Váyase a los Infiernos el Poeta,
y cuantos han pensado y definido
que es el amor un Dios apetecido
siendo un demonio de muy mala feta.
Como puede ser Dios el que me aprieta
a que adore un veneno fementido,
que es la mujer, en cuyo afán perdido
el alma se esclaviza y se sujeta.
Es este amor, por lo que yo percibo,
de lo que el pecho acá sabe callarse,
un halagüeño imán, un incentivo.
Que no quiere partirse ni ausentarse,
es un torpe deseo sucesivo
y un pecar mortalmente, sin holgarse.
No te enojes, bien mío, no te alteres,
vive entre los deleites singulares
y deja los disgustos y pesares
a la clase común de las mujeres.
Tú eres Deidad y tan divina eres,
que se van a tus pies y a tus altares
las almas y las vidas a millares,
a darte en sacrificio los placeres.
Tuyo es el Mundo y tuyo es Cielo mío,
el Cielo con las bellas impresiones
que te dieron la Gracia y Señorío.
Trátalo bien, no lo ajes, ni abandones,
que para todo tienes albedrío,
mas no para alterar tus perfecciones.
De asquerosa materia fui formado;
en grillos de una culpa concebido;
condenado a morir sin ser nacido
pues estoy no nacido y ya enterrado.
De la estrechez oscura libertado
salgo informe terrón no conocido,
pues sólo de que aliento es un gemido
melancólico informe de mi estado.
Los ojos abro y miro lo primero
que es la esfera también cárcel oscura;
sé que se ha de llegar el fin postrero.
Pues, ¿a dónde me guía mi locura
si del ser al morir soy prisionero
en el vientre, en el mundo y sepultura?
¿Qué es esto, Cielo santo? ¿Qué tormento
qué horror, qué angustia? ¡O dioses inmortales
guardáis en las cavernas infernales
al sacrílego humano atrevimiento!
¡Ay! ¡Rabio de dolor! ¡Ay mi contento!
Bien te llaman principio de los males;
¿dónde estáis ojos, nidos celestiales,
dónde pájaro amor tiene su asiento?
Ciego de amor y ciego de impaciencia
¡ay de mí! sempiterno horror habita
un alma, que tu luz, mi luz, no alcanza.
¡Ay Filis! Ya no puedo. ¡Qué violencia!
Ay de aquella esperanza que marchita,
ni es desesperación, ni es esperanza.
En una cuna pobre fui metido,
entre bayetas burdas mal fajado,
donde salí robusto y bien templado,
y el rústico pellejo muy curtido.
A la naturaleza le he debido
más que el señor, el rico y potentado,
pues le hizo sin sosiego delicado,
y a mí con desahogo bien fornido.
Él se cubre de seda, que no abriga,
yo resisto con lana a la inclemencia;
él por comer se asusta y se fatiga,
yo soy feliz, si halago a mi conciencia,
pues lleno a todas horas la barriga,
fiado de que hay Dios y providencia.
Poesía de todas la épocas y nacionalidades