La tristeza es arena de desierto,
sombra de soledad, sombra del aire,
larga ausencia de Dios que nos circula
por el llanto olvidado de la sangre.
Todo está triste hoy y es un desierto
mi corazón, que apenas si es de alguien;
todo está triste, sí, todo está triste
en esta inmensa y desolada tarde.
Madera de ataúd es lo que crece
en esta primavera de los árboles,
mientras proyecta el cielo largamente
su soledad vastísima en mi carne,
en mi alma sin dueño, en esta pena
que me crece y me crece interminable.
No me preguntes más, es mi secreto,
secreto para mí terrible y santo;
ante él me velo con un negro manto
de luto de piedad; no rompo el seto
que cierra su recinto, me someto
de mi vida al misterio, el desencanto
huyendo del saber y a Dios levanto
con mis ojos mi pecho siempre inquieto.
Hay del alma en el fondo oscura sima
y en ella hay un fatídico recodo
que es nefando franquear; allá en la cima
brilla el sol que hace polvo al sucio lodo;
alza los ojos y tu pecho anima;
conócete, mortal, mas no del todo.
La otra noche, después de la movida,
en la mesa de siempre me encontraste
y, sin mediar palabra, me quitaste
no sé si la cartera o si la vida.
Recuerdo la emoción de tu venida
y, luego, nada más. ¡Dulce contraste,
recordar el amor que me dejaste
y olvidar el tamaño de la herida!
Muerto o vivo, si quieres más dinero,
date una vuelta por la lencería
y salpica tu piel de seda oscura.
Que voy a regalarte el mundo entero
si me asaltas de negro, vida mía,
y me invaden tu noche y tu locura.
Secreta noche herida de menguante
cae donde no hay agua ni tierra.
Marcha a cortar el filo de la luna,
mis raíces, que están donde no estuve.
...Traerán mi corazón, negra violeta
que se durmió en la orilla de otro sueño.
Lo he de llamar y no sabrá su nombre.
Me ha de cantar, y no he de comprenderle.
Y llevaré, camino en mediodía
de veinte cielos con opuestos soles,
mi angustia en veinte voces sin mi sangre.
He de llorar mil años sin mi llanto
y he de dormir mil años sin mis ojos
noche con veinte pétalos de luna.
Soñé que era verdad lo que es mentira
pues es embaucadora la apariencia
se disfraza traidora de inocencia
efímero espejismo de quien mira.
La esperanza crepita hoy en tu pira
tras agotar el poso de paciencia
ante tu lacerante indiferencia
mi ilusión, mancillada, se retira.
¿Quién tendrá por fehaciente un vil engaño
y la cruel realidad por embustera?
¿Dónde está la virtud, dónde el amaño
dónde la infamia casi verdadera?
En el arca se vende hasta el mal paño
y a veces la razón no es lo que era.
Más que una piel de toro, una sotana.
Eso es verdad. Pero con todo era
para mí aquella patria una bandera
de vida pueblerina y virgiliana.
¿y ahora? Un mapa sólo de colores
que igual que unas cenizas llevó el viento
a ciudades vulgares de cemento
y a este paisaje de marchitas flores.
No más que la memoria de una guerra
que a mi padre dejaba pensativo,
y aquella copla en el recuerdo incierto
que yo oía en la radio. Es de esta tierra:
«Sólo para olvidarte sigo vivo,
sólo de recordarte no me he muerto.»
Llamarla mía y nada todo es uno
aunque naciera en ella y siga a oscuras
fatigando sus tristes espesuras
y ofrendándole un canto inoportuno.
Juré sus fueros en Guemica y Luno,
como mandan sus santas escrituras,
y esta tierra feroz, feraz en curas,
me dio un roble, un otero y una muno.
Y una mano —perdón—, mano de hielo,
de nieve no, que crispa y atiranta
yo no sé si el rencor o el desconsuelo.
Y una raza me dio que reza y canta
ante el cántabro mar Cantos de Lelo.
No merecía yo ventura tanta.
Bebió en tu boca el tiempo enamorado
y la cuajó con besos de paloma.
Casto tu cuello, sobre el oro asoma
tan sólo por el oro acariciado.
Lunado el pelo, el corazón lunado,
rubor apenas por el aire aroma.
Amapola ritual tu torso toma
y te aparta del mar verde azulado.
Tu mirada de miel, marisma ardiente,
la luz antigua con las luces nuevas
-recién despierta y ya cansada- alía.
Te duele la victoria, y dócilmente
a cuestas tu destino de amor llevas,
delicada y sangrienta vida mía.
Váyase a los Infiernos el Poeta,
y cuantos han pensado y definido
que es el amor un Dios apetecido
siendo un demonio de muy mala feta.
Como puede ser Dios el que me aprieta
a que adore un veneno fementido,
que es la mujer, en cuyo afán perdido
el alma se esclaviza y se sujeta.
Es este amor, por lo que yo percibo,
de lo que el pecho acá sabe callarse,
un halagüeño imán, un incentivo.
Que no quiere partirse ni ausentarse,
es un torpe deseo sucesivo
y un pecar mortalmente, sin holgarse.
No te enojes, bien mío, no te alteres,
vive entre los deleites singulares
y deja los disgustos y pesares
a la clase común de las mujeres.
Tú eres Deidad y tan divina eres,
que se van a tus pies y a tus altares
las almas y las vidas a millares,
a darte en sacrificio los placeres.
Tuyo es el Mundo y tuyo es Cielo mío,
el Cielo con las bellas impresiones
que te dieron la Gracia y Señorío.
Trátalo bien, no lo ajes, ni abandones,
que para todo tienes albedrío,
mas no para alterar tus perfecciones.