Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mí pechó su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allá donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente afrente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.
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Oda – Luis Cernuda
La tristeza sucumbe, nube impura
Alejando su vuelo con sombrío
Resplandor indolente, languidece
Perdiéndose a lo lejos, leve, oscura.
El furor implacable del estío
Toda la vida espléndida estremece
Y profunda la ofrece
Con sus felices horas,
Sus soles, sus auroras,
Delirante, azulado torbellino.
Desde la luz, el más puro camino,
Con el fulgor que pisa compitiendo
Vivo, bello y divino,
Un joven dios avanza sonriendo.
¿A qué cielo natal, ajeno ausente
Le niega esa inmortal presencia esquiva,
Ese contorno tibiamente pleno?
De mármol animado quiere, y siente;
Inmóvil pero trémulo se aviva
Al soplo de un purpúreo anhelar lleno.
El dibujo sereno
Del desnudo tan puro
En un reflejo duro
Copia la luz que mira su reposo.
Y levantando el bulto prodigioso
Desde el sueño remoto donde yace,
Destino poderoso,
A la fuerza suprema firme nace.
Pero ¿es un dios? El ademán parece
Romper de su actitud la pura calma
Con un gesto de muda melodía
Que luego suspendido no perece;
Silencioso más vívido, con alma,
Mantiene sucesiva su armonía
El dios que traslucía
Ahora olvidado yace;
Eco suyo renace
El hombre que ninguna nube cela.
La hermosura diáfana no vela
Ya la atracción humana ante el sentido;
Y su forma revela
Un mundo eternamente presentido.
Qué prodigiosa forma palpitante,
Cuerpo perfecto en el vigor primero,
En su plena belleza tan humano.
Alzando su contorno triunfante
Sólido sí, mas ágil y ligero,
Abre la vida inmensa ante su mano.
Todo el horror en vano
A esa firmeza entera
Con sus sombras quisiera
Derribar de tan fúlgida armonía.
Pero acero obstinado, sólo fía
En sí mismo ese orgullo tan altivo;
Claramente se guía
Con potencia admirable, libre y vivo.
Cuando la fuerza bella, la destreza
Despliega en la amorosa empresa ingrata
El cuerpo; cuando trémulo suspira;
Cuando en la sangre, oculta fortaleza,
El amor desbocado se desata,
El labio con afán ávido aspira
La gracia que respira
Una forma indolente;
Bajo su brazo siente
Otro cuerpo de lánguida blancura
Distendido, ofreciendo su ternura,
Como cisne mortal entre el sombrío
Verdor de la espesura,
Que ama, canta y sucumbe en desvarío.
Mas los tristes cuidados amorosos
Que tercamente la pasión reclama
De quien la vida entre sus manos deja,
El tierno lamentar, los enojosos
Hastíos escondidos del que ama
Y tantas lentas lágrimas de queja,
El azar firme aleja
De este cuerpo sereno;
A su vigor tan pleno
La libertad conviene solamente,
No el cuidado vehemente
De las terribles y fugaces glorias
Que el amor más ardiente
Halla en fin tras sus débiles victorias.
Así en su labio enamorada nace
Un ala luminosa dilatando
Por el viril semblante la alegría.
Y la antigua tristeza ya deshace,
Desde el candor primero gravitando,
La amargura secreta que nutría.
El cuerpo sólo fía
En su bella destreza,
En su divina fuerza
Que por los tensos músculos remueve.
Y a la orilla cercana, al agua leve,
La forma tras la extraña imagen salta;
Relámpago de nieve
Bajo la luz difusa de tan alta.
Sonriente, dormida bajo el cielo,
Soñaba el agua mientras fluye lenta,
Idéntica a sí misma y fugitiva.
Mas en tumulto alzándose, en revuelo
De rota espuma, al nadador ostenta
Ingrávido en su fuga a la deriva.
Y la forma se aviva
Con reflejos de plata;
Ata el río y desata,
En transparente lazo mal seguro,
Aquel rumbo veloz entre su oscuro
Anhelar ya resuelto en diamante.
La luz, esplendor puro,
Cálida envuelve al cuerpo como amante,
Un frescor sosegado se levanta
Hacia las hojas desde el verde río
Y en invisible vuelo se diluye.
La sombra misteriosa ya suplanta
Entre el boscaje ávido y sombrío
A la luz tan diáfana que huye.
Y la corriente fluye
Con un rumor sereno;
Todo el cielo está lleno
Del trinar que algún pájaro desvela.
El bello cuerpo en pie, desnudo cela,
Bajo la rama espesa, entretejida
Como difícil tela,
Su cegadora nieve estremecida.
Oh nuevo dios. Su deslumbrante brío
El crepúsculo vuelve vagoroso
En perezosa gracia seductora.
Todo el fúlgido encanto del estío
El fatigado bosque rumoroso
Con reposo vacío lo evapora.
Vana y feliz la hora
Al sopor indolente
Se abandona; no siente
La silenciosa y lánguida hermosura.
Por la centelleante trama oscura
Huye el cuerpo feliz casi en un vuelo,
Dejando la espesura
Por la delicia púrpura del cielo.
Homenaje – Luis Cernuda
Ni mirto ni laurel. Fatal extiende
Su frontera insaciable el vasto muro
Por la tiniebla fúnebre. En lo oscuro
Todo vibrante un claro son asciende.
Cálida voz extinta, sin la pluma
Que opacamente blanca la vestía,
Ráfagas de su antigua melodía
Levanta arrebatada entre la bruma.
Es un rumor celándose suave;
Tras una gloria triste, quiere, anhela.
Con su acento armonioso se desvela
Ese silencio sólido tan grave.
El tiempo, duramente acumulando
Olvido hacia el cantor, no lo aniquila;
Su voz más joven vive, late, oscila
Con un dejo inmortal que va cantando.
Mas el vuelo mortal tan dulce, ¿adónde
Perdidamente huyó? Deshecho brío,
El mármol absoluto en un sombrío
Reposo melancólico lo esconde.
Qué paz estéril, solitaria, llena
Aquel vivir pasado, en lontananza,
Aunque trabajo bello, con pujanza
Surta una celestial, sonora vena.
Toda nítida, sí, vivaz perdura,
Azulada en su grito transparente.
Pero un eco es tan solo; ya no siente
Quien le infundió tan lúcida hermosura.
Amando en el tiempo – Luis Cernuda
El tiempo, insinuándose en tu cuerpo,
tal la nube de polvo en fuente pura,
aquella gracia antigua desordena
y clava en mí una pena silenciosa.
Otros antes que yo vieron un’ día,
y otros luego verán, cómo decir
la amada forma esbelta, recordando
de cuánta gloria es cifra un cuerpo hermoso.
Pero la vida sólo la aprendemos,
y placer y dolor se ofrecen siempre
tal mundo virgen para cada hombre.
Así mi pena inculta es nueva ahora.
Nueva como lo fuese al primer hombre,
que cayó con su amor del paraíso
cuando viera, tal cielo ya vencido
por sombra, envejecer el cuerpo amado.
Te quiero… – Luis Cernuda
Te quiero.
Te lo he dicho con el viento
jugueteando tal un animalillo en la arena
o iracundo como órgano tempestuoso;
te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;
te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;
te lo he dicho con las plantas,
leves caricias transparentes
que se cubren de rubor repentino;
te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta;
más allá de la vida
quiero decírtelo con la muerte,
más allá del amor
quiero decírtelo con el olvido.
Si el hombre pudiera decir lo que ama… – Luis Cernuda
Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
Tristeza del recuerdo – Luis Cernuda
Por las esquinas vagas de los sueños
alta la madrugada, fue conmigo
tu imagen bien amada, como un día,
en tiempos idos, cuando Dios lo quiso.
Agua ha pasado por el río abajo,
hojas verdes perdidas llevó el viento
desde que nuestras sonrisas vieron quedas
su afán borrarse con el sol traspuesto.
Hermosa era aquella llama, breve
como todo lo hermoso: luz y ocaso.
Vino la noche honda, sus cenizas
guardaron el desvelo de los astros.
Tal jugador febril ante una carta,
un alma solitaria fue la apuesta
arriesgada y perdida en nuestro encuentro;
el cuerpo entre los hombres quedó en pena.
¿Quién dice que se olvida? No hay olvido
Mira a través de esta pared de hielo
ir esa sombra hacia la lejanía
sin el nimbo radiante del deseo.
Todo tiene su precio. Yo he pagado
el mío por aquella antigua gracia,
y así despierto, hallando tras mi sueño
un lecho solo, afuera yerta el alba.
No es el amor quien muere… – Luis Cernuda
No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos.
Inocencia primera
Abolida en deseo,
Olvido de sí mismo en otro olvido,
Ramas entrelazadas,
¿Por qué vivir si desaparecéis un día?
Sólo vive quien mira
Siempre ante sí los ojos de su aurora,
Sólo vive quien besa
Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.
Fantasmas de la pena,
A lo lejos, los otros,
Los que ese amor perdieron,
Como un recuerdo en sueños,
Recorriendo las tumbas
Otro vacío estrechan.
Por allá van y gimen,
Muertos en pie, vidas tras de la piedra,
Golpeando la impotencia,
Arañando la sombra
Con inútil ternura.
No, no es el amor quien muere.
Contigo – Luis Cernuda
¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
¿Mi gente?
Mi gente eres tú.
El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.
¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?
Los marineros son las alas del amor… – Luis Cernuda
Los marineros son las alas del amor,
son los espejos del amor,
el mar les acompaña,
y sus ojos son rubios lo mismo que el amor
rubio es también, igual que son sus ojos.
La alegría vivaz que vierten en las venas
rubia es también,
idéntica a la piel que asoman;
no les dejéis marchar porque sonríen
como la libertad sonríe,
luz cegadora erguida sobre el mar.
Si un marinero es mar,
rubio mar amoroso cuya presencia es cántico,
no quiero la ciudad hecha de sueños grises;
quiero sólo ir al mar donde me anegue,
barca sin norte,
cuerpo sin norte hundirme en su luz rubia.