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Elegía a la belleza exterior – Eugenio de Nora

Quiero cantarte hoy, amor mío,
con voz de cielo bajo el agua.
Tú me estás arrancando con la vida
esta canción, ay, ésta, la más tierna y amarga.

Tú me estás enseñando con la y ida
un paraíso de rosas y manzanas;
por tu mirada niña y tu voz sola
la primavera más antigua canta.

Aquí me tienes queriéndote tanto,
llorándote como una flor sin alas,
porque te vi, y ya no podré quejarme
si no encontré lo que buscaba.

¡Yo te busqué! Pedí al mundo y al sueño
una forma que me expresara,
y anhelé, sobre todas las cosas,
conocer la verdad de mi alma.

¿No existe nada, amor, que nos exprese?
¿Tu eres también también desesperanza?
Aquí estoy otra vez sin respuesta
mientras todo es tránsito y sueño y distancia.

Pero ya no podré quejarme
aunque me cieguen la mirada.
He visto en ti lo deseado
bajo la luz de la esperanza.

Ya te miré. No sólo el cielo
de lejanía inviolada,
el misterioso país de las formas
que enseñan ensueño y distancia.

No sólo ángeles y diosas
en la niebla azul de la fábula.
¡Sino también lo bello aquí,
la tierra hermosa y su abundancia!

Cada vez que la vida agita
como una brisa la pradera mágica,
miro pasar la belleza sangrando
música y besos y palabras;

entonces, amor mío, llega
la primavera casi extenuada,
y hace nidos en tus cabellos
para mis palomas y palmas;

entonces, amor mío, entonces,
todo en el mundo se prepara
para cobijarse en tus ojos
como un anillo en el fondo del agua

y surgen vivas en tu boca
todas las flores que esperaban.
¡Oh, noche de mi corazón
llena de pájaros que cantan!

¿Quién no querrá llorar de fuego
amordazado por mil guitarras?
¡Amor! ¿Quién no te verá entonces
durmiendo en brazos de la nada?

Cuando dos horas de flor joven
van a juntarse o se separan,
cuando la última pared se rompe,
nos asomamos otra vez al alma.

Hemos llegado ya a la cima,
desdoloridos y sin ansia.
Pero esperamos descanso y respuesta
y vemos sólo otra vez distancia.

Aquí me tienes aún mirándote,
soñándote con la nostalgia
de no haberte visto en la vida.
Aquí tienes mi herida esperanza.

¡Ese soy, sobre nuestra muerte!
¡Roto en la luz de tu mirada!
¡Llorando, soñando por ver
a través de tu forma mi alma!

Voy a sentarme junto al río,
y miraré pasar el agua.
Te vi. Ay, de mí. No diré
que no encontré lo que buscaba.

 

Poesía – Eugenio de Nora

Bajo el alba,
entre rosas extasiadas,
salí camino del cielo,
para ver si te encontraba.

Para ver si te encontraba,
y tú, mi vida, no estabas.
Tú no estabas. Entre rosas,
llamándote, bajo el alba.

Hallé rosas de la aurora
venciendo mares de sombra.
Miré rosas de la tierra,
erguidas porque las quieran,
las besen.
Cántico del sol que muere,
vi las rosas del poniente.
Los ángeles las regalan.

Y tú, mi vida, no estabas.
Rosa de nadie, ignorada.
Tú, que te harás porque si,
y sin servir para nada.

De tu perfección avara,
purísima, alma del alma,
rosa bella, sin motivo,
oh, poesía mía, increada.

Lamento – Eugenio de Nora

¡Seguid, seguid ese camino,
hermanos;
y a mí dejadme aquí
gritando!

¡Dejadme aquí! Sobre esta tierra seca,
mordido por el viento áspero
—campanario de Dios
frente al derrumbe rojo del ocaso—.

¡Dejadme aquí! Quiero gritar,
tan hondo en el dolor, tan alto,
que mi voz no se oiga sino lejos, muy lejos,
libertada del tiempo y del espacio.

¡Dejadme aquí! Dejadme aquí,
gritando...

Carmen del árbol dorado – Eugenio de Nora

¡El árbol florido,
fugaz primavera,
palacio de trinos!
Pero antes de oírse,
qué lento ha crecido.

Abría en la tierra
oscuros caminos;
pedía en el aire
la vida a suspiros;
al sol, cada día,
era oro tupido.

La luz y el silencio,
y un tiempo infinito,
irguieron el tronco
soñando en sí mismo.

(Lo adoraba acaso
la estrella en rocío;
en el borde absorto
grabaron su signo
los enamorados...).

¿Tiene ahora mil nidos?

¡Corazón del hombre!
(¡Cantos encendidos
del poeta!) ¡Árbol
verde y florecido!

Carmen de los ríos vividos – Eugenio de Nora

Cuántas veces, paseando
la ternura de la hierba,
por las orillas del río
se hace más clara la pena...

Igual que un corazón tibio
que te sabe y te recuerda,
cuántas veces me has querido
sombra de las alamedas...

Los ríos son mis amigos,
porque saben que se acercan,
aunque marchen, y suspiran
cantando, como quien besa.

Decidme si vuestros nombres,
verde Aar, claro Bernesga,
van teniendo, como el mío
en las orillas banderas...

Porque yo sé que es alegre,
que es bella nuestra tristeza,
mientras hacia el mar pasamos
siempre amando la ribera...

Carmen de un momento – Eugenio de Nora

Ahora puedo estar viviendo
muy otro tiempo, puedo ir
cortando juncos, junto al agua,
mirando el cielo que ya amé.

Ahora puedo, frente al mar,
sentir la sangre densa en olas,
y entresoñar, porque atardece,
y las estrellas caen en mí.

¡Felicidad, madurez clara!
Todo era flor, y también tú;
también tú pasas, llegas, pasas;
qué hermoso y triste es comprender.

¡Oh pena dulce de los besos!,
¡oh cintura de amor!; dejad,
dejadme amar lo que no vuelve...
y hacia el olvido, solo fin.

Carmen de los suspiros – Eugenio de Nora

...La rosa, la estrella, el alma.
Deseando siempre, siempre,
(ay),
todo lo que más nos falta.

Buscando, desamparados,
la sombra de nuestro fuego,
(ay)
el tiempo en que quedamos.

Banderas altas del día
dan su azul celeste al viento.
Yo quisiera, tú querrías...
(Ay
los dos estamos muy lejos).

Media vida es esperarse.
Media, recordar los sueños.

Para estar juntos un día,
para sentirnos de nuevo...

(Sueña...)
Cuando lo tengamos todo...
(Suéñalo)... recordaremos
(ay)
esta tristeza de oro.

Carmen de las horas ansiadas – Eugenio de Nora

Son ya tantas las flores de este valle
que se abrieron queriendo recordar;
tantas las horas idas, en caricia
de hombros desnudos al amanecer;
tan hondas, tan del alma las estrellas
con música apretando el corazón...

Las veces en que el agua y tu cintura,
la luz y tu sonrisa, el palpitar
de las ramas del aire y los suspiros
los enlazó mi sueño porque tú
no estabas —aunque estabas—; tanto fue
el cariño que di por ti en miradas,
en pensamientos, tanto fue el amor...

Que cuando llegues —bajo tu luz misma
como el sol súbito en el ancho mar—,
verás de pronto, cieleado, inmenso,
un mundo sólo florido hacia ti
y en el que todo, en ala de caricia
dirá: «soy yo; te quiero, te esperé».

Para ti sola, por la madrugada
de luz antigua que en tus ojos hay;
para que sacies con tus manos rosas,
sobre el anhelo en flor de la canción
abro esta página de primavera...

Eres tú misma. Llega a ti. ¡Ven!

Carmen del lago azul – Eugenio de Nora

A un lago azul te comparaba,
maravilloso, claro.

Pues, como ya nada en el mundo
tenía sentido, como ya el descanso
sólo podía traerlo el gran regreso,
la muerte misma, yo, anhelando,
con el corazón joven
busqué lo más cercano
a morir: entregarse,
amar perdidamente, darlo
todo.

...Queda un lago encantado.

                            *

«Aquí llegaron los amantes»,
dirán.
Y si la primavera,
igual que ahora con nosotros
florece en las orillas tiernas,
han de pensar:
«Por estos lirios
de los bordes, por la pradera
venían... Pero las flores, bajo el tiempo,
eran aún más bellas...
y ellos siguieron, hasta el fondo.
(Maravilloso era
ver cómo entraban al palacio
del agua, sonriendo,
soñando, mano en mano...)»

«Aquí llegaron...»
Y en la noche
—fuego de astros bajo el lago—,
dirán:
«Se fueron a buscar estrellas
que en lo hondo de sus ojos palpitaron...»

                              *

Nosotros, ya, seremos
canción sólo en sus labios.

...Pero labios de amor. Y se oirán besos
al chasquido del agua en lo estrellado.

Carmen de unos recuerdos – Eugenio de Nora

Hermosa,
sólo hermosa.
Estrellas tibias en tu pelo suelto
que el aire combatía;
prados floridos, cielos
en el agua, curvados
animales ligeros cuerpo abajo, ladera
abajo; pechos
gacelas; áureas
caderas con caballos. Todo, fuego
en un río de espacio musical, cauce de astros
infinito.
            Sí: bella,
hermosa. Sonreías
como cálida nieve; mirabas pasar ríos;
concedías labiales
claveles oprimidos, auroras
vacilantes, luz negra,
hiedras ardientes cuerpo adentro.

¡Oh rosa
hija del tiempo, agua
del tiempo, floreciente
lago de tiempo!
            Junto a tus orillas
he soñado la vida, y he mirado
anchos los cielos. Aunque todo pase,
yo amaré siempre.
              Poso mi cabeza
sobre la roca, muevo el horizonte,
y oh sollozado ramo de palabras, golpeo
el agua clara. ¡Fuente,
luz del ser, con tu imagen!
¿Te soñaba? Tenía
una estrella en el pecho.
Y tú eras
hermosa, eras
hermosa; sonreías...