Deja que ascienda por tu río
que es mi río: el de los orígenes.
En él ya no hay orillas
que dividan las sangres
y hasta los lobos solo son las almas
que bajan al anochecer a beber en sus aguas.
Nuestro río tiene los ojos inocentes
de la cierva que lleva a su cría
en su vientre
y que, antes de morir, espera mansa
el disparo mirando fijamente con sus ojos
a los ojos del furtivo.
Este río no nace de manantial alguno
sino de un enjambre de cascadas
que se funden en un lago que es Dios,
pues siendo uno el lago representa
a todas las aguas.
Es la unidad de lo múltiple.
«Ya todo es uno y todo es diverso»,
nos dijeron los griegos,
y antes Lao Zi.
Ascendiendo río arriba no veo
a los nuestros, mas no nos olvidamos
de que el agua del río y nuestra sangre y la de ellos
son una unidad maravillosa.
Nuestro río nace de un sueño
de campanas hundidas,
de campanas de un pueblo sumergido
en lo hondo del lago
que suenan en la noche de San Juan.
Acaso sean quienes ya se fueron
los que en la lejanía ahora están tañendo
las campanas sonámbulas
para que no olvidemos que ellos fueron
los que lograron domar el hierro
y la madera rebelde de los robles.
Ellos hicieron resonar
los yunques en sus fraguas
hasta que lo más duro solo fue
serena agua que fluye,
hasta que del metal y la madera
saltó la luz.
Sé que Heráclito pudo referirse
a un río como este, del que fluye
belleza y verdad.
Siempre es el mismo y siempre será otro
para acabar perpetuándose
como ojo de cierva asustada,
como espejo del cielo.
El río nos recuerda que nosotros
nunca debemos conocer el miedo,
pues nos sustentan los castaños
y las hayas más duras
que se yerguen ligeras para dar
alas a nuestro espíritu.
Nuestro río son muchos ríos
y tiene muchos nombres, mas nosotros
solemos llamarlo en secreto
Valparaíso.
Archivo de la etiqueta: Antonio Colinas
Historia de amor – Antonio Colinas
Pesaba en nuestros cuerpos la hermosura
de un nuevo atardecer estremecido.
Cruzábamos aquellos matorrales
altos, desnudos, que en la primavera
se aroman todos, se hacen más profundos
con el trino y el juego de los pájaros.
Brotaba una gran luna amoratada
detrás de los zarzales y en el césped
había escarcha, estrellas diminutas,
hojas brillantes, mínimas de fuego
que tanto nos gustaba contemplar.
Volvíamos del río, de la orilla
húmeda y vaporosa de los álamos.
Luego, ya por las calles, todo el pueblo
quedaba sorprendido, nos pedía
razón de aquella luz que en nuestros ojos,
apaciguada, estaba delatándonos.
En nuestros rostros se alió el rubor
con la alegría temerosa y clara
del que le han sorprendido en buen secreto.
Aquel tesoro acumulado lento,
los callados instantes del abrazo,
cada hora que el amado dio a la amada,
quedaron descubiertos para siempre.
Alguien habló, dijeron que nosotros
éramos de otro mundo, que en las frentes
nos brillaba una luz desconocida.
Hubo un júbilo extraño y cada casa
abrió todas sus puertas a la historia
fantástica y veraz de nuestro amor.
La tarde es una lágrima – Antonio Colinas
Te veo sentada frente al horizonte
un cárdeno perfil de cicatrices,
el encinar herido por heridas,
el tomillo que embriaga los sentidos
y una flauta que suena interminable.
No volverá, no volverá, lo dice
la lágrima que cae de tu ojo, el dolor
musical, luminoso de tus huesos.
Se deshará tu brava cabellera;
se pudrirán tus manos
y el recuerdo amoroso que contienen,
mas la lágrima de la tarde,
eterna durará para negaros,
para negaros.
Nocturno – Antonio Colinas
Duermes como la noche duerme:
con silencio y con estrellas.
Y con sombras también.
Como los montes sienten el peso de la noche,
así hoy sientes tú esos pesares
que el tiempo nos depara:
suavemente y en paz.
Te han llovido las sombras,
pero estás aquí, abrazando en la almohada
(en negra noche)
toda la luz del mundo.
Yo pienso que la noche, como la vida, oculta
miserias y terrores,
más tú duermes a salvo,
pues en el pecho llevas una hoguera de oro:
la del amor que enciende más amor.
Gracias a él aún crecerá en el mundo
el bosque de lo manso
y seguirán girando los planetas
despacio, muy despacio, encima de tus ojos,
produciendo esa música
que en tu rostros disuelve la idea del dolor,
cada dolor del mundo.
Reposas en lo blanco
como en lo blanco cae en paz la nieve,
duermes como la noche duerme
en el rostro sereno de esa niña
que todavía ignora
aquel dolor que habrá de recibir
cuando sea mujer.
Otra noche,
la nieve de tu piel y de tu vida
reposan milagrosamente al lado
de un resplandor de llamas,
del amor que se enciende en más amor.
El que te salvará.
El que nos salvará.
Un poema – Antonio Colinas
Ciervos que en la espesura,
o junto al agua quieta de las charcas,
bajo luna madura,
amarillenta,
se llaman y responden,
se llevan y nos traen
con la brisa
(como los ruiseñores)
nuestra esperanza en otra vida no mortal.
Poema de la belleza cautiva que perdí – Antonio Colinas
Pequeña de mis sueños, por tu piel las palomas,
la pálida presencia de la luna en el bosque
o la nieve recién caída de los astros.
Por esa piel sin mácula, por su tersura suave,
tronché columnas firmes, derrumbé la techumbre
de la más alta noche: la de mis sueños puros.
Pan del amanecer tu blanco cuello, frente,
osamenta querida, veta, venero noble…
Aquí tengo los brazos abiertos como un río,
las venas descansadas, todo el amor del mundo
dispuesto a consumir en un beso glorioso.
Pequeña mía, amada, no olvides que por ti,
una noche de julio, olvidé la aventura
de salir a buscar la belleza cautiva.
Letanía del ciego que ve- Antonio Colinas
Que este celeste pan del firmamento
me alimente hasta el último suspiro.
Que estos campos tan fieros y tan puros
me sean buenos, cada día más buenos.
Que si en tiempo de estío se me encienden las manos
con cardos, con ortigas, que al llegar el invierno
los sienta como escarcha en mi tejado.
Que cuando me parezca que he caído,
porque me han derribado,
sólo esté arrodillándome en mi centro.
Que si alguien me golpea muy fuerte
sólo sienta la brisa del pinar, el murmullo
de la fuente serena.
Que si la vida es un acabar,
cual veleta, chirriando en lo más alto,
allá arriba me calme para siempre,
se disuelva mi hierro en el azul.
Que si alguien, de repente, vino para arrancarme
cuanto sembré y planté llorando por las nubes,
me torne en nube yo, me torne en planta,
que sean aún semilla mis dos ojos
en los ojos sin lágrimas del perro.
Que si hay enfermedad sirva para curarme,
sea sólo el inicio de mi renacimiento.
Que si beso y parece que el labio sabe a muerte,
amor venza a la muerte en ese beso.
Que si rindo mi mente y detengo mis pasos,
que si cierro la boca para decirte todo,
y dejo de rozar tu carne ya sembrada,
que si cierro los ojos y venzo sin luchar
(victoria en la que nada soy ni obtengo),
te tenga a ti, silencio de la cumbre,
o a ese sol abatido que es la nieve,
donde la nada es todo.
Que respirar en paz la música no oída
sea mi último deseo, pues sabed
que, para quien respira
en paz, ya todo el mundo
está dentro de él y en él respira.
Que si insiste la muerte,
que si avanza la edad y todo y todos
a mi alrededor parecen ir marchándose deprisa,
me venza el mundo al fin en esa luz
que restalla.
Y su fuego
me vaya deshaciendo como llama
de vela: con dulzura, despacio, muy despacio,
como giran arriba extasiados los planetas.