Pequeña dama tú sin uñas, sin anillos,
sin nada que no sea ese solo de ti.
Viene y va en tu mirada, diluido
el llanto que no cesa sosteniendo
tu boca malva y blanca. Y en el confín
del blanco, tu cuello:
desvaído mástil de la blancura.
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Cantábile – Rosa Díaz
Busca el amante el prolongado extremo
que sostuvo a la amada. Por eso va
al escueto sugerir de sus ropas
por si llegó a quedarse.
Mas desiste y se vuelve con su dolor de hombre,
mientras que abril se quita su faca de perfumes
y va la amada dentro.
Prendedor
de abril se hizo ya la amada.
Por las quintas y por las huertas
se subió hasta la fruta madura
y sazonó las puntas de los árboles.
Bajó por los regatos
hasta el plumón primero que sacuden los pollos.
A la noche
regresará en el leve abanico del frío.
Y le abre las ventanas por si acaso pasara
con sus mil pebeteros.
Autorretrato – Rosa Díaz
Cruza el semáforo.
Aleja la falda y el pelo
del parabrisas de tu coche.
Tiene la lluvia
y el ejemplo fresco de sus gotas.
La arisca sensación de los felinos,
siempre en fuga: de Bach a Bach.
Ella no sabe
de la estúpida luz
del cielo de Beatrice.
Su cuerpo es la corteza
de un árbol retorcido.
Pasa de sus infiernos
a ciertos purgatorios.
Si la incitas
es una virtuosa meretriz.
Si la escuchas,
suele ser genial treinta minutos,
las otras veintitrés horas y media
se le hacen como a ti y como a todos,
normalmente vulgares.
Sabrás que se enamora fácilmente,
pero siendo educadamente sincera
miente con cierta cortesía.
Ella existe, si llega a tu pensamiento
con la fuerza del rayo
o si en él la refugias
como una enfermedad.
Lleva el rostro esculpido,
inteligentemente maquillado
y no es casualidad la desgana
con que se cuelga el bolso,
la imperfección
con la que usa la ropa
ni la mezcla medida en el perfume:
sino pura matemática.
Transita en los pasillos
de tu último sueño.
Espabila tu instinto
cuando la sientes venir
del lavadero del amanecer,
con su pájaro agüero
o su buen augur.
Es fatalista.
Imposible como una copla de posguerra.
Seguramente merecería
una antigua y arrebatadora metáfora.
Ahora llegará hasta ti
igual que un zarpazo.
Pues vigila tu espera,
la mano que llevas al bolsillo,
el gesto que guarda
la comisura de tu boca
y el perfil con el que le golpeas el corazón.
Cruza,
se acerca y le sorprende la vida,
te dice que te ama y deberías creerla.
Por la persecución de la doncella – Rosa Díaz
Si yo pudiera cazar tu alma,
abrir el cofre que posee
el antiguo latir de tu memoria: juro
que soltaría todas las traíllas
de los perros amaestrados
y los azuzaría contra ti,
doncella frágil.
Todos los mastines sedientos de tu sangre
irían detrás de tus tobillos. Y tú,
gacela, presurosa hija del rayo,
no sucumbirías fácilmente,
pues lobezna eres, brava eres
y paridora de bellísimas fieras.
Y así, hermosa, acorralada y huidiza,
mandarías a los espíritus de tu padre
para que quedáramos todos alobados,
desconcertados y perdidos por la luna
tras tu rastro que se deja ver, cuando rozas los besos
de los que amándose te velan. Y tú,
absorbiéndolos, pues, desmayándolos,
te denuncias y te escapas.
So-meto de repente – Rosa Díaz
Un capullo me ofreces, y al instante
lo contemplo rosado, firme y prieto,
catorce veces palpo y acometo
y él crece en vertical insinuante.
No hay regalo mejor para la amante
que celosa lo toma, con objeto
de someterlo a fondo y por completo
y hacerlo deseado y deseante.
Y, so-mételo al fin con ambas manos
con mimo de que el tallo no se encoja,
y en duro envite y perseguido antojo
en el fondo mejor de los arcanos,
el capullo más sabio se deshoja
y con gusto se queda mustio y flojo.
Allí estoy, proyectada en la luna… – Rosa Díaz
Allí estoy, proyectada en la luna
de mi cuenta hacia atrás:
pero ya no soy yo o yo no soy ahora.
Soy una extraña mía con una risa intacta,
con una piel intacta. Confiadamente nueva
y pisando los pecados capitales.
Y allí me dejo hoy. Me dejo.
Me hago peregrina de mi acervo interior
y me recorro, me hurgo y aprendo a conocerme,
a sacarme a la luz.
Y bajo la renuncia diaria y las claudicaciones
me he dado muerte pero me he nacido.
Yo soy aquel esperma… – Rosa Díaz
Yo soy aquel esperma
que ganó la batalla
y el óvulo fue mío.
Allí se congregaban
mis hermanos de orígenes
cuando yo, incipiente persona,
fuera Caín remoto
de millares de Abel.
Mi crimen concluyó.
De una sangre incolora
se mancharon mis manos
para poder ser forma.
Miramos tantas veces y no vemos… – Rosa Díaz
Miramos tantas veces y no vemos
y vemos tantas veces sin mirarnos,
que es la visión una mácula opaca,
un círculo engañado.
Sin rozar lo interior el ojo sueña,
palpa, desvaría imprecisamente
en bultos, se congrega entre sombras.
Luz inmadura
que en vuelo se remonta,
para caer en trasparencia oblicua
sobre un montón de inopinadas formas.