche
ya no sé si dormido, ya no sé si despierto,
las cosas me resultan cada vez menos claras...
Porque si bien es cierto que es muy fácil
encontrar la palabra donde estamos de acuerdo,
el hambre no se cansa de andar por nuestras calles,
y continúa el barro, y el hastío, y el miedo.
Alguna vez me sorprendió la noche
muy lejos de mí mismo, en el camino
mil veces transitado
que empieza en dos premisas ya olvidadas
y desemboca siempre en el vacío.
Es hermoso pisar la carretera
o escuchar el crujido de la rama
dormida en el sendero,
cuando se tiene por delante un día
al margen reposado del trabajo,
y comienza el silencio a posarse en los árboles,
y el pecho está sereno y tu momento es tuyo,
y puedes largamente
permitirte el placer de dejar que se pierdan
tus pasos y tus sueños
por el más amplio mar, sin que vigile
tu marcha otro mirar que el de la estrella.
Si acaso lo consigues, es posible
que pienses un momento
al escuchar la música del río,
al contemplar el lienzo de la noche,
que en verdad es magnífico y perfecto
el mundo en que vivimos, y admirable
su belleza templada y apacible.
Pero entonces acaso,
cuando el aire es más límpido y más noble
el curso sosegado del arroyo
y el gozo que del pecho fue a tus labios
y completó el paisaje sorprendido,
ocurre acaso entonces
que el ladrido de un perro vagabundo
se enfrenta con la noche, y es bastante
la imagen que se cruza para hacer que despiertes
y una mano te coja por el brazo
clavándote en cualquier encrucijada,
y te indique el semáforo alumbrado
en el rincón más hondo del cerebro
que conduzcas despacio tus premisas
porque, aunque el bosque es amplio,
la noche no desborda su mensaje de sueños
con la misma medida en cada brote
nacido de la tierra,
y no lejos de ti se halla el hermano
a quien le está prohibido
disfrutar del dormido y admirable
nocturno acompasado de los campos.
En busca de la manzana – Carlos Álvarez
Si no hay una manzana sin gusanos en el mundo,
¿para qué quiero yo los sesos?
LEÓN FELIPE
Buscaré sin descanso la manzana...
Por todos los jardines del mundo y los caminos
donde el árbol me tiente con sus ramas.
Me acercaré despacio a cada intento
bajo el limpio frescor de la mañana,
la frente en equilibrio,
abierto el corazón a la esperanza,
y el beso entre las manos
con el gesto preciso al arrancarla...
(y limpiaré mi corazón primero
para morder su pulpa y encontrarla
perfecta de sazón y sin gusanos).
Entonces la manzana
marcará la medida del corazón del hombre,
y su fragancia sana
nos dará el alimento madurado
que permita esperar un distinto mañana.
Tierra de campos – Carlos Álvarez
Le llamaron folklore a la miseria
y reserva moral al abandono;
le llamaron virtud a la ignorancia,
pecado al horizonte...
Se desnudó de mar, y echó sus anclas
a lo interior Castilla;
su impulso de expansión trocó en amarga
lección de narcisismo, y, por creerse
señora de la luz, cerró ventanas
a la canción del viento y al mensaje
forastero del agua.
Y así vivió en sí misma la meseta,
como la luz de sus contornos, plana.
¡Oh anacrónica monja de clausura
que medita su calma rutinaria
protegida por tocas ancestrales...
oh arruga invertebrada!
Silencio de una tierra ardiente y vieja
que por caminos lentos se desangra.
Lección de gramática – Carlos Álvarez
Se rebela mi mano si la escribo,
me traiciona la lengua si la nombro,
se va de mascarada por las calles
la palabra que arranco de mi pecho.
La necesito aquí, junto a los míos,
en esta casa lóbrega y en este
momento de llorar, petrificado.
No quiero darle el pésame al espejo.
¿Qué le pasa a la gente que me mira?
¿O qué me pasa a mí si, como a un loco,
tapando la sonrisa me señalan
con un gesto de duda y aceleran
el paso? No comprendo lo que dicen.
No entienden lo que digo. Eso que veo
volando en torno a mí sé que es un pájaro.
¿Qué nombre le darán los que me niegan?
...de la misma manera, ellos pronuncian
«justicia», «libertad», «amor» y «patria»,
y sé que están nombrando algo distinto
de lo que esos vocablos significan.
¡Liberemos, amigos, el idioma!
Desnuda en su pureza la palabra
de la trampa social del adjetivo,
tendrá el mismo sentido para todos.
Serán las cosas todas para todos.
Poética al estilo de Espronceda – Carlos Álvarez
No sé esculpir el verso, pues prefiero
la paloma que vuela a la que mira
su graciosa silueta cincelada
sobre un rico cristal.
Palabras en reposo no las quiero,
ni la belleza estática me inspira;
me gusta la que colma, derramada,
su cauce natural:
el grito de liberación del río
que invade el mar; el bosque cuando canta
su agreste sinfonía a toda orquesta;
la euforia del volcán...
y vuela desbordado el verso mío
para el hombre que lucha y que levanta,
sin que le estorbe el miedo, su protesta
con los que piden pan.
De los jardines mágicos, dolientes,
bañados por la luna y por el frío,
de indolente belleza refinada,
no brota mi canción...
delante del rosal, indiferentes,
corren mis pensamientos como un río...
mas nunca desatienden la llamada
que angustia el corazón.
Y así son las palabras que os entrego,
dictada por el ansia y la certeza
de que un día vendrá para el hermano
que hoy sangra de sudor...
palabras que os entrego con un ruego:
que las tiréis si, bajo su corteza,
no tropezáis con la caliente mano
rendida del amor.
Pero este amor… – Carlos Álvarez
Pero este amor...
A veces me da miedo de este amor
que empuja,
que ciega,
que puede agarrotar mi mano en torno
de un pedazo de hierro, de un pedazo
de vida,
porque
con el amor a mil que están debajo
del pan que no les llega,
del aire que no rozan,
del ocio de otras manos,
debajo
de todo lo que infecta mi garganta,
puedo
llenar hasta los bordes,
apurar
una copa de odio
para el hombre entre mil a quien no amo;
puedo
odiar hasta que cruce al otro lado
–orilla de la vida –
al que descarga el látigo,
comprueba los cerrojos,
esconde los trigales,
se emborracha
de espuma sin saberlo:
sin saber que se embriaga con su sangre.