Dioses por dioses, sin piedad trocaban;
madres por viudas, reyes por vasallos.
La muerte cabalgaba en sus caballos.
Sus cruces y sus preces blasfemaban.
No “fue Dios quien le dio tanta victoria”.
No andaba Dios metido en sus degüellos.
Menos que maceguales todos ellos,
quemaron con sus naves su memoria.
Y basta ya de imperios y de oro.
Sea el matiz el único tesoro
y soberano el Pueblo y ley la Vida.
Libre la sangre en las banderas rojas,
verás reverdecer piedras y hojas,
Tenochtitlán verá la amanecida.
¿Cómo Dejarte ser sólo Tú mismo,
sin reducirte, sin manipularte?
¿Cómo creyendo en Ti, no proclamarte
igual, mayor, mejor que el Cristianismo?
Cosechador de riesgos y de dudas,
debelador de todos los poderes,
Tu carne y Tu verdad en cruz desnudas,
contradicción y paz, ¡eres quién eres!
Jesús de Nazaret, hijo y hermano,
viviente en Dios y pan en nuestra mano,
camino y compañero de jornada,
Libertador total de nuestras vidas
que vienes, junto al mar, con la alborada,
las brasas y las llagas encendidas.
Eras tierra, pasión, memoria, mito,
culto en la danza y fiesta en el sustento.
Pero ellos te imputaron el delito
de ser otro y ser libre como el viento.
Te hicieron colectivo anonimato
sin rostro, sin historia, sin futuro,
vitrina de museo, folclor barato,
rebelde muerto o salvaje puro.
Y, sin embargo, sigues siendo, hermano,
ojos acecho al sol del altiplano,
huesos murallas en los tercos Andes,
raíces pies en la floresta airada,
sobreviviente sangre congelada
por todo el cuerpo de la Patria Grande.
Sobre su larga muerte y esperanza
desnudo el cuerpo entero
—la palabra, la sangre, la memoria—,
definitivamente
será mi cruz
América Latina.
Dios, pobre y masacrado,
grita al Dios de la Vida
desde esta colectiva cruz
alzada
contra el sol del Imperio y sus tinieblas,
ante el velo del Templo estremecido.
Mañana será Pascua
—porque El ya es mañana para siempre—.
(Revestida de llagas y sorpresas,
vendrá por el jardín
la Libertad,
hermanos.
Y hay que poner ternura en las quenas despiertas
y quebrar los aromas solidarios
y conminar el miedo del sepulcro
desarmando a los guardas).
Pero hoy todavía es Viernes Santo.
Todos somos testigos,
entre dados y lanzas,
mientras la madre llora sobre el hijo ciado.
Yo no quiero negarme a ese misterio.
¡Yo no quiero negarTe!
América Latina
será mi cruz
definitivamente.
Quizás esta soledad
sea palpar horizontes
donde la noche se cierra
y andar, a pesar del miedo,
cuando tantos se recogen
al abrigo, y la montaña
se nos viene toda encima.
Soledad no es estar solo,
es vencer la compañía
que nos detiene y seguir,
con la mochila del riesgo,
consciente de la frontera
y el destino de ser hombre.
Poesía de todas la épocas y nacionalidades