Archivo de la categoría: Poesía italiana

En esa nada del día – Daniela Attanasio

Era una mañana de verano, en el jardín de Plaza Cairoli circulaba
un silencio innatural como si los reflejos del sol
hubieran drenado todo ruido.
De repente el agua de la fuente empezó a hablar.
En su idioma transparente decía cosas como:
no renuncies, escribe, no permitas que el tiempo acabe contigo.
Pero esa mañana avara de luz
no sentía nada de lo que pasaba en las calles
ni siquiera el viento que sacudía mis cabellos mientras se deslizaba
sobre las hojas de los plátanos. Mi cuerpo se quedaba mudo
ya sin gramática sin palabras.

El alto velero – Salvatore Quasimodo

Cuando vinieron los pájaros a mover las hojas
de los árboles amargos junto a mi casa
(eran ciegos volátiles nocturnos
que horadaban sus nidos en las cortezas),
alcé la frente hacia la luna
y vi un alto velero.

Al borde de la isla el mar era sal;
y se había tendido la tierra y antiguas
conchas relucían pegadas a las rocas
en la rada de enanos limoneros.

Y le dije a mi amada, que en sí llevaba un hijo mío
y por él tenía siempre el mar en el alma:
«Estoy cansado de estas olas que baten
con ritmo de remos, y de las lechuzas
que imitan el lamento de los perros
cuando hay viento de luna en los cañaverales.
Quiero partir, quiero dejar esta isla.»
Y ella: «Querido, ya es tarde: quedémonos.»

Entonces me puse a contar lentamente
los vivos reflejos de agua marina
que el aire me traía a los ojos
desde la mole del alto velero.

Lamento por el sur – Salvatore Quasimodo

La luna roja, el viento, tu color
de mujer del Norte, la llanura de nieve…
Mi corazón está ya en estas praderas,
en estas aguas anubladas por la niebla.
He olvidado el mar, la grave
caracola que soplan los pastores sicilianos,
las cantilenas de los carros a lo largo de los caminos
donde el algarrobo tiembla en el humo de los rastrojos,
he olvidado el paso de las garzas y las grullas
en el aire de las verdes altiplanicies
por las tierras y los ríos de Lombardía.
Pero el hombre grita en cualquier parte la suerte de una patria.
Ya nadie me llevará al sur.

Oh, el Sur está cansado de arrastrar muertos
a la orilla de las ciénagas de malaria,
está cansado de soledad, cansado de cadenas,
está cansado en su boca
de las blasfemias de todas las razas
que han gritado muerte con el eco de sus pozos,
que han bebido la sangre de su corazón.
Por eso sus hijos vuelven a los montes,
sujetan los caballos bajo mantas de estrellas,
comen flores de acacia a lo largo de las pistas
nuevamente rojas, aun rojas, aun rojas.
Ya nadie me llevará al Sur .

Y esta tarde cargada de invierno
es aún nuestra, y aquí te repito
mi absurdo contrapunto
de dulzuras y furores,
un lamento de amor sin amor.

En el justo tiempo humano – Salvatore Quasimodo

Yace en el viento de profunda luz
la amada del tiempo de las palomas.
De mí, de agua, de hojas está formada.
Sola entre los vivos, oh dilecta razón,
es una noche desnuda.
Su voz consuela
al ardor luminoso, a la alegría.
Como nos desilusiona la belleza,
la memoria se limpia
de las formas extrañas,
nuestro espejo interior se va limpiando
de afectos y fulgores.
Pero de lo profundo de tu sangre,
en el justo tiempo humano
renaceremos sin dolor.

Color de lluvia y de hierro – Salvatore Quasimodo

Decías: muerte silencio soledad;
como amor, vida. Palabras
de nuestras provisorias imágenes.
Y el viento se ha alzado leve cada mañana
y el tiempo color de lluvia y de hierro
ha pasado sobre las piedras,
sobre nuestro cerrado zumbido de malditos.
La verdad todavía está lejos.
Y dime, hombre quebrantado en la cruz,
y tú, el de las manos hinchadas de sangre,
¿qué le contestaré a los que preguntan?
Ahora, ahora: antes de que más silencio
entre en los ojos, antes de que más viento
se alce y más herrumbre florezca.

Nieve – Salvatore Quasimodo

Desciende la noche:
todavía permanecen
las queridas visiones de la tierra,
árboles, animales,
pobre gente encerrada
bajo mantos de soldado,
madres con el vientre agostado
por las lágrimas.
Y la nieve en los prados
como una luna apenas descubierta.
Oh, estos muertos. Golpead
las frentes, golpead hasta el corazón.
Que por lo menos uno
nos grite en el silencio;
en este blanco cerco de los sepulcros.