Valiente en la medida de su maldad,
la gota se arriesga
a perforar la montaña
en los próximos cien mil años.
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La noche en blanco – José Emilio Pacheco
Viene la noche con su gran manto de espinas
a dormir en la cama de los insomnes.
Y a falta de esa muerte provisional,
de esa honda ausencia donde flota el cuerpo,
esa novela que urde en blanco el silencio,
deja en la mente la conciencia trágica,
el archivo salvaje, la foto ilesa,
la vuelta intolerable de todo aquello.
de lo que no quisieran ni acordarse.
Tierra de Nadie – José Emilio Pacheco
En la ignorancia a medias de un idioma,
ya que el dominio es imposible,
las palabras demuestran estar hechas
de la esencia del mundo y la poesía.
Pienso en dirt, por ejemplo:
«barro, lodo, tierra,
polvo, suelo, mugre,
suciedad, obscenidad,
bajeza, vileza.»
Suciedad de la tierra, tumba y matriz.
Basura sagrada
que amasaron plantas y huesos.
Putrefacción en que nos da la vida la muerte.
Extraño llamar «Tierra» al planeta errante
en donde navegamos siempre en tinieblas
y a la materia de la que sale todo
y todo regresa.
La tierra baldía, la tierra prometida,
la tierra de nadie.
Friso de la batalla – José Emilio Pacheco
Me doy, grita el vencido.
Es decir: te pertenezco, renuncio
a mi identidad y a mi dignidad,
a mi condición humana. Desciendo
a res (en español y latín): bestia, cosa,
animal que puedes uncir al yugo
o bien sacrificarlo en el altar de tu triunfo.
El vencedor, en la ebriedad de si mismo,
no alcanza a ver la sombra que proyecta su víctima:
la espada
de la venganza, el espectro
del guerrero que se dispone
para ser otra vez verdugo
de quien creyó eterno su poderío
y sin embargo muy pronto
dirá también: me doy
y bajará la cabeza,
humildemente como el lobo vencido.
En la República de los Lobos – José Emilio Pacheco
En la República de los Lobos
nos enseñaron a aullar.
Pero nadie sabe
si nuestro aullido es amenaza, queja,
una música de forma incomprensible
para quien no sea lobo;
un desafío, una oración, un discurso,
o un monólogo solipsista.
Los elementos de la noche – José Emilio Pacheco
Bajo el mínimo imperio que el verano ha roído
se deshacen los días.
En el último valle
la destrucción se sacia
en ciudades vencidas que la ceniza afrenta.
La lluvia extingue
el bosque iluminado por el relámpago.
La noche deja su veneno.
Las palabras se rompen contra el aire.
Nada se restituye ni devuelve
el verdor a la tierra calcinada.
Ni el agua en su destierro sucederá a la fuente
ni los huesos del águila volverán por las alas.
La flecha- José Emilio Pacheco
No importa que la flecha no alcance el blanco
Mejor así
No capturar ninguna presa
No hacerle daño a nadie
pues lo importante
es el vuelo la trayectoria el impulso
el tramo de aire recorrido en su ascenso
la oscuridad que desaloja al clavarse
vibrante
en la extensión de la nada
Cirios – José Emilio Pacheco
Cirios son nuestras vidas consumiéndose,
le dijeron al niño en la profunda
catedral de penumbra silenciosa.
La visión permanece nítida
las llamas palpitantes en la línea intermedia
entre la oscuridad y la luz enrarecida
por los vitrales
y las fugaces mechas que al arder
devastaban la cera o la parafina.
Llama es la vida
y cirios nuestros cuerpos que se desgastan.
Pero su fin no es previsible:
Puede seguir el curso natural
O acabar por un soplo o una racha de viento.
Gota de lluvia – José Emilio Pacheco
Una gota de lluvia temblaba en la enredadera.
Toda la noche estaba en esa humedad sombría
que de repente
iluminó la luna.
Nocturno – José Emilio Pacheco
La noche yace en el jardín.
La oscuridad en silencio respira.
Cae del agua una gota de tiempo.
Un día más se ha sepultado en mi cuerpo.