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Hijos de la ira – Félix Grande

Con Dámaso Alonso

Horadan el sur de la noche
vengativos y solitarios
Van derrotados y altaneros
como ternísimos malvados
Brotan solos de las tabernas
y bajan a los urinarios
y escriben su odio en las paredes
como grandiosos literatos

Varias señales de la miseria
se obstinan en acompañarlos:
la ropa astrosa, la hosca noche
el más maloliente tabaco
las lavacias de vinos pobres
unos gruñidos enigmáticos
una furia deslavazada
y muchos sueños desollados

Su cólera cariada, sus
turbios semblantes de borrachos
y ese no sé qué de navío
dando miedo y dando bandazos
recuerdan al hollín, al limo
al engrudo, a la escarcha, al trapo

Su patria es la calle vacía
la soledad su sindicato
su club la esquina en que vomitan
la acera su confesionario
y su destino un hospital
que ya les muerde los zapatos

Ríen con pelos entre los dientes
lloran vidrios a manotazos
cantan cosas desatinadas
callan geológicos y hartos

Su impar desgracia ya ululaba
entre la leche que mamaron:
hace ya muchos siglos que
garabatean en el espacio
escribiendo el siniestro libro
de la injusticia y del espanto

Hijos y nietos de la ira
una costra de antepasados
iracundos y miserables
les macera y cubre las manos
con las que se tapan los ojos
al echarse a morir. Los amo

[Y en la pancarta se leía
el furioso nombre de Dámaso]

Madrigal – Félix Grande

Palabra, dulce y triste persona pequeñita,
dulce y triste querida vieja, yo te acaricio,
anciano como tú, con la lengua marchita,
y con vejez y amor aprieto nuestro vicio.

Palabra, me acompañas, me das la mano, eres
maroma en la cintura cada vez que me hundo;
cuando te llamo veo que vienes, que me quieres,
que intentas construirme un mundo en este mundo.

Hormiguita, me sirvo de ti para vivir;
sin ti, mi vida ya no sé lo que sería,
algo como un sonido que no se puede oír
o una caja de fósforos requemada y vacía.

Eres una cerilla para mí, como esa
que enciendo por la noche y con la luz que vierte
alcanzo a ir a la cama viendo un poco, como ésa;
sin ti, sería tan duro llegar hasta la muerte.

Pero te tengo, y cruzo contigo el dormitorio
desde la puerta niña hasta la cama anciana;
y, así, tiene algo de pálpito mi lento velatorio
y mi noche algo tiene de tarde y de mañana.

Gracias sean para ti, gracias sean, mi hormiga,
ahora que a la mitad de la alcoba va el río.
Después, el mar; tú y yo ahogando la fatiga,
alcanzando abrazados la fama del vacío.

Obertura – Félix Grande

Has sido aquí infeliz y alguna vez dichoso.
Muchos años son ya recorriendo estas calles.
Como un verdín, tu historia se sumerge en los muros:
junto a ellos has amado y vomitado y muerto.

Derramaste tu insomnio como ardiendo o borracho
en las plazas vacías, clementes, silenciosas.
¿De qué huías errabundo por la ciudad? ¿Qué buscas
errabundo hoy, entre la suma de tus fugas?

Estos ancianos edificios, estas aceras
preservan tu fantasma. Las gentes se retiran,
la oscuridad adormece a las calles, y quedas
solo, entre vagas luces, solo entre vagos años.

Desesperado y lentamente, con emoción
caminas en la noche llena de levadura.
Se diría que escuchas un órgano: es el mundo
y el tiempo, y un sonido de ilusión y orfandad.

El principio de realidad – Félix Grande

Entre ruinas, entre periódicos sangrientos
se vienen consumando tu muñón y tu ultraje;
infames educados, chaquets llenos de lobo
amenazan a tu conciencia, te martirizan.

Tú venías con una partitura, traías
el pedal de un piano junto a un vaso
para beber el zumo de la amistad -tu sed
pudo haber hecho algún bien en el barrio.

Y te esperaban en la trinchera, vigilaban
tu alma con un espejo retrovisor, caíste
en un espeso charco rojo en donde
kilómetros de venas se habían vaciado aullando.

El charco estaba a la entrada del teatro;
del escenario, lleno de mapas y altavoces,
fluía una voz monótona que hacía promesas: himnos
y porras y papeles, en contrapunto, persuadían.

Lo que has visto ha tornado inflamable a tu idea;
vas a hablar y te aflora por la boca una llama
que solloza tambaleándose entre saliva;
te sueñas como incendio o dragón decadente.

Aquí dan de beber gasolina. En los parques
hay locos incubando crímenes laboriosos.
Vivir parece el epicentro de la desgracia.
Y hace ya veinte años se desmanda el brasero.

El brasero mundial que marea y atufa
antes de reducir a cenizas la vida.
Cada persona es un sobreviviente. Los niños
son desastres subdesarrollados. Hija mía.

Hubo un tiempo en el cual temías volverte loco:
eras feliz, te daba poco miedo la vida,
o bien te daba poco miedo el horror: te hallabas
algo más lejos que hoy de tu cero abrasado.

Venías con alpargatas para andar entre amigos
y viste las aceras asaetadas de esputos
de todos los que duermen fumando. El ocaso
trae un tambor. Amanece con cicatrices.

Contiene más carcoma que madera este baúl.
Ya no quieren los pájaros detenerse en los hilos
del telégrafo: se lastiman con las premoniciones
con que los países, enojados, demoran la barbarie.

Ahora esperas la bala o la hoguera mitológica
o el timbrazo furioso en la puerta, o la locura,
la locura entrañable, dulce, amada mía.
Tú, que venías con una partitura de amor.

La patria – Félix Grande

Los que sin fervor comen del gran pan del idioma
y lo usan como adorno o coraza o chantaje
sienten por mí un rechazo donde la rabia asoma:
yo no he llamado patria más que a ti y al lenguaje

Los que destinan himnos y medallas y honor
al cuervo de la guerra y nunca a la paloma
de la lujuria, miran mi cama con rencor:
yo no he llamado patria más que a ti y al idioma

De la fraternidad, de la honra civil
sé que nadie la siente ni nadie la derrama
si convierte al lenguaje en una jerga vil
y en su cuerpo sofoca la milagrosa llama

Celebrar como a un dios el fuego de la mano,
sentir por las palabras un respeto profundo:
sólo así el transeúnte puede ser nuestro hermano
y nuestros camaradas la materia y el mundo

La carne me ha enseñado el más hondo saber
y el lenguaje me enseña su lección venerable:
que el Tiempo es un abrazo del hombre y la mujer,
que el Universo es una palabra formidable

Barrio de Europa – Félix Grande

Acabo de ordeñar dos o tres cigarrillos
descendiendo por las cloacas de mi tristeza.
El siglo veinte me golpeaba como a un gong.
Mi cráneo acabará resonando a chatarra.

Se envejece muy rápido en Europa. Los barrios
se abalanzan en mezcla de buitre y de mendigo,
recitan casa a casa su quebranto, te ponen
en la nariz sus canas, hurgan tu corazón.

Lógico es morder el pezón de la infancia,
cuando cuidé las cabras sucintas de mi abuelo;
oler un poco a recuerdo de establo, ¿reposa
de este ejercicio tórrido de fumar en silencio?

Huyendo de mi propio terror he tomado
mujeres, trenes, vino; llegué a desear
el invento de un beso ecuménico, o bien
hallar unas palabras horrendas de piedad.

Entre segregación, amenaza y desprecio,
dentro del mastodonte informe de mi siglo,
escucho balidos de remota niñez, y oigo
chirriar de camas -dos amadísimos oasis.

Mas no puedo volver ni puedo prometer.
La piara se hunde en el tiempo; el amor
en el miedo. Se arrima a mí la vejez prematura
y una desolación de música enfriándose.

Mientras desciende el sol… – Félix Grande

Mientras desciende el sol, lento como la muerte,
observas a menudo esa calle donde está la escalera
que conduce a la puerta de tu guarida. Dentro
se encuentra un hombre pálido, cumplida ya, remota
la mitad de su edad; fuma y se asoma
hacia la calle desviada; soríe solitario
a este lado de la ventana, la famosa frontera.

Tú eres ese hombre; una hora larga llevas
viendo tus propios movimientos
pensando desde fuera, con piedad,
las ideas que en el papel pacientemente depositas;
escribiendo, como fin de una estrofa,
que es muy penoso ser, así, dos veces,
el pensarse pensando,
la vorágine sinuosa de mirar la mirada,
como un juego de niños que tortura, paraliza, envejece.

La tarde, casi enferma de tan lejana,
se sumerge en la noche
como un cuerpo harto ya de fatiga, en el mar, dulcemente.
Cruzan aves aisladas el espacio de color indeciso
y, allá al final, algunos caminantes pausados
se dejan agostar por la distancia; entonces
el paisaje parece un tapiz misterioso y sombrío.

Y comprendes, despacio, sin angustia,
que esta tarde no tienes realidad, pues a veces
la vida se coagula y se interrumpe, y nada entonces
puedes hacer contra ello, más que sufrir un sufrimiento,
desorientado y perezoso, una manera de dolor marchito,
y recordar, prolijamente,
algunos muertos que fueron desdichados.

Mudo que rompe a hablar – Félix Grande

He querido expresarme
Toda mi vida he querido expresarme.
No tengo otro destino, otro afán, otra ley.

Fui actos sucesivos
y el olvido que destilaban
los corroía a ellos ya mí.

Sobre los actos fui palabras
y ellas buscaban una lumbre
que no me calentaba a mí.

Palabras y actos juntos
nada son sin placer del cuerpo.

Ahora regreso de esa vida umbría
buscando siempre calor de mujer.
Palabras y actos sólo allí me expresan.

Tu piel junto a mi piel, eso es lenguaje.

Todo cuanto pretenda enmudecerlo
maldito sea

El infierno – Félix Grande

El bien irreparable que me hizo tu belleza
y la felicidad que se llevó tu piel
son como dos avispas que tengo en la cabeza
poniendo azufre donde conservaba tu miel.

¡Cambió tanto la cena! Botijas de tristeza
en vez de vasos de alba tiene hoy este mantel
y aquel fervor, espero esta noche a que cueza
para servirme un plato de lo que queda: yel.

Rara la mesa está: La miro con asombro,
como y bebo extrañeza y horror y absurdo y pena.
Se acabó todo aquel milagro alimenticio

tras un postre espantoso me levanto y te nombro
que es el último trago de dolor de esta cena,
y voy solo a la cama como quien va al suplicio.